Escrito por: Alejandro Rutto Martínez
Abraham sabía del juicio que Dios había decidido contra
las ciudades de Sodoma y Gomorra y comenzó a interceder por ellas. En el
capítulo 18 de Génesis se puede leer cómo el patriarca le rogaba a Dios que
perdonara a los justos residentes en esos lugares: “Y se acercó Abraham y dijo: ¿Destruirás también
al justo con el impío? (Gén. 18:23).
Al final de un extenso diálogo Dios le promete a Abraham
que no habrá destrucción si hay, aunque sea diez justos.
Antes de que Sodoma sea destruida llegan ángeles allí
y se hospedan en casa de Lot, sobrino de Abraham. A la mañana del día siguiente, tras superar
serios enfrentamientos con residentes locales, se proponen salvar al anfitrión
junto a su familia, conformada por su esposa y dos hijas.
En Génesis 19:15 se puede ver la manera en que los
ángeles apresuraban a Lot, para que no perdiera el tiempo y pudiera escapar de
lo que se venía: “Y al rayar el
alba, los ángeles daban prisa a Lot, diciendo: Levántate, toma tu mujer, y tus
dos hijas que se hallan aquí, para que no perezcas en el castigo de la ciudad”.
De
la historia de Abraham, Lot y los ángeles en el terrible suceso de ciudades
destruidas por su alta contaminación con el pecado se puede colegir que es la voluntad
de Dios perdonar a los justos, pero para esto es necesario inducirlos hacia la
obediencia y guiarlos para que se separen del mundo y sean bendecidos junto con
sus familias.
Era el caso de Lot, un hombre curtido no solo
por el sol y la arena que con frecuencia se fijaba en su rostro, sino también
por los años. Había vivido en un entorno de maldad y seguramente las
tentaciones tocaban a su puerta. Sodoma contaminaba. Sodoma seducía. Sodoma ofrecía
placeres a todo el que los buscara.
Hoy
no es diferente. El placer ronda por cada esquina y se hace latente en la
sociedad de las pantallas. No es necesario atravesar la puerta de la casa ni
los muros de la ciudad para encontrarse con los placeres del pecado. Éstos se
encuentran a un clic de distancia y saltan a la vista en la pequeña pantalla del
teléfono inteligente que conecta a las personas con lo bueno y lo malo del
mundo. Ahora no es necesario salir a buscar los placeres por que estos se
ofrecen con fuerza en el adminículo que reposa sobre la mesita de noche, en el
bolso y aún en el bolsillo del pantalón.
Por
esto hay que ayudar a los justos para que entiendan la gravedad del pecado y
los riesgos de dejarse contaminar, de sumergirse en sus aguas turbulentas y
advirtiéndole sobre los peligros físicos y espirituales.
Suele
ocurrir que los pecadores están muy cómodos en su zona de confort, disfrutan de
sus rutinas y no desean salir de ella. O, por lo menos no desean o no pueden
salir tan rápidamente. En otras palabras, se encuentran en la agradable suite
del pecado y lo último que quisieran es salir de ella. Es necesario ayudarlos a
considerar la necesidad de actuar con prontitud y con decisión. El precio de la
apatía, de la modorra, de la inacción, es muy alto: la ruina, el estancamiento,
la muerte.
La
tarea es motivar a los pecadores para que se muevan y se muevan rápido para que
puedan ser salvados de las llamadas del pecado.