domingo, 27 de marzo de 2022

La edad dorada de la radio en Maicao (segunda parte)


 

Escrito por: Alejandro Rutto Martínez

Leer la primera parte de "La edad dorada de la radio de Maicao"

En este recorrido por los tiempos de la edad dorada de la radio sería bueno mencionar cómo nació la radio en Maicao, pero eso ameritaría una serie completa y extensa, de manera que le voy a contar sólo una pequeña parte, con la promesa de presentar un estudio más amplio en otra oportunidad.

Me cuenta mi amigo el ex concejal de Maicao y ex representante a la Cámara Luis Cepeda Arraut, residenciado hoy en Cartagena y Magangué, que en 1.962, cando era un jovenzuelo, llegó a Maicao en busca de nuevos horizontes y se le ocurrió la idea de montar una emisora. Para tal efecto se asoció con José Martínez, empresario de radio de Fundación (Magdalena) y locutor y juntos montaron Radio Maicao, para lo cual utilizaron algunos equipos ya usados anteriormente  y de poco alcance.           

    


Aún así, la emisora llegaba a un radio de cuarenta kilómetros a la redonda, lo que le permitía ser escullada en Paraguachón, algunos pueblos de Venezuela y en las rancherías vecinas.
  Con las relaciones de los propietarios lograron conseguir que el Ministerio de Comunicaciones les otorgara una licencia como radio cultural lo que les permitía emitir programas musicales, humorísticos y de variedades.
Luis Cepeda Arraut

La nómina de locutores estaba integrada por los socios Luis Cepeda Arraut, José Martínez y un profesional de Fundación llamado Marcos Pérez, quien después de un tiempo no soportaría las ganas de volver y se regresó a su tierra.

Nos cuenta Luis Cepeda Arraut, un hombre de memoria prodigiosa, que la emisora se montó en la calle 12 con Carrera 11, en la casa de la señora Rosa Solano Ospina.  El novedoso proyecto, el cual revolucionó a la sociedad maicaera, fue posible gracias al tesón de sus precursores quienes desde el principio debieron enfrentar un grave problema, muy difícil de superar: por esos tiempos en Maicao no había servicio de energía eléctrica y no se conoce la primera emisora que funcione con leña, carbón o gas propano.

Esta contingencia fue superada gracias a la generosidad del comerciante Teófilo María, propietario de una planta eléctrica que utilizaba para proveer electricidad a su residencia y al almacén de su propiedad, quien no tuvo ningún reparo en permitir que la emisora se conectara desde las 6 de la mañana hasta las 7 de la noche.

Había nacido de esa manera la radio en Maicao. La radio abierta, a través de los aparatos convencionales, valga la aclaración, porque anteriormente existieron algunas “emisoras” consistentes en varias bocinas situadas en la parte superior de una vara (o un tubo) bien alto desde donde se emitían programas y avisos comerciales. También se utilizaban para ciertos avisos parroquiales como la apertura de matrículas en la escuela, los horarios de la misa y felicitaciones a quienes cumplían años o se graduaban como bachilleres en la Divina Pastora o el Liceo Padilla de Riohacha (en Maicao no había colegios de bachillerato).  Uno de los dueños de estas singulares emisoras era Chalindú, un personaje que fue símbolo del Maicao de los años cincuenta y sesenta.   

El gran Chalindú tenía además un móvil en el que vendía productos medicinales de fabricación artesanal que servían para todo: desde limpiar el hígado, hasta matar las lombrices; desde gotas para que los ojos volvieran a ver perfectamente bien y sin gafas hasta jarabes para la memoria. Los maicaeros y los visitantes de otros lugares se familiarizaron con su voz de patriarca paisa, le compraban sus medicinas y le pedían que les hiciera el favor de divulgar sus anuncios. Cuentan los testimonios de la época que los menjurjes de Chalindú funcionaban al pie de la letra, con todos los beneficios que él ofrecía en sus convincentes alocuciones.

Pero dejemos esa era antigua y volvamos a tiempos más cercanos a nosotros en donde estábamos, con Luis Cepeda Arraut, José Martínez y Marcos Pérez y su Radio Maicao, conectada a la planta de Teófilo María ¿Se acuerdan?

Pues bien, la emisora funcionaba a las mil maravillas y era un verdadero acontecimiento.  Sus programas culturales hacían parte de la escasa diversión de un pueblo bucólico en el que las horas transcurrían lentamente y se invertían en atender los locales comerciales, luchar para conseguir agua, fabricar chirrinchi y barrer las terrazas en donde se acumulaba el polvo trasladado por la brisa desde las pocas y arenosas calles de un caserío con ínfulas de pueblo.

Un día cualquiera doña Rosario Solano Ospino hizo lo que pocas veces acostumbraba: tocar a la puerta de la sagrada cabina desde donde se emitían los programas de Radio Maicao.

-¿Qué se le ofrece, doña Rosario?

-Tenemos visita, don Lucho

-¿Y es muy urgente que la atendamos? Usted sabe que a esta hora estamos en Tic Toc, el programa de más sintonía en la emisora.

-S no fuera importante no lo habría interrumpido, usted sabe que yo nunca lo molesto.

-Está bien, doña Rosario, dígale a la visita que nos espere diez minutos mientras terminamos y lo atendemos.

Luis regresó a la cabina un poco preocupado

¿Quién podría ser esa visita tan importante que llevó a doña Rosario a interrumpir el programa más importante de la emisora?

Continuará

Leer la primera parte de "La edad dorada de la radio de Maicao"

Leer la tercera parte de "La edad dorada de la radio de Maicao"

sábado, 26 de marzo de 2022

Las historias de Beruski (Parte 6)

 Escrito por: Mirollav Kessien

-Acabo de convencerla de que vaya conmigo a la iglesia en donde me volví bueno, le aseguro que ella no necesita volverse buena porque ya lo es,  pero de seguro se amará más a sí misma y tendrá ganas de vivir por muchos años más.

-Cuídala mucho entonces, y no se te olvide pagarle lo que le debes, le dijo Beruski

-No se preocupe, de eso me encargaré aunque tenga que pedir financiación y pago por cuotas

Leer la parte quinta de Las historias de Beruski

Beruski los saludó con la mano, satisfecho por el final de esa particular historia. Acto seguido se dirigió a la terminal de transportes, en donde compró un tiquete hacia el puerto de Montsky.

Llegó casi al anochecer cuando el ir y venir de los transeúntes, de los montacargas y las sirenas anunciaban que un barco de pasajeros estaba próximo a zarpar. Se dirigió a la oficina de la naviera en conde compró un pasaje hacia Pentik, en donde visitaría a sus abuelos a quienes no había visto en por lo menos cinco años. Sería un encuentro maravilloso en el que podría volver a probar la sopa de pavo a la pentik, un plato famoso en todas las reuniones familiares y muy conocido también en toda la región aledaña al Río Antisic, en donde se hablaba de la sinfonía de sabores presentes en la mesa de la señora Mariuska.

El viaje fue muy tranquilo al principio pero de un momento a otro el tiempo cambió de forma brusca, el viento comenzó a rugir con fuerza descomunal. Los marineros tomaron sus posiciones desde las cuales intentaban estabilizar la nave. Por encima de toda la confusión, los truenos, los relámpagos y los gritos de los asustados viajeros, se escuchaba la voz del capitán dando inútiles instrucciones que nadie escuchaba y si las escuchaban no podían ponerlas en práctica porque la fuerza del mar embravecido y del viento incontenible era mayor que las fuerzas humanas.

Beruski se aferró con todas sus fuerzas a un poste cercano a babor en donde pudo mantenerse en pie. Desde donde estaba pudo ver a varias personas tiradas en el piso de la cubierta y otras que sufrían los embates de la tormenta rodando de un lugar a otro.  

La confusión era total, los gritos desesperados de alguien que trataba de encontrar a su familia conmovía hasta a los más serenos; el capitán continuaba dando órdenes que muy pocos entendían y ninguno acataba; las señoras intentaban mantenerse de rodillas para invocar a las fuerzas superiores del universo pero el brusco movimiento del barco les impedía hilvanar sus oraciones.

Con el paso de los minutos la fuerza del viento disminuyó un tanto, los marineros pudieron organizarse en pequeños grupos para atender sus tareas y los pasajeros pudieron bajar, no sin dificultad, a una cámara en la que estarían más seguros.

Beruski no quiso protegerse e como los demás pasajeros, en lugar de eso tomó el puesto de uno de los marineros que se había lesionado.

-Capitán, estoy a sus órdenes para lo que me necesite, cuente conmigo

-No creo que sepas mucho de esto, pero de todas maneras te agradezco por la disposición. Si te necesito te lo haré saber. Por ahora lo importante es mantenernos a flote. Debemos sacar toda el agua que entró al barco.

-Ayudaré a sacar el agua y estaré disponible para lo que me necesite, capitán

Poco a poco los marineros, con la ayuda de Beruski, pudieron sacar el agua que había inundado la cubierta y algunas secciones de popa. El barco no había sufrido ningún desperfecto y, si la tempestad amainaba, podrían llevar a feliz término su viaje.

Pero el viento tenía otros planes. De repente comenzaron de nuevo los movimientos bruscos y el rugido de los truenos, por algunos segundos el océano se iluminaba como si fuera de día por efecto de los relámpagos.

Uno de los marinos situados en cubierta gritó aterrorizado:

-Capitán, mire hacia adelante, ¡estamos en peligro! ¡Hagamos algooo!

-El capitán desplazó su mirada hacia donde indicaba el marinero y, con la ayuda de la luz relampagueante de la tormenta pudo ver algo que lo dejó aterrorizado

Leer la parte siete de Las historias de Beruski


viernes, 25 de marzo de 2022

La edad dorada de la radio (primera parte)

 Escrito por: Alejandro Rutto Martínez

Por aquellos tiempos la radio de Maicao era una nota: eran dos emisoras con una amplia cobertura, unos programas maravillosos y unas voces, lo mejor eran las voces. El director técnico de esas dos estilizadas orquestas llamadas Radio Península  y Radio Tribuna era un caballero llamado Arnoldo Zapata, cuya vida era un continuo vaivén entre su laboratorio de productos médicos y sus emisoras.  El primero era su vida, su trabajo y el inicio de su prosperidad. Las emisoras eran, además de empresas, su juguete de niño grande.

El señor Zapata quería que sus emisoras fueran los mejores en todo sentido, por eso se preocupó por tener unos modernos estudios dentro de los cuales había un hermoso radioteatro en el cual las nuevas promociones de músicos, cantantes y declamadores podían mostrar sus talentos. Además unos recursos técnicos extraordinarios. Radio Península contaba con 50 Kilovatios, una potencia descomunal que le permitía ser sintonizada como si fuera local en todo el Caribe, la región occidental de Venezuela, las Antillas y parte del interior del país.

Pero lo mejor de la emisora eran sus locutores, profesionales del micrófono cuyas voces fuertes como el treno y bien moduladas como la de los cantantes egresados de una academia de canto.

Una vez me di a la tarea de tomar dos radios y de sintonizar en uno de ellos a Radio Península y en el otro iba cambiando de Radio Sutatenza, después a Caracol, luego a Radio Guatapurí y más adelante a Radio Libertad.    La conclusión del estudio comparativo realizado a mis diez años de edad me dio como resultado llegar a la conclusión de que teníamos en nuestro pueblo amado la mejor de todas las emisoras.

Atraídos por la potencia de la emisora y por la fama de ciudad próspera que tenía Maicao, llegaron a la cabina de la calle 13 locutores y periodistas de la talla de Ignacio Ramírez Pinzón, Guillermo Alfonso Mejía, Tulio Pizarro Herrera y Raúl Comas, quienes eran profesionales consagrados y con  una fuerte  presencia  en los medios nacionales.    

Tulio Pizarro Herrera

Ignacio y Guillermo Alfonso ya eran figuras de talla nacional y no tuvieron ningún impedimento en venirse a estas tierras de vientos fuertes y arena incandescente para hacer parte de uno de los mejores equipos que haya tenido la radio en todos los tiempos. Tulio Pizarro y Raúl Comas dejaron a su natal barranquilla y emprendieron el duro y casi eterno viaje para establecerse en Maicao y dedicarse a ejercer las tres funciones más importantes de la radio (de la buena radio): divertir, educar e informar.

Ignacio Ramírez Pinzón

Junto a los ya mencionados titanes de la radio acudieron otros portentos de la locución y el periodismo, como Jaime Rengifo, quien atravesó más de medio país (desde su natal Palmira, en el Valle del Cauca) para convertirse en uno de los hombres de la radio más riguroso en sus críticas a las autoridades y entes gubernamentales cuando consideraba que éstos fallaban en el cumplimiento de sus responsabilidades. Debo decir con tristeza que su estilo acucioso y su valentía para denunciar lo que no estuviera bien hecho, le granjeó varios enemigos uno de los cuáles dio la orden para que fuera asesinado en el año 2003.

Uno de los más recordados entre los pioneros es Roberto Enrique Pineda, por su prudencia, tono de voz y defensa de las causas sociales.  La gente de Maicao y sus alrededores certificaba un hecho como verdadero cuando Roberto Enrique Pineda presentaba la noticia sobre el mismo.  

Roberto Enrique Pineda

La frase con que se cerraban todas las discusiones en las esquinas era ésta:

-“Eso es verdad, lo dijo Pineda en la emisora”  

Roberto tuvo una gran longevidad periodística: durante 41 años contados desde 1969 cuando comenzó su trabajo hasta el 2010 cuando Dios los llamó a su presencia estuvo al frente de un micrófono para dar las noticias con el encabezado que era su marca personal: “Atención Maicao”

Vamos bien, por ahora he mencionado a varios de nuestros más amados locutores y periodistas, pero apenas estamos comenzando.

¿Qué tal si me tienen paciencia y esperan las demás ediciones de esta interesante serie?

Leer la segunda parte de La edad dorada de la radio de Maicao

miércoles, 23 de marzo de 2022

Las historias de Beruski (Quinta parte)

 Escrito por: Mirollav Kessien

Leer también la cuarta parte de Las historias de Beruski

El hombre guardó silencio por algunos segundos lo que aumentó la expectativa de Beruski, quien lo animó a continuar

-Continúe su historia… ¿Por qué guarda silencio?

-El silencio permite escuchar la ardorosa voz de la conciencia y las señales del cielo, respondió el hombre

-Tienes razón, pero aun así me gustaría conocer cuál es el asunto que los ha llevado a ustedes a tener esta inusual riña.

-¡No es una simple riña!, intervino la mujer. Es un asunto de tal magnitud que esta misma tarde llamaré a mis abogados y llevaré a este bribón a los tribunales para que me pague o vaya a la cárcel que es donde le corresponde estar

-Vea señora, usted más bien debería estar agradecida conmigo… ¿Por qué no cuenta cuál es la razón por la que le estoy debiendo?

-Creo que usted estaba a punto de contármelo hace unos minutos, le interrumpió Beruski.

-Y se lo voy a decir de una vez. Mire esta señora, ahí donde usted la ve, toda seria y exigente como usted la ve, quiso contratarme, es decir, me contrató para cometer un crimen.

-¿Un crimen? ¿Es eso cierto?, preguntó Beruski al tiempo que los miraba de forma inquisidora

-Sí, un crimen, contestó aquel hombre. Como le he contado me dio una suma de dinero por adelantado para invertir, digámoslo así, en la logística del asunto. Me prometió que me daría otra suma muy importante dos días antes de que se consumase el hecho. Al principio  me pareció una buena forma de salir de una situación económica terrible por la que estaba atravesando, estaba a punto de ser desalojado de mi casa por no pagar las mensualidades del arriendo, tenía a mi madre gravemente enferma y estaba a punto e enloquecer. Además, esta señora me hizo ir a su casa sin decirme de qué se trataba la tarea para la que me iba a contratar. Cuando hablamos resultó ser muy expresiva y no tuve cómo negarme. Esa noche casi no pude dormir, al día siguiente fui a la iglesia y tuve una revelación. La revelación de que no podía cometer ese crimen…lo más triste de todo era que había comenzado a gastarme el dinero  y no tenía cómo devolverlo.

-Bastante raro este asunto, dijo Beruski. Y acto seguido hizo una pregunta

-Señora mía, ¿Es cierto que usted contrató al caballero para cometer un crimen?

-Es cierto, pero eso a usted no le importa, además, yo no le iba a hacer daño a nadie contratando la muerte de esa persona. Nadie se iba a lamentar de esa pérdida. Nadie iba a presentar la denuncia criminal. Nadie extrañaría a la víctima. Algunos se alegrarían. Le juro por lo más sagrado que la persona a la que iba dirigido el atentado era la más interesada en que este se consumara.

-Ahora sí no le entiendo nada. Me parece muy cruel, pero además muy, muy extraño todo lo que usted está diciendo.   Los seres humanos repudiamos todas las muertes, todos nuestros semejantes nos hacen falta y todo crimen debe ser denunciado de inmediato.

-Yo puedo explicarle lo que la señora quiere decirle, manifestó el hombre, quien había guardado prudente silencio en los últimos minutos.

-Adelante, dijo Beruski, quien estaba cada vez más confundido por el giro que había dado la situación.

-Mire, de una vez le voy a decir toda la verdad y nada más que la verdad, lo que esta señora trata de decirle es lo siguiente: ella me contrató para cometer un crimen. Y ese crimen iba dirigido…contra ella misma.

-¿Contra ella misma?

-Sí, para eso me contrató. No medio mayores explicaciones de por qué deseaba morir, tan sólo me dio instrucciones del día hora y lugar en que yo o alguien contratado por mí accionara el gatillo para asesinarla…

La dama había bajado el rostro, una lágrima corría por su mejilla izquierda, se le notaba bastante quebrantada y parecía haber perdido la determinación con que al principio acusaba a aquel hombre.

Beruski ahora estaba mucho más confundido, no sabía qué hacer ni qué recomendarle a sus dos interlocutores. En actitud solidaria puso su mano sobre el hombro de la mujer al tiempo que le preguntaba.

-¿Por qué usted se quiere morir? ¿Por qué desea acabar con su propia vida?

-Tengo razones que usted ni nadie entenderían. Lo que nadie sabe es que en medio de las multitudes viajan seres solitarios que no se hacen compañía ni siquiera a ellos mismos. Yo soy una de esas sufridas, solitarias y acongojadas personas. La vida pasa rápidamente frente a nosotros,  sin pausa,  mientras nosotros pasamos también sin pausa ante la escena triste de morirnos en vida.

-Señora, dijo Beruski, la vida no es tan mala como usted cree, la mejor terapia para todos los males del alma es hacer el bien, con esto se borran las cicatrices del pasado y se tienen fuerzas nuevas para vivir cada día.

-Cuando Beruski terminó de hablar aquella mujer lloraba abrazada al hombre que no la quiso matar, era un abrazo fraterno, prolongado, singular. Había lágrimas también en los ojos de aquel hombre.

-¿Qué sucederá ahora?

-Si usted supiera, mi estimado amigo, si usted supiera. Acabo de convencerla…

-¿Convencerla de qué? Preguntó Beruski con sorpresa…

Continuará

El Campamento

Escrito por: Jorge Parodi Quiroga*


Enero fue mi mes favorito durante los convulsionados años de transición entre la adolescencia y la juventud. Los primeros siete días del año significaban para mí una ventana a la libertad, a la consecución de propósitos y sobre todo al intento de comprensión de esto que llamamos vida.

Era un espacio vital que marcaba de manera importante los meses restantes. No lo superaba las fiestas decembrinas ni lo eclipsaba la proximidad terrorífica del nuevo año escolar que se asomaba amenazante.

En las inmediaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, nos dábamos cita más de doscientos mozuelos como yo. Proveníamos de diferentes partes de la costa caribe colombiana, de costumbres e idiosincrasia disímiles, compartíamos la misma fe y ganas inmensas de ser diferentes; perseguíamos un estilo superior de vida.

El paisaje exuberante de las montañas, las peripecias para arribar hasta el punto en donde se instalaba el campamento, las aguas frías y cristalinas del Río Guatapurí en su nacimiento y el clima gélido de las noches cargadas de estrellas, le prodigaban a nuestra reunión anual una atmósfera especial que guardaré en mi memoria por siempre.

Después de una vuelta completa al sol, nos reencontrábamos con personas que se hicieron especiales en muchos sentidos, nos desconectábamos de la cotidianidad, y asumíamos, con el estatus de campistas, una disciplina admirable.

Todos los días nos levantábamos antes de las seis de la mañana, formábamos en orden, entonábamos el Himno Nacional mientras se izaba la bandera y luego de elevar alguna plegaria, nos disgregábamos en grupos pequeños, para conocernos, leer la Biblia y atender las tareas de limpieza que los líderes nos confiaban durante nuestra permanencia en aquel lugar, luego de lo cual, tomábamos el desayuno.

Sobre las nueve de la mañana todos nos congregábamos en el auditorio principal, un tabernáculo de dimensiones grandes, que al igual que las cabañas que servían de dormitorios, la cocina y los baños, fueron construidos por jóvenes norte americanos que llegaban al país en sus vacaciones de verano.

En el tabernáculo nuestra permanencia se extendía hasta cerca del mediodía; era un tiempo de estudio, conferencias y entrenamiento enfocados en personas de nuestra edad, al final del cual el destino era el río, un poco de exploración quizá y por supuesto, estrechar los vínculos de amistad.

Cada tarde tenía diferentes actividades recreativas: campeonatos de fútbol que enfrentaban a las delegaciones, de ajedrez, carreras a campo traviesa y alpinismo, esta última actividad siempre dirigida por un norteamericano experto y que conocía a la perfección la enorme montaña que tutoraba nuestro campamento.

Nunca me caractericé por ser ni siquiera un deportista regular, era un desastre total en realidad: malo en el fútbol, negado para el ajedrez, terrible en todo. En mis años de estudiante alguna vez practiqué el atletismo, me gustaba, y con algún entrenamiento logré avanzar algo, no lo suficiente.

En uno de mis primeros campamentos me inscribí en la carrera de atletismo que partía desde el punto de asentamiento y se extendía diez kilómetros entre lomas y valles; no consideré los estragos de la altura y a menos de cincuenta metros casi me muero de asfixia. Mi orgullo no me permitió aceptar el descalabro y me escondí hasta el final de la carrera, entonces aparecí fingiendo una luxación.

Con la experiencia atlética aprendida, el siguiente año me uní al grupo de escaladores; bien difícil, pero con la guía de don Roberto Moyer, un gringo curtido en eso de subir montañas, después de varios cuasi desmayos, logramos alcanzar el pico. Fue una experiencia satisfactoria que repetí los dos años siguientes.

El tercer año después de mi hazaña alpinista, don Roberto no asistió por razones que no conocí, de manera que para mí y los amigos que me seguían, porque eran igual que yo de malos en todo los demás, no había ninguna actividad recreativa que practicar.

Pero ese año, alguien comentó que río arriba había una considerable cantidad de truchas de buen tamaño. Pescar, eso era algo que hacía en las aguas del río que cruza mi pueblo, así que no dudé en organizar una excursión de pesca. Todos se emocionaron y esa noche todos los campistas nos esperaron con la esperanza de disfrutar trucha en la cena.

La noche nos arropó y no pescamos ni un resfriado. Sabíamos que al regresar nos crucificarían los demás campistas, y en efecto sucedió. Fuimos blanco de burlas crueles; además, todos nos culpaban de una cena nada parecida al manjar que se esperaba. Desde ese día fui conocido como Jorge “La trucha Parodi”.

La desgracia me dio algo de celebridad y siendo mi habilidad mayor la socialización, compartir los pormenores de mi intentona de pesca fallida con las niñas del campamento rindió sus réditos y entonces me hice blanco de la envidia de mis compañeros.

Esa parte de los deportes y la recreación era mi pesadilla, la sobrellevé entablando nuevas amistades, sobre todo con miembros del sexo opuesto, que se interesaban más en mis dotes como guitarrista y compositor que en mis condiciones de atleta, las cuales eran nulas.

El siguiente año, que sería mi último campamento, con las experiencias en atletismo, fútbol y pesca anteriores, estaba desprogramado por completo, lo que tampoco se veía bien; de manera que cuando se abrieron las inscripciones para la participación de las diferentes actividades, no dudé en inscribirme en el grupo de los escaladores.

En esa ocasión nuestro guía gringo tampoco asistió, así que me ofrecí como director de la excursión. Ya había escalado varias veces esa montaña y a todos les pareció que podría ser un buen conductor de la expedición.

El grupo de escaladores estaba conformado por más de treinta personas entre hombres y mujeres, dentro de los cuales se encontraba mi grupo de anti atletas que conmigo sumábamos diez.

Iniciamos el ascenso a las tres de la tarde en punto; a pocos kilómetros, en la falda misma de la montaña, más de la mitad ya había abandonado la aventura; yo mismo quise devolverme pero mi orgullo no me lo perdonaría.

A media hora de iniciado el periplo solo quedamos quince personas; cuando el verdadero ascenso inició solo quedamos los diez amigos de siempre, que no claudicaríamos en favor de una vergüenza más; al cabo todos confiaban en mí, estaban seguros que escalaríamos esa imponente mole de piedra y regresaríamos llenos de victoria a contar las incidencias alrededor de una fogata bajo el cielo preñado de luceros.

Aquel cerro se levantaba vertical como una pared hasta el cielo, tenía algunos senderos escarpados por los que se podía subir; el terreno era sumamente resbaladizo y permanecía húmedo y frío. A los lados de las rutas sobresalían enormes piedras grises e inaccesibles, un solo descuido podría significar una tragedia, al menos un susto mayor.

Continuamos subiendo, la tarde empezó a oscurecerse muy rápido y los nervios me sobrecogieron, aunque no lo demostré; allá arriba todas las rutas eran iguales y caí en cuenta que bajo la dirección de míster Moyer, nunca me preocupé por memorizar cada sendero.

Dos horas después, estábamos absolutamente perdidos y lo peor, sin darnos cuenta nos encontramos justo en la mitad de un peñasco de más de veinte metros de superficie. Entramos en pánico. Estábamos atascados, cansados, con fuertes calambres y debajo de nosotros una caída de más de doscientos metros. Fue la primera vez que estuve tan cerca de la muerte.

Todos lloramos sin parar; por mi mente pasaba la imagen de mis padres; alcancé a verlos en mi funeral, frente al ataúd llorando y dándome una golpiza por la infeliz decisión de subir esa montaña. Desde mi muerte pude escuchar su reproche y su regaño por haberme atrevido a semejante estupidez.

A alguno de ellos, Juan Carlos se llamaba, resignado ante la inminente caída, se le ocurrió que debíamos hacer una última oración, no de despedida, más bien para asegurarnos que la última acción en vida nos franqueara la entrada al paraíso. Claro que todos oramos con fervor, ninguno pidió un milagro, todos suplicamos que los golpes no dolieran tanto.

En el campamento base, la oscuridad que se apoderó de la tarde alertó sobre alguna posible emergencia de los escaladores, así que ayudados con poderosos binoculares trataron de ubicarnos en las rutas de subida. El nerviosismo se apoderó del campamento a medida que la noche caía y por fin nos avistaron y comprobaron el difícil momento que atravesábamos.

Inmediatamente se dispuso el operativo de rescate. Ayudados por personas de la región subieron el cerro por la parte posterior que ofrecía una ruta segura y desde el pico de la montaña nos arrojaron cuerdas con las cuales nos arrebataron de las garras de la muerte, pero no de una vergüenza más.

Esa noche entre risas, llanto y sin cinco de gloria, nuestras peripecias fueron el tema de conversación; tal como lo soñamos: alrededor de una fogata, con el sonido imponente del río de fondo y arropados bajo el manto oscuro de la noche que dejaba resaltar la refulgencia de un millón de estrellas.

Ese fue mi último campamento. El año siguiente me comencé a volver viejo, pero tantas experiencias hermosas se quedaron tatuadas en mi mente y en mi alma.

De aquellos tiempos de juventud y aventura conservo algunos buenos amigos, aún compartimos la misma fe, definitivamente hemos sido en muchas maneras, diferentes, y al igual que yo, en el umbral del otoño reconfortamos el espíritu cada vez que nos visitan las imágenes de esos días de campamento.

 

Nacido en Bogotá el 12 de febrero de 1965. Abogado, Especialista en Derecho Penal y Criminalística. Docente Universitario en las áreas del Derecho Procesal, Derecho Penal, Metodología de la Investigación y Argumentación Jurídica; Conferencista en temas de superación personal y liderazgo. Teólogo, Político y Empresario. Casado con Silvana Cohen, padre de 5 hijos y abuelo de 3 nietos. Fundador y Director de la revista Veritas, enfocada en temas de Teología. Gerente de  Ondas de Restauración y de RPV mundo, emisoras virtuales orientada a la difusión de la cultura y la espiritualidad. Desde muy temprana edad incursionó en el mundo de la Literatura. Escritor de prosa y poesía, que ha conjugado con la elaboración de artículos científicos en el área del Derecho y escritos de superación personal y liderazgo.

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