Comunicarse, transmitir los sentimientos, son actividades que
se aprenden desde una edad muy temprana. Desde el vientre materno la nueva
criatura envía a sus padres algunos mensajes y así lo hará a lo largo de toda
su vida.
Comunicar lo que se
piensa, dar a conocer las necesidades
que se tienen, ponerse de acuerdo con otras personas, pedir ayuda, dar amor…las
actividades cotidianas más sencillas exigen que hay una comunicación permanente
y adecuada de acuerdo con las circunstancias.
La comunicación va cambiando al paso del tiempo y se impone la necesidad de aprender nuevas formas
de construirla, de vivirla y de hacerla efectiva. Es por eso que el nivel de
comunicación debe mejorar a medida que el individuo desempeña roles de mayor
responsabilidad, sobre todo cuando debe interactuar con colectivos más o menos
grandes, los cuáles a su vez tienen unos distintos niveles, siempre crecientes,
de exigencia.
Las personas somos seres en permanente comunicación y no lo
hacemos solo con la palabra hablada o escrita.
Comunicamos con la mirada, serena o intranquila; con el rostro, arrugado
o relajado; con el movimiento de nuestras manos, con los gestos que hacemos durante una
comunicación y aún con la postura que tenemos cuando estamo
s delante de un
interlocutor o frente a un auditorio.
La comunicación efectiva, es decir, la que produce los
resultados deseados, tiene varias
características, reglas y exigencias.
No se trata de que el comunicador tenga un lenguaje refinado o que se
sepa todas las reglas del idioma, sino que hable en la forma en que se
esperaría que lo hiciera de acuerdo con el rol que tiene en la sociedad y, además, algo muy importante: que los receptores lo entiendan y lo entiendan
bien.
La responsabilidad de
la comunicación reside principalmente en el emisor, pues se supone que es quien
desea transmitir un mensaje y que éste tenga un efecto. Por lo tanto está a su cargo el esfuerzo de
expresarse con claridad, utilizar los canales adecuados, estructurar un mensaje sin ambigüedades.
Quien quiera comunicarse debe hablar bien, escribir bien,
utilizar la entonación, el timbre y el volumen adecuado y, algo que también
cuenta, usar la postura adecuada ante sus oyentes.