Escrito por: Miguel Calderón Guerra
Ese día Luis Augusto se levantó con muchas ganas de cumplirle la promesa a su amiga Isabel a quien no veía desde mucho tiempo atrás. La había localizado por redes sociales y de esa manera supo que vivía en Manaure junto a su hija, en una casa algo apartada del pueblo. Ambos tenían ganas de reencontrarse, así que él le prometió que pasaría a saludarla cuando se le diera la oportunidad.
Leer la segunda parte de La apuesta de Manaure
La vida de Luis Augusto era un torbellino de acciones
en sus ocupaciones como gerente de ventas de una prestigiosa firma, dentro de
la cual había ganado cierto estatus, pero se había concentrado tanto en el
trabajo que ahora era una persona solitaria, sus días y sus noches giraban
alrededor de los compromisos de trabajo y había dejado en el olvido a los
amigos y a la mayor parte de sus conocidos.
Le había prometido a Isabel que la visitaría ese
sábado en la mañana.
-“Pero sólo puedo estar allá un rato, hasta el
mediodía” le había dicho
-¿Hasta el mediodía?, me parece muy corta esa visita
después de tanto tiempo, espero que cuando llegues cambies de opinión.
-No creo, pero nos vemos el sábado
El sábado llego y Luis Augusto emprendió el viaje
hacia Manaure. Se detuvo en Uribia en
donde compró una canasta de peras y manzanas, las frutas preferidas de Isabel.
Llegó a las 9 en punto de la mañana a la dirección indicada.
Isabel lo esperaba con alegría, aunque vestida como
hija de vecina, sin muchos arreglos personales ni maquillaje. Una gran alegría
se apoderó de la casa, una estancia amplia con una sala bien decorada y un piso
blanco y pulcro.
-Bienvenido a tu casa, aquí puedes venir cuantas veces
quieras para que te libres por un rato de ese trabajo que te ha hecho rico pero
que te está envejeciendo antes de tiempo
- Gracias Isabel, gracias, pero no tienes que
insultarme para brindar tu hospitalidad. Tú no cambias, esa lengua tuya es muy
brava.
En ese momento salió del cuarto una joven de cabello
ensortijado, mitad castaño y mitad rubio
-Te presento a mi hija Yadelis
- Mucho gusto Yadelis
-El placer es mío Luis Augusto, soy su nueva amiga y
con mugo gusto
Los tres rieron a carcajadas para celebrar la rima en
que se había convertido aquel saludo
Se sentaron en los puestos de la cabecera de una mesa
de madera de guayacán de ocho puestos bajo el techo fresco de un quiosco de
palma. Trajeron una jarra de agua de panela y le bajaron el volumen al radio en
el que se escuchaban canciones vallenatas.
El resto del tiempo la pasaron recordando las buenas
épocas de la primaria y de la secundaria en el Gimnasio Girardot. Se rieron al recordar las travesuras del “Canillón”
Rodríguez, de Paulino Polo de “Abecedario” Quintana y de las ocurrencias del
profesor Eudilio Duarte, quien recorría los pasillos jugando al yoyo, pero con
disimulo cuidaba de que todo estuviera en orden.
De pronto Isabel hizo remembranza de uno de sus recuerdos más impactantes de los
tiempos de la primaria
Continuará