viernes, 18 de marzo de 2022

Las historias de Yosep Beruski (segunda parte)

 Escrito por: Mirollav Kessien

Yosep dobló el sobre y se dirigió a la fila en donde formaba su contingente listo para abordar el camión que lo llevaría al teatro de operaciones. Empezó a caminar detrás de sus compañeros, pero de un momento a otro la pequeña procesión se detuvo. El primer camión estaba lleno y debías esperar la llegada de otro que aún no estaba listo. Mientras esperaba recordó el sobre que tenía en el bolsillo.

Lo sacó, miró con curiosidad las palabras estampadas en la superficie en las que no se leía nada diferente a su propio nombre como destinatario.

¿Te interesa leer la primera parte de este relato?

Cortó con cuidado el sobre por la parte superior y entonces apareció una hoja con los símbolos oficiales y, después de los saludos de cortesía, unas breves líneas en las que le respondían acerca de la aprobación de su solicitud de retiro temporal remunerado durante todo un año. La solicitud había sido aprobada tres días antes de manera que ya estaba vigente y, por lo tanto, no estaba obligado a participar en aquella misión.

Estaba confuso en ese momento, apretó el sobre y o regresó de nuevo al bolsillo.  Había solicitado su retiro temporal remunerado y la respuesta era favorable, pero en ese momento la adrenalina propia de quienes están acostumbrados a la acción y a la hiperactividad le hacían serios reclamos: sus ganas de tomarse un tiempo le transmitían felicidad, pero ese movimiento, ese bullicio y la posibilidad de vivir nuevas experiencias también lo seducían. Como hombre de armas sentía que faltaba al deber si se devolvía a quitarse las prendas de campaña; algo le gritaba desde lo más profundo de su ser que estaba abandonando a sus compañeros y estaba tomando el atajo de la solución más fácil, algo que en lo más íntimo de su ser siempre había odiado.

Su primera reacción fue permanecer en la fila y continuar su marcha hacia adelante, olvidar lo que el documento consignaba de manera perentoria, embarcarse y continuar como si nada hubiera pasado. Al regreso resolvería todo a su manera. Podría ser una renuncia formal a su solicitud o un pedido de aplazamiento.

Sin embargo, su infaltable y persistente voz interior le recordó que el documento recibido tenía el efecto de una orden y él sabía que las órdenes no se discuten ni se negocian, sino que se cumplen.

Se le ocurrió que había algo que sí podía hacer, pero tenía que actuar muy rápido, antes de que todos los camiones partieran rumbo hacia el desierto.

Salió de la fila, caminó a toda prisa y se dirigió hacia el edificio administrativo en donde pidió hablar de urgencia con el coronel Andripov, quien tenía entre sus funciones la asignación de unidades a las diferentes operaciones que se emprendían en la zona.

El coronel era un hombre alto, de edad mediana, cejas pobladas y bigote abundante, recia personalidad y con un aire similar al de las personas que siempre permanecen ocupadas.

-          Buenas tardes coronel, le ruego con respeto que me conceda al menos tres minutos de su escaso tiempo

-          -Adelante, pero le anticipo que ya ha invertido el primer minuto en los rodeos que ha dado. ¿por qué no me dice de una vez qué es lo que quiere? Por estos días todos estamos con muy poco tiempo disponible

-          Mire coronel, en realidad yo quiero decirle lo siguiente. Estoy asignado para ser parte de la misión que se dirige hacia el desierto de La Franja y nuestro contingente está a punto de partir, por lo cual yo quiero hacer una solicitud. No sé por dónde empezar

-          Espero un momento respondió el superior ya sé lo que usted me quiere decir…se dirigió con lentitud hacia una ventana, miró hacia el horizonte y por último taladró a Yosep con la mirada. ¿será que usted me va a pedir lo que estoy pensando?

-          ¿y qué está pensando usted, coronel? Contestó Yosep

-          Lo que yo estoy pensando es lo siguiente, rugió el coronel, y le voy a dar respuesta de una buena vez…

Continuará

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Las historias de Yosep Beruski

Escrito por: Mirollav Kessien

Yosep Beruski era un hombre de guerra muy curtido en las artes militares a las que había dedicado buena parte de sus mejores años. Recorrió pueblos traslúcidos por el terror, veredas solitarias, Caminos inhóspitos y desiertos rigurosos defendiendo los principios de su patria y enarbolando la fe en la pacificación del mundo mediante la disuasión a los violentos por medio del poder silencioso pero presente de las armas.  Era un hombre forjado en las luchas y en las carencias, pero amaba el colorido de la naturaleza y respetaba la lealtad militar. Según sus creencias la mejor guerra era la que no se hacía, y las armas eran mejores cuanta menos necesidad había de utilizarlas.

Pasados algunos años de servicio Beruski se enteró en el casino de Los Leones del Desierto (así se llamaba su compañía) que por los años de servicio cumplidos tenía derecho a un año de descanso remunerado, es decir un año en el que podría hacer lo que quisiera, como recuperar el descuidado jardín del traspatio, reorganizar la pequeña finca familiar, podar los árboles de la terraza o terminar algunos estudios pendientes desde hacía algún tiempo.  Le sedujo la idea de hacer una pausa en su vertiginosa carrera y tomarse un tiempo para asomarse por otra ventana, diferente a la de su rutina de los últimos veinte años. Y también para demostrarse que la disciplina y el fervor aprendido en el mundo de las armas le podía ser útil en los pasillos de la tranquilidad.

Radicó su solicitud una mañana fresca, sin muchas esperanzas de que le respondieran pronto.  En el sobre que dejó en la posta se podía leer el asunto: Solicitud de un año XX.  Se devolvió a la sede de su regimiento y comenzó los preparativos para la misión que cumplirían durante ese mes en el desierto de La Franja, llamado así por que era una reseca y estrecha porción de tierra ubicado en la frontera.

Partirían a la mañana siguiente en un convoy especial protegido por helicópteros artillados y se desplazarían a ese lugar ubicado casi en el fin del mundo en donde las temperaturas eran hasta de cuarenta grados bajo la sombra con el agravante de que no había sombra en ninguna parte.

Llegado el día se intensificaron los preparativos para el duro viaje, los soldados se desplazaban presurosos de un lugar a otro como hormigas desesperadas ante la inminencia de un aguacero.  Los motores zumbaban tratando de poner los motores a punto, los helicópteros se movían por los cielos como un enjambre de mosquitos atolondrados por la furia del viento, los oficiales gritaban órdenes que nadie parecía escuchar debido a la agitación y al ruido imperante, los pasillos estaban atiborrados, los morrales estaban llenos de utensilios y casi se reventaban, además las sirenas ululaban cada veinte minutos para anunciar que se aproximaba la hora del viaje y todos deberían estar listos.

- ¿Por qué tanto movimiento, señor ministro, acaso vamos a la guerra? Le preguntaba un periodista al responsable de la defensa nacional

-No señor, nunca habíamos estado en un momento de más tranquilidad, son movimientos de rutina que hacen las tropas cada determinado tiempo. No hay nada de qué preocuparse.

Dinos ayudó a Yosep a echarse el morral a la espalda y ahora le devolvía el favor a su compañero cuando fue alertado de que su nombre era mencionado por los altoparlantes. Se apresuró en la tarea de colaborarle a su amigo y cuando todo estuvo listo se acercó a la cabina de información para saber por qué su nombre se había escuchado en ese amplio salón. Por toda respuesta el encargado puso un sobre color caqui en sus manos y volvió a su tomar el micrófono en sus manos para ofrecer más información a sus precipitados oyentes. 

Continuará

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jueves, 17 de marzo de 2022

La sirenita Lilia, un libro para leer y recomendar



 Escrito por: Alejandro Rutto Martínez

La sirenita Lilia Es el título de un hermoso libro en el que se pueden  divisar varias temáticas sociales y sicológicas de particular importancia: el rapto de los niños que habitan en las playas de la Alta Guajira, el dolor que causa la desaparición de un ser querido y el drama de quien es alejado de su entorno, separado de su familia y criado en un entorno diferente al suyo.

La autora es Luz Karime Arends Cerchar explora los intrincados caminos del dolor incrustado en el corazón de una madre desposeída de una de sus más preciosas joyas, desnuda los padecimientos del paciente wayûu cuando es trasladado a otra ciudad en donde no entienden sus costumbres ni su idioma, y plantea las dudas y las preguntas casi siempre sin respuestas que se plantean quienes son adoptados cuando descubren que algunas piezas sueltes de su textura genética y sicológica no engranan con las características de los padres a quienes han considerado siempre como sus verdaderos padres.

El drama de    Lilia González Gouriyú, como se llamaba cuando era niña o de María   del Rosario Dueñas, nombre que se le asignó en el hogar en donde la   criaron, es el mismo de una persona que constantemente se cuestiona a sí misma por las marcadas diferencias físicas y emocionales que existen entre ella y quienes le rodean y nos hace recordar la fábula del águila que se crió en medio de las gallinas, con la diferencia de que ella nunca se olvidó de ser águila  y, en cambio, se inició una constante búsqueda para regresar al nido materno de donde nunca debió haber salido.

La desaparición de un ser querido es el preámbulo de la tragedia o la tragedia misma vestida de incertidumbre, duda, dolor, insomnio, desequilibrio emocional, esperanzas casi siempre fallidas y un duelo que nunca termina de elaborarse. Por todo eso pasó la familia de la niña que un día de mediados del siglo XX fue recogida por la tripulación de un barco en la playa cercana a Puuttuna, Alta Guajira, y trasladada a Cartagena en donde fue entregada a una familia que la crió como su propia hija, pero sin interesarse nunca en devolverla a los suyos.

En los alrededores de la playa donde la niña fue vista por última vez empezó a tejerse la leyenda de “la sirenita Lilia”, una bella niña wayûu a quien el mar había invitado a  entrar en  sus aguas para después convertirla en sirena.

Sin embrago, el libro de Luz Karime Arends, devela la verdadera historia y en unas pocas páginas logra enhebrar un vibrante relato que termina de una manera muy singular.

Por supuesto que no vamos a revelar ese final, que el lector podrá conocer gracias a que el Fondo Mixto para la Promoción de las Artes y la Cultura de La Guajira lo ofrece de manera gratuita  en esta dirección:    https://www.fondomixtoguajira.com.co/download/la-sirenita-lilia/

La autora del libro es mi exalumna del SENA Luz Karime Arends Cerchar, una acuciosa trabajadora social, nativa de Uribia,  en el seno de una familia wayûu de la comunidad de Taroa, resguardo de la Alta y Media Guajira, quien promete convertirse en una perpicaz investigadora que, de seguro, nos sorprenderá cuando vuelva a contarnos nuevas historias que hoy están sepultadas bajo las arenas del olvido o bien guardadas en el cofre de alguna sirenita misteriosa en  las playas de Puuttuna. 

jueves, 10 de marzo de 2022

El profesor: reconocimiento a Alejandro Rutto Martínez

 Por Jorge Parodi Quiroga

 


El inconmensurable poder transformador de las realidades sociales a través de la educación, es una verdad de Perogrullo. Nadie puede cuestionar el valor trascendental y revolucionario que en cada estadio de la humanidad, ha sido gestado a partir de la aprehensión del saber, su deconstrucción y su transmisión.

Por otro lado, tan determinantes como el conocimiento y su producción, resultan quienes lo saben transmitir, aquellos que con mística y devoción entregan su vida a la pedagogía. A la vanguardia de la transformación social, de la formación humanista y la construcción del ser, estarán siempre los soldados cuyas armas son la pizarra y el borrador.

La historia de la humanidad nos certifica que una sociedad educada, es una sociedad próspera. Así mismo, el letargo social, está íntimamente ligado a la carencia educativa y a la falencia pedagógica.

Otra sería la historia si las riendas de la vida nacional, en todos los órdenes, estuviera en manos de los que con cada acto, cada ejecutoria, pretenden formar, educar y enseñar. Necesitamos más profesores al frente de nuestro país, hemos probado por décadas con políticos de profesión y mercaderes de intención, y tenemos a la vista la debacle en la que nos han sumido.

Hoy me referiré a uno en particular, Alejandro Rutto, el profesor Rutto como es conocido, un señor alto y de aspecto noble, maicaero orgulloso, de facciones europeas (es de ascendencia italiana) pero de corazón y alma guajiras, vernáculas.

Al profesor Rutto, lo conozco no hace más de dos años, hemos coincido en el amor por la literatura, ambos somos miembros del colectivo literario Papel y Lápiz. Él es un escritor  fluido, cronista y hombre de radio. Su obra es abundante y generosa, rica en verbo, profunda en contenido. Es reflexivo en sus planteamientos, retador en sus propuestas.

Su pasión por la escritura, estimo yo, ha sido atizada por su incuestionable vocación pedagoga. Combina con maestría sus propias experiencias, enriquecidas con el influjo notable de sus lecturas que han de ser muchas y variadas, y las expresa con una particular empatía que hace agradable y fácil su comprensión. Es un cultor de las letras.

Asumo que su cabal entendimiento de la importancia de la educación y la transmisión del saber, provocó en él, como fulminante, el ánimo necesario para acometer empresas descomunales y nada fáciles, sobre todo en nuestras latitudes, para masificar la enseñanza y hacerla asequible.

No alcanzo a dimensionar el esfuerzo tan grande para hacer realidad que a su Maicao, la Universidad de la Guajira y el Servicio Nacional de Aprendizaje (Sena), de las cuales ha sido docente e instructor, llegaran con oferta educativa de calidad y presencial. Sí, al profesor Rutto se le debe en buena parte, que la posibilidad de los maicaeros por alcanzar un título académico, no significara un desplazamiento diario hasta la capital, Riohacha.

Por sus manos nobles han pasado un gran número de guajiros que hoy hacen parte del componente profesional de nuestro departamento, que han sido influenciados por las inquietudes intelectuales de un profesor que tiene humildad en el corazón, respeto en su trato y grandeza en sus actos.

En realidad pocas veces he tenido el gusto de compartir en persona con el profesor Rutto. Tampoco le he entrevistado previo a este escrito, ni siquiera consulté con él antes de sentarme frente a la pantalla de mi computador; pero creo que hay personas con una valía tal, que es imperativo resaltarlas, Rutto es uno de ellos.

Cuando supe que presentaría su nombre como aspirante al Congreso de la República, mi primera reacción fue de desacuerdo. No creí que esos escenarios de la política tan salpicados de corrupción y deshonestidad, fueran dignos de una persona como él.

Ha sido observando su desempeño pulcro durante estos meses de campaña, escuchando sus intervenciones en los debates públicos, siendo testigo de los ríos de personas que ven en él la esperanza de un verdadero cambio con justicia social, que he comprendido que esta nueva gesta del profesor que aprecia La Guajira toda, vale la pena.

Lo he visto en la plaza pública, nunca pierde su cadencia y su humildad, se ha enfrentado a maquinarias enquistadas en la política regional por años y fortalecidas con capitales que él no tiene, y siempre está sonriente, optimista, respetuoso, convencido de que su cruzada vale los esfuerzos y sacrificios que junto a sus amigos y su familia hace.


Ahora, me he convencido que es necesario darle una oportunidad a un educador como Alejandro Rutto, un hombre bueno y temeroso de Dios, quien ha demostrado con hechos durante toda su vida, una honestidad a toda prueba y el talante del guajiro que ama a su tierra y lo demuestra con sus actos más que con las palabras.

Muy seguramente de la mano del profesor Rutto, los tiempos de la justicia social que tanto añora La Guajira, han de llegar.

lunes, 7 de marzo de 2022

El profe Jaime Espeleta y el sacrosanto valor de los números

 Escrito por: Alejandro Rutto Martínez


Muchos años después de haber terminado mis estudios en la Universidad de La Guajira me encontré al profesor Jaime Espeleta en la puerta de la Catedral a la que ambos habíamos concurrido para asistir al sepelio de un amigo común. Lo saludé con el cariño de siempre y él me correspondió con su acostumbrada elegancia y efusividad.

Una vez más le di las gracias por haber contribuido en mi formación como profesional, a lo que respondió con su característica modestia:

-“No tiene nada que agradecerme, sólo cumplía con mi deber”

-¿Se acuerda profe que yo era uno de sus buenos estudiantes? ¿Se acuerda que yo le borraba el tablero al final de cada clase?

No me dio ninguna respuesta, pero en su rostro pude ver el esfuerzo que hacía para recordar los tiempos en que me había dado clases de Matemáticas III en la Universidad de La Guajira.

Me imagino que antes de responder quería asegurarse de decir la verdad.   Al leer su rostro meditabundo pude comprender que había iniciado un viaje retrospectivo en los caminos del tiempo.  En el maravilloso viaje a través de los calendarios pretéritos el profe debía llegar a 1985 para acordarse de este alumno que ahora estrechaba su mano.

Érase una vez los felices años ochenta. Por esos tiempos la Universidad de La Guajira comenzaba a emerger como la esperanza de centenares de jóvenes guajiros para convertirse en profesionales, un privilegio que muy pocos alcanzaban.

En esa época el profesor Jaime Espeleta se convirtió en una apasionante leyenda de las aulas y de los pasillos del viejo edificio ubicado en la vía a Valledupar. Dentro de las aulas explicaba con la destreza de un orfebre trabajando en el áureo metal los secretos de las ecuaciones, Las complejidades de las derivadas y las ilimitadas posibilidades de viajar por el tortuoso mundo de las integrales y las derivadas.

En los pasillos se hablaba de las rigurosas exigencias académicas del profesor Espeleta.  

-“Si le ganas la materia a Espeleta puedes considerarte ingeniero”, le comentaba un compañero a otro antes de presentarse  al inevitable examen final.

Con el paso de los semestres el profe Espeleta se convirtió en una especie de filtro para seleccionar sólo a los mejores candidatos a ser buenos ingenieros o administradores de empresas. Su fama crecía en proporción directa con el número de estudiantes que mencionaban su nombre y tomaban decisiones guiadas por el respeto o por el temor que su fama les causaba.

Quienes respetaban las ciencias exactas preferían matricularse en sus clases. Quienes les temían a los números hacían todos los esfuerzos posibles para no encontrarlo en su camino y evitarse un dolor de cabeza con el cálculo diferencial o las matemáticas aplicadas.

Las campanas de la Catedral nos indicaron que la misa había terminado, así que le volví a hacer la pregunta a mi antiguo profe.

-¿Cierto que yo fui de sus buenos estudiantes?

-Me contestó que ya no se acordaba, que había pasado mucho tiempo desde cuando coincidimos en el aula, él como profesor y yo como estudiante.

Al parecer se dio cuenta de que le había provocado un pequeño golpe a mi maltrecha autoestima delante de más de veinte personas que nos rodeaban y, antes de despedirse levantó la voz para afirmar:

-Si usted ganó matemáticas y se graduó, entonces es de los buenos, por que a mí solo me ganaban la materia los que estudiaban de verdad.

El profe Jaime Espeleta también fue de los buenos, de los que se esforzaban por enseñar y, a cambio, exigía que sus estudiantes se esforzaran por aprender.

En este momento, cuando nuestro insigne profesor ha partido hacia la eternidad, solo le pido a Dios que ponga consuelo en el corazón de su esposa Gladis Niño de Espeleta y de sus hijos Gladis Elena, Susan, Idenis, Diana y Jaime Alberto. 

Ojalá que un ángel del Señor borre el dolor de sus vidas como yo borraba el tablero después de cada clase. Y que el Espíritu Santo llene el inmenso vacío que nos deja nuestro querido maestro.

 

 

 

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