Por: Blas Núñez
Las visitas frecuentes del candidato Juan Manuel Santos a las comunidades cristianas, con la venia de algunos pastores, al parecer en actitudes no muy santas y el énfasis por radio, televisión e internet en el supuesto ateísmo del candidato Antanas Mockus, son hechos que evidencian que no hubo límites por parte de algunas campañas en su afán frenético por sumar votos.
Esto podría pasar desapercibido en un país dónde los escándalos se presentan con mucha frecuencia, pero la Constitución Política de 1991 definió a Colombia como un estado laico; es decir, independiente de cualquier organización o confesión religiosa.
El artículo 19 de la carta magna establece la libertad de cultos, el 18 expresa que nadie será molestado por razón de sus convicciones o creencias y el artículo 16 añade que todas las personas tienen derecho al libre desarrollo de su personalidad. Estas libertades, aunque lógicas, costaron mucho tiempo de debates en las sociedades civilizadas, de manera que cualquiera que violente estos preceptos constitucionales está regresándose en el tiempo, en otras palabras es un retrógrado.
La supuesta fe o falta de ella en algún candidato no puede ser un criterio válido para censurarlo en una sociedad que se considere democrática; pues, el mensaje que queda en el ambiente es que no hay cabida para el pensamiento diferente.
Ahora bien, cualquiera puede decir creo en Dios, sobre todo en la recta final de un debate electoral; sin embargo, es preciso retomar aquella expresión bíblica, recordada por Jesús, la máxima figura del cristianismo: “Este pueblo de labios me honra; más su corazón está lejos de mí” (Mateo 15:8). De todas maneras descalificar a un candidato por sus creencias es el reflejo de una sociedad altamente intolerante, muy alejada de los altos niveles de civilización y que viola su propia constitución.
Dado que buena parte de la población se identifica con alguna forma de cristianismo, es preciso señalar que el libro canónico de los proverbios de Salomón, en el capítulo 29, versículo 2, expresa que “Cuando el justo gobierna, el pueblo se alegra; pero cuando gobierna el malvado, el pueblo gime”. En este punto del análisis vale la pena preguntarse ¿Qué es ser justo? ¿Es justo desviar la bienestarina de los niños y usarla para alimentar cerdos? ¿Dónde están los gobernantes justos cuando esto ocurre?
En contraste con la actitud adoptada por un sector del cristianismo fue grato ver a una monjita brincando al tiempo que batía la camiseta del candidato Antanas Mockus, durante el paso de la caravana de bienvenida al municipio de Riohacha, evidenciando que no todos los líderes religiosos se dejaron manipular por los rumores respecto a las posiciones que pertenecen al fuero interno del candidato y en las que nadie tiene derecho a meterse.
Para dirigir los destinos de un país se requiere, en lo posible, tener una serie de características con el fin de tomar las decisiones más importantes para el desarrollo social y económico del mismo. Esto suele llevar a muchos a pensar que el principal criterio para elegir un gobernante es su educación, formación específica y experiencia en el manejo de lo público, desconociendo que la falta de voluntad política es el factor que más retraso ha generado al país.
En la decisión del elector inciden muchas variables. Para un sector de los votantes lo más importante son las propuestas, aunque olvidan que el papel aguanta todo y que una buena propuesta no necesariamente representa la inteligencia y mucho menos la voluntad del candidato, sino la habilidad de sus asesores o copartidarios incluso para recurrir a la picardía a través de la copialina o copia.
En la segunda vuelta de la elección presidencial del 20 de junio, se define el destino de Colombia para los próximos cuatro años o quizá más; por ello, la importancia de votar a conciencia y respetando las libertades individuales por el futuro de las próximas generaciones.