-A buen entendedor pocas palabras, dijo Luis Augusto. ¿Eso quiere decir
que tu señora madre podría tenerme aquí más de tres horas como parte de una
generosa promoción para este buen cliente?
-Más o menos señor Luis, usted es muy inteligente, pero tranquilo. No la
está pasando usted tan mal.
-No señorita, no la estoy pasando nada mal. Y estaría mejor si no estuviera
preso, encadenado y sujeto a pedir permiso para todo
-No se queje señor Luis, descanse, ¿Le traigo café?
Dos tazas de café más tarde y cuando el sol se disponía a reposar entre
las cortinas del crepúsculo llegó Isabel. Bajó del auto con las compras que
había hecho para toda una semana.
-Hola Luis, ¿cómo la has pasado? Te cuento que tu carro es muy lindo,
grande, cómodo. Fui a visitar a una amiga y me tocó darle un paseo a ella y a
sus hijas. No querían creerme que yo fuera amiga del dueño de ese carrazo,
deberías dejármelo una semana.
Todos sonrieron por la ocurrencia. Isabel miró el reloj y su cara cambió
de color, hizo un gesto de horro y dijo:
-¡Cuatro horas!, caramba, han pasado cuatro horas desde que estás
encadenado…si proponernos te hemos dado una hora de más. Te vamos a cobrar el
valor extra del hospedaje.
Isabel pidió las llaves a Yadelis y ella misma liberó los dos candados
con lo que Luis Augusto recuperó totalmente su libertad. Además, le fueron
entregados su reloj y teléfono móvil.
Yadelis le ofreció un jugo de zapote con leche y le preguntó.
-¿Cómo se siente? Bastante bien, por el jugo y por hacer recuperado mi
libertad. Espero que me den la revancha un día de estos.
-Claro que sí señor Luis, no nos olvide, cuando guste lo estaremos
esperando con esta mecedora, este chinchorro
-…Y sin cadenas…interrumpió Luis. Bueno, yo me marcho antes de que se
arrepientan de dejarme en libertad.
Luis se despidió con mucho cariño de sus amigas, se montó a su auto y se
disponía a partir, cuando tocaron en la
ventanilla
-Se le olvida algo señor Luis, le dijo Yadelis
-¿Qué se me olvida?
-Un bulto de mangos maduros, respondió Isabel, aquí los tienes, a pesar
de que perdiste la apuesta
Luis recogió los mangos, se despidió de nuevo y emprendió el retorno
feliz y con el recuerdo que siempre lo acompañaría, la apuesta de Manaure.
FIN