Imaginarios y Fronteras, en esta ocasión iniciamos un recorrido por las rutas de la maicaeridad con el homenaje al profesor Ramiro Choles Andrade, quien fue el autor de la letra del himno a Maicao y un referente de la educación y la cultura local :
viernes, 10 de junio de 2022
Imaginarios y fronteras: leyendas de la maicaeridad
viernes, 3 de junio de 2022
Diálogo con la sirena
Escrito por: Genariel Pinsedo
-¿Hola
Sirena, cómo estás?
-Muy bien, pero
un poco ansiosa
-Y eso…¿por
qué?
-Quiero pegarte
otra vez
-¿Pero es muy
urgente? Ando tantito ocupado
-Yo diría que
sí es urgente, porque estoy muy muy ansiosa
-Pero no lo
entiendo, ya me pegaste hace tres días, aún no se me borran de la espalda las
huellas de los fajonazos
-Sí, pero vi
una película y me tiene muy ansiosa. Ella le pegaba a él con mucho carácter, y
se me subió la adrenalina
-¿Podrías
esperar a la tarde?
-No, no puedo
esperar a tanto
-Está bien,
salgo para allá ¿Algo más?
-Sí, trae tu
cinturón, el mío quedó un poco averiado el otro día
jueves, 2 de junio de 2022
El nacimiento de la princesa
Y como ha transcurrido gran parte del día y nadie me ha felicitado, les voy a hacer el reclamo porque hoy, hoy es día de mi cumpleaños. Se sorprenderán porque su memoria no les avisó y el supersabelotodo Facebook tampoco les avisó.
Bueno, en
realidad, cumplir años como tal…no. Pero en este día de hace un corto tiempo me
ocurrió algo muy bonito. ¿Quieren saber que fue?
Paso
entonces a contarle. Un 2 de junio me convertí en papá por primera vez.
La historia
es como sigue.
Habíamos
ido al altar y un año después Carlene, mi esposa, estaba en los días en que se
inicia la cuenta regresiva.
Un día de
mayo, poco antes de las elecciones presidenciales, fuimos de nuevo al hospital.
- “El bebé
puede nacer entre el 1 y el 10 de junio, nos dijo el doctor Jack Salá Mendoza
nuestro vecino del barrio San Martín y médico de cabecera, quien había tenido a
cargo los controles de rigor durante el embarazo.
-“Ojalá sea
el 10 para que sea el regalo de cumpleaños de mi papá” dijo Carlene emocionada
ante la probabilidad de esa afortunada coincidencia.
En cambio a
mí las cuentas no me daban, para que la
criatura fuera mi regalo del día del padre.
El primer
día de junio acudí la Universidad en Riohacha, presenté mi parcial de
sociología y me fui a la biblioteca a estudiar para el de administración
financiera. A eso de las 6 de la tarde emprendí el regreso a Maicao y cuando
llegué a casa me recibieron con la
noticia de que algo estaba sucediendo en el vientre de la madre primeriza:
-“Carlene
ya va a parir, se la llevaron a casa de la hermana Blanca, váyase rápido para
allá”
La hermana
Blanca no era sólo la pastora de la iglesia sino la mamá de Carlene, una mujer
celosa con su familia. Cuando su hija
comenzó a dar muestras de que estaba en las horas claves, se apoderó de ella,
la instaló en una habitación de su casa y mandó a llamar al médico. Allí
estaban reunidos los abuelos, tíos, y hasta la junta directiva de la iglesia.
Sólo faltaba la persona que a esa hora corría más rápido que los campeones
olímpicos de los cien metros planos para llegar al sitio en donde debería de
estar.
Cuando
llegué con el cuerpo inundado de sudor y la lengua de corbata el médico ya
venía saliendo. Quise preguntarle algo, pero él se adelantó:
-“Todavía
no es hora, cualquier cosa me llaman, voy a estar en la casa”
Y cuando
dijo “voy a estar en la casa”, señaló hacia una de las viviendas ubicadas en la
acera opuesta. Realmente teníamos muy cerca al doctor.
Y pobre de
él por vivir tan cerca. Su sueño era interrumpido cada dos horas, porque el
bebé anunciaba su nacimiento pero después retornaba a la placidez de su vida en
la burbuja de líquido amniótico en que era tan feliz.
A las 5 de
la mañana del día siguiente un ojeroso y envejecido médico en el enésimo exámen
a su atribulada paciente por fin dio la orden que todos esperábamos:
-“Vámonos
para el hospital, se acerca la hora”
Y nos
fuimos todos en una camioneta Wagonier con capacidad para siete personas en la
que de forma milagrosa y en abierto desafío a las leyes de la matemáticas, la
física (y de tránsito) nos encarapitamos más de una docena de pasajeros entre
quienes se incluían abuelos, tíos, vecinos, amigos. Cuando arrancábamos alguien
tuvo la cortesía de abrir también un campito para la parturienta y su médico.
En el
hospital esperamos un buen rato pendientes de los dos bombillo, uno azul y otro rosado que
anunciaría el nacimiento y el sexo del o
de la recién nacida.
A las 9:04
de la mañana la tranquilidad del hospital fue interrumpida por un fuerte llanto
que inundó habitaciones, pasillos, salas, jardines y siete cuadras
circunvecinas. Sobre el marco de la puerta se encendió el bombillo rosado y
todos nos fundimos en un fuerte abrazo y algunos alaridos de felicidad que sólo
fueron interrumpidos cuando el pastor Santander Ortega, abuelo de la niña nos
invitó a orar para dar gracias a Dios.
Había venido al mundo Genevi, nombre
que le eligieron sus abuelos, apócope de Genevieve, nombre en otro idioma de la
bella ciudad de Ginebra y que tiene varios significados dependiendo del idioma del
que se trate. En céltico es “ola blanca”; en francés y alemán: “de la raza de
las mujeres”.
Como defensor del idioma nuestro prefería
un nombre criollo fácil de pronunciar, común y hermoso como Juana, María, Dominga,
Isnelda (como la abuela) Perfecta o Domitila, pero la familia me los rechazaba
con serios gestos de desaprobación y acusaciones sobre supuesto mal gusto.
Me trancé con el rarísimo “Genevie”
pero logré imponer mis dos condiciones: 1. Que me permitieran “castellanizarlo” y 2. Que me dieran libertad para escoger el
segundo nombre. En uso de la primera condición decidí que el nombre se
escribiría Yenevi y el segundo nombre sería Carlene, en homenaje al amor con
que la sacrificada madre llevó en el vientre a semejante estrella de la belleza
y la inteligencia durante nueve meses.
Tal vez nada de lo que he contado
sea importante para usted, pero lo es
para mí que estoy cumpliendo años desde el día en que se encendió el bombillo
rosado para anunciarme que me había convertido en papá por primera vez.
Deportivo Riohacha, puro amor y fútbol
De pie: Amado Reales, Manuel Padilla, "Sapuca" Hernández, Héctor "El Oso" Arévalo, Luis Pérez y Roque Pérez, Inclinados: Edgar Almazo, Sabino Martínez,, Jorge Olivella, Luis Montaño y Osmani Barros |
Corrían los primeros años de la década de los 80 y en La Guajira, al igual que en el resto de los departamentos del Caribe, sólo se hablaba de Junior y Unión Magdalena. En 1979 Unión estuvo a muy poco de lograr su segundo título profesional y Junior había sido campeón en 1977 y 1980.
En Riohacha, con el liderazgo de Rafael Freyle, Lucky Cotes, Edgar Ferrucho y José Miguel Cotes, surgió este equipo que se consagró como uno de los mejores del país en la recién creada Segunda División del fútbol colombiano. Partido tras partido se consolidaba y mostraba buen fútbol, además de notables resultados ante los mejores de la región.
La campaña fue tan buena que le alcanzó para clasificar a las finales nacionales en compañía de Unión Magdalena en una demostración de superioridad sobre equipos como Junior, Sporting, Magangué, Soledad, Real Cartagena, Sabana Larga y Atlético Cesar, entre otros. Además, el equipo despertó tal fervor que en cada partido del local el estadio CalanCala (Hoy "Federico Serrano") tenía una gran asistencia de hinchas de Riohacha y Maicao.
Esta nómina corresponde al año 1985 y contaba con la dirección técnica de Pedro Vásquez, quien fue reemplazado después por Alfredo Griego.
De izquierda a derecha figuran Amado Reales; Manuel Padilla, Víctor "Sapuka" Hernández, Héctor "El Oso" Arévalo, Luis Pérez (maicaero) y el portero Roque Pérez. Inclinados están Edgar Almazo, Sabino Martínez, Jorge Olivella, Luis Montaño y Osmani Barros ("El Almirante" del área).
Sobre Jorge Olivella, un volante 10 de fútbol exquisito y una visión periférica notable, el periodista Francisco figueroa Turcios manifestó: "Si hubiera jugado en nuestros tiempos, estaría en uno de los mejores equipos de Europa"
En la final nacional, disputada en Ocaña, Norte de Santander, Deportivo Riohacha fue uno de los tres mejores equipos del campeonato organizado por la Difútbol.
Foto y alineación, cortesía de: Francisco Figueroa Turcios
Agradecimientos a: lachachara.org
miércoles, 11 de mayo de 2022
Las historias de Beruski (parte 8)
Escrito por: Mirollav Kesien
Leer Las historias de Beruski parte 7
¿Una luciérnaga?, se preguntó a sí
mismo. Si fuera una luciérnaga entonces no volaría sobre el océano sino sobre
la tierra.
¿Y si hubiera tierra cerca de donde
estaba?
Era casi imposible que así fuera,
se dijo, pero… ¿y esa luz, entonces de dónde provenía?
Si esa luz era real, si existía más
allá de los límites de su imaginación sólo podía provenir de alguna costa o de
una embarcación y, cualquiera de esas dos posibilidades era mejor que la de
estar en medio del océano aferrado a la sustancia volátil de la nada, sin
esperanzas y condenado a ser vencido por el cansancio, los calambres, la
debilidad y la desesperación.
Respiró profundo, permaneció
completamente inmóvil durante algunos minutos y luego se decidió a nadar hacia
el lugar desconocido en donde había visto la luz que ahora no podía encontrar
en el oscuro horizonte. Se dijo a sí mismo que no perdería nada pues le daba
igual morir en un lugar o en otro. Llegó a la conclusión de que si iba a
desfallecer lo haría luchando por su vida.
Se revistió de las pocas fuerzas
que le quedaban y emprendió su lucha contra las aguas embravecidas, de vez en
cuando se detenía a navegar aferrado a alguno de los numerosos peñascos que se
le aparecían como obstáculo pero también como pequeños puntos intermedios en
los cuales podía descansar.
Avanzó y avanzó aunque no llegaba a
ninguna parte. Tal vez su esfuerzo era
en vano y hubiera sido mejor permanecer en donde estaba antes de haberle creído
a la supuesta luz que le coqueteaba desde la supuesta playa que había resultado
ser una luz que lo engañaba desde la orilla de ninguna parte.
Se concentró para mirar de nuevo
hacia la dirección en que había creído ver la luz. Miró a la izquierda, se
detuvo en el centro y luego a la derecha. Iba a seguir en su observación, pero
sintió en la espalda el fuerte golpe de una ola con una potencia superior a
todas sus fuerzas.
Sintió que una fuerza apocalíptica,
la mayor con la que se hubiera enfrentado, lo arrastraba hacia el final de su
vida, sus pulmones no encontraban el oxígeno necesario para poder sobrevivir y
sus brazos cansados no encontraban dónde aferrarse.
Tanto esfuerzo y dolor, tanta lucha
contra las fuerzas de la naturaleza le hicieron perder el conocimiento.
Horas después abrió de nuevo sus
ojos, se movió con dificultad y se dispuso a nadar de nuevo, pero no sentía el
agua del mar. Abrió bien los ojos y observó que el sol del nuevo día comenzaba
a derramar sus auroras sobre su magullada humanidad. Y el agua había
desaparecido por una sencilla razón: ahora se encontraba en la una solitaria
playa de algún lugar del mundo.
Trató de incorporarse pero decidió
permanecer postrado. No sabía cómo darle gracias al Creador pero se mantuvo de
rodillas cierto tiempo. De su boca salía una sola palabra repetida numerosas
veces:
-Gracias, gracias, gracias, gracias
Miró a lo lejos y pudo observar
pequeñas embarcaciones amarradas con firmeza a un árbol. De algo podía estar
seguro: no estaba en una isla solitaria. Al amanecer se dio cuenta de que en la
playa había huellas e indicios de que los seres humanos acostumbraban a pasar
por ese lugar.
Celebró que estaba con vida y en un
lugar donde encontraría a otros seres humanos que tal vez podrían ayudarlo.
Lo que vio a continuación le
preocupó y lo llevó al estado de máxima
alerta y de nuevo le hizo caer en un dilema: mantenerse en donde estaba o
alejarse a toda prisa.
¿Qué era lo que sus ojos veían?