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Dios creó el cielo y la Tierra y todo lo que existe. Y todo es todo, pues también fue nuestro Padre Celestial el inventor del trabajo, según consta en el libro de Génesis: “«Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla; dominen los peces del mar ya las aves del cielo. Todos ya los reptiles que se arrastran por el suelo ». (Génesis 1:28)
Ser fructífero, multiplicarse, llenar la tierra, someterla, dominar los peces del mar y las aves del cielo y a los reptiles, todo eso debía hacer la primera pareja por órdenes del mandatario Supremo. No eran precisamente unas vacaciones las que iban a tener en el Paraíso terrenal. Luego vino la caída y, también por órdenes superiores, la salida precipitada hacia el exterior del apacible huerto.
El trabajo es muy antiguo y Dios lo creó como una forma de dominar la tierra y la naturaleza y nunca como un castigo. Hoy, sigue siendo una forma de crecer, de progresar y de alcanzar las metas que nos hemos propuesto.
Las mejores cosas de la vida se logran a través del trabajo. Y el trabajo se disfruta cuando se hace con amor, con verdadero amor. De ésta manera, además, lo que se haga será aún mejor y podremos sentirnos orgullosos de la obra realizada y del deber cumplido.
Todos tenemos por dentro un espíritu que nos impulsa a trabajar. Podemos dedicarnos a hacerlo por necesidad o por placer. Pero casi siempre trabajamos por una combinación de las dos anteriores: es necesario satisfacer unas necesidades y éstas nos empujan a trabajar. Pero si alguien lo hace con fastidio, a regañadientes y refunfuñando, se va a encontrar en una situación incómoda: su vida va a transcurrir en medio del dolor, la monotonía y la frustración.
Algunas personas trabajan en algo que no les gusta y por ello sufren lo indecible: están haciendo algo contra su voluntad y, además, deben hacerlo por obligación. Otras se dedican a laborar en lo que les gusta y se divierten mientras ayudan a otros y aún cobran por hacerlo. Sus niveles de angustia, estrés y preocupación son mínimos, mientras que los momentos de felicidad hacen parte de su día a día. Su bendición consiste en dedicarse a una actividad en la que disfrutan, porque la saben hacer bien y porque les gusta hacerla.
¿Usted ha visto a algún goleador aburrido por cumplir con su tarea de meter la pelota en los marcos contrarios? No lo verá nunca. Y pensar que le pagan por ser ovacionado y tratado como un ídolo.
Lo que tengamos que hacer hagámoslo. Si nos gusta, dediquémonos con pasión. Y, si por una desafortunada razón, tenemos que cumplir una tarea que no nos agrada, entonces hagámoslo con disciplina. La misma a la que acudimos cuando debimos acostumbrarnos a madrugar para llegar temprano a la escuela.
Dedícate pues a trabajar con empeño, pero mucha atención: así como la pereza es un vicio muy antiguo, el exceso de trabajo es un mal de la modernidad. Acostúmbrate a realizar tu trabajo dentro de los límites normales y por nada del mundo sacrifiques a tu familia, verdadera dueña de tu tiempo. Tampoco le dediques tanto tiempo al trabajo no productivo, pues te distrae de tus más importantes metas.
Se te informa que es la hora de abandonar la lectura. Hasta aquí llegamos. Ahora, a trabajar. Dios te bendiga.