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domingo, 24 de marzo de 2019

Salvado de las llamaradas



Escrito por: Alejandro Rutto Martínez

Abraham sabía del juicio que Dios había decidido contra las ciudades de Sodoma y Gomorra y comenzó a interceder por ellas. En el capítulo 18 de Génesis se puede leer cómo el patriarca le rogaba a Dios que perdonara a los justos residentes en esos lugares: “Y se acercó Abraham y dijo: ¿Destruirás también al justo con el impío? (Gén. 18:23). 

Al final de un extenso diálogo Dios le promete a Abraham que no habrá destrucción si hay, aunque sea diez justos.

Antes de que Sodoma sea destruida llegan ángeles allí y se hospedan en casa de Lot, sobrino de Abraham.  A la mañana del día siguiente, tras superar serios enfrentamientos con residentes locales, se proponen salvar al anfitrión junto a su familia, conformada por su esposa y dos hijas.

En Génesis 19:15 se puede ver la manera en que los ángeles apresuraban a Lot, para que no perdiera el tiempo y pudiera escapar de lo que se venía:Y al rayar el alba, los ángeles daban prisa a Lot, diciendo: Levántate, toma tu mujer, y tus dos hijas que se hallan aquí, para que no perezcas en el castigo de la ciudad”.

De la historia de Abraham, Lot y los ángeles en el terrible suceso de ciudades destruidas por su alta contaminación con el pecado se puede colegir que es la voluntad de Dios perdonar a los justos, pero para esto es necesario inducirlos hacia la obediencia y guiarlos para que se separen del mundo y sean bendecidos junto con sus familias.   

Era el caso de Lot, un hombre curtido no solo por el sol y la arena que con frecuencia se fijaba en su rostro, sino también por los años. Había vivido en un entorno de maldad y seguramente las tentaciones tocaban a su puerta. Sodoma contaminaba. Sodoma seducía. Sodoma ofrecía placeres a todo el que los buscara.

Hoy no es diferente. El placer ronda por cada esquina y se hace latente en la sociedad de las pantallas. No es necesario atravesar la puerta de la casa ni los muros de la ciudad para encontrarse con los placeres del pecado. Éstos se encuentran a un clic de distancia y saltan a la vista en la pequeña pantalla del teléfono inteligente que conecta a las personas con lo bueno y lo malo del mundo. Ahora no es necesario salir a buscar los placeres por que estos se ofrecen con fuerza en el adminículo que reposa sobre la mesita de noche, en el bolso y aún en el bolsillo del pantalón.

Por esto hay que ayudar a los justos para que entiendan la gravedad del pecado y los riesgos de dejarse contaminar, de sumergirse en sus aguas turbulentas y advirtiéndole sobre los peligros físicos y espirituales.

Suele ocurrir que los pecadores están muy cómodos en su zona de confort, disfrutan de sus rutinas y no desean salir de ella. O, por lo menos no desean o no pueden salir tan rápidamente. En otras palabras, se encuentran en la agradable suite del pecado y lo último que quisieran es salir de ella. Es necesario ayudarlos a considerar la necesidad de actuar con prontitud y con decisión. El precio de la apatía, de la modorra, de la inacción, es muy alto: la ruina, el estancamiento, la muerte.

La tarea es motivar a los pecadores para que se muevan y se muevan rápido para que puedan ser salvados de las llamadas del pecado.

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