Escrito por: Alejandro Rutto Martínez
Mahatma Gandhi: “Dios no ha creado fronteras. Mi objetivo es la amistad con el mundo entero”
Cuando estaba niño y lograba junto
con mis hermanos colarme en las conversaciones de los mayores, empecé a saber
lo que significaba la frontera: negocios tránsito de personas, ir y venir de
comerciantes de un lugar a otro, alcabalas, controles policiales y, por
supuesto, algunos escenarios de corrupción.
Yo nací y crecí en Maicao y en
nuestra tierra casi desde el vientre uno escucha hablar de esa línea imaginaria
situada cerca del pueblo en donde termina nuestro país y comienza otro país, al
que, también los mayores, esta vez en la escuela, nos enseñaron a querer,
porque era la patria del libertador Simón Bolívar.
En los tiempos en que crecíamos
vimos cientos; qué digo ciento… ¡Miles! De venezolanos de visitas y de compras en los almacenes del
centro de la ciudad. En la tertulia de la tarde los mayores que trabajaban en
el sector del transporte narraban con deleite las anécdotas del día y su
encentro con algún generoso cliente de quien habían recibido una inesperada y
jugosa propina, en bolívares por supuesto, una moneda apetecida, y bien cotizada,
pues un solo bolívar valía más de 16 pesos.
En los años ochenta comenzó a
decaer la economía venezolana y la llegada masiva de compradores no se produjo
nunca más.
A pesar de todo, los negocios que se hacían llevando mercancías de aquí
para allá, o transportándolas de allá para acá, le han dado vida al comercio de
Maicao y permiten que el corazón de nuestro pueblo palpite a pesar de sus inacabables
crisis.
Sin embargo, el nefasto 7 de
septiembre del 2015, ocurrió lo impensado: el Gobierno de Venezuela tomó la terrible
decisión de cerrar la frontera por el paso de Paraguachón, algo que no había
sucedido nunca en 500 años desde cuando a los españoles se les ocurrió la idea
insensata de trazar una línea imaginaria a través de un territorio
culturalmente indivisible como lo es la Península que desde tiempo inmemorial
es habitada por originarios con las mismas costumbres, la misma lengua y la
misma sangre.
La frontera no fue cerrada nunca ni
siquiera en los momentos más difíciles de los enfrentamientos entre Chávez y
Uribe, dos polos opuestos del pensamiento; dos estilos distintos de gobernar…en
fin, las antípodas de América Latina. Pero llegó Maduro y en un acto de soberbia
cambió quinientos años de historia estableciendo una mala réplica del Muro de
Berlín para dividir la Nación wayüu y separar familias, amigos y socios
comerciales.
Por eso, en estos días, cuando del
discurso de los gobernantes se deduce que estaría cercano el día en que las
barricadas sean quitadas del lugar en donde se encuentran mal atravesadas, los
hombres de frontera nos frotamos las manos y nos llenamos de esperanza con el
pensamiento puesto en el hecho de que algunas actividades comerciales se
reactivarán y la aguda crisis social y económica por la que atravesamos
comience a ceder.
Es cierto que las actuales
circunstancias de Venezuela no son las mismas de antes, pero también es cierto
que el hermano país es nuestro principal socio comercial, académico y cultural
y con ellos nos va mejor con la frontera abierta.
Hay que hacer un plan de contingencia y muy
rápido, para afrontar lo que pudiera venirse: invasión de desempleados
venezolanos (ya ocurre con la frontera cerrada); venta masiva de productos de primera
necesidad a los mercados venezolanos y desabastecimiento en el mercado
local ya ocurre también, aún con la
frontera cerrada) y la presencia de delincuentes disfrazados de gente honrada
(también sucede, desde hace varios meses, aún con la frontera cerrada).
Yo, a decir verdad no sueño solo
con la frontera abierta, sino con utópico mundo sin fronteras.
Pero como las
utopías son lejanas, prefiero soñar con el día cercano en el que, en un acto de
sensatez, desaparezcan los soldados y las barricadas. Y la frontera viva de
nuevo. Y podamos reencontrarnos los que hemos vivido separados por la
injusticia de una decisión que nunca comprenderemos.