miércoles, 17 de julio de 2013
Municipio realizó inventario del Alumbrado Público y censo de luminarias dañadas
Riohacha, 16 de Julio de 2013. Con el fin de conocer con exactitud el número de luminarias fuera de servicio en el municipio, (apagadas por la noche y encendidas durante el día) la Administración Municipal realizó un censo de identificación de luminarias en la ciudad.
Finalizado el censo, se encontró que 2.562 luminarias se encuentran en esta condición, lo que equivale al 25% del total de luminarias existentes.
Con esta información el municipio procederá a efectuar la contratación que le permita la recuperación de todas las luminarias dañadas, para garantizar un mejor servicio a la comunidad.
Por otra parte, esta información también le servirá al municipio para la contratación definitiva del operador a largo plazo del servicio de alumbrado público, el cual se encargará de realizar las inversiones para la ampliación de cobertura en sectores de la ciudad y poblaciones donde no existen.
lunes, 8 de julio de 2013
Sigilfredo Silva: honras a un general de la iglesia
Por: Alejandro Rutto Martínez
El domingo 7 de julio se cumplieron las honras fúnebres de Sigilfredo Silva Torres, uno de los más reconocidos predicadores y pastores evangélicos de Colombia. Más de cincuenta años dedicados al ministerio, cientos de ministros formados y miles de almas llevadas a los pies de Cristo, son las credenciales que lo convirtieron en uno de los hombres de fe más influyentes en el Caribe colombiano y en la Iglesia Cristiana Cuadrangular.
Por eso el día de su sepelio las cosas no podían ser de otra manera: miles e personas provenientes de los más apartados barrios de Barranquilla y decenas desfilaron ante su féretro. Decenas de pastores de distintas ciudades, denominaciones y países se acercaron al la Iglesia Cuadrangular del barrio San José para acompañar a Sigilfredo Junior, Rebeca, Jonathan y Esteban, sus hijos.
Al evento estaban invitados todos: los pastores que lo acompañaron en el inicio de su ministerio; los hermanos de las iglesias de Barranquilla; los directivos de la Iglesia Cuadrangular a nivel nacional e internacional y, por supuesto, los familiares y los amigos. Y también quiso asistir, cierto personaje, que no estaba invitado y quiso ingresar al recinto. Luego les cuento de quién se trata.
La ceremonia fue sencilla y diferente a las que se estilan para estas ocasiones. Los hijos, serenos y tranquilos, hicieron uso de la palabra: contaron vivencias, recuerdos y facetas de su padre. Por momentos, incluso, estuvieron alegres y contaron anécdotas del hermano Sigi. Y las anécdotas, indefectiblemente conducen a la hilaridad y el buen humor.
¿Hilaridad y buen humor en unas honras fúnebres?
Aunque parezca extraño así fue. El evento se caracterizó por ser rico en alabanzas al Rey cantadas en un especial tono de adoraci´pon; por las oraciones de acción de gracias por la vida del fallecido ministro; por los testimonios en que se contaron historias sobre la forma en que Sigilfredo Silva influyó en la vida de las personas; por el sueños que alguien contó en el que una multitud de ángeles le hacía una calle e honor al siervo de Dios cuando arribó al cielo con la sonrisa que siempre tuvo.
Además, en las voces de cada orador, en sus rostros y en sus palabras, se percibía la convicción de que se estaban preparando para llevar al cementerio solo una parte del padre, amigo y pastor: su parte corporal, el empaque imperfecto utilizado durante setenta y cuatro años y que ya no necesitaría más. Su alma y su espíritu estaban compareciendo ante Dios, quien le daba una bienvenida no solo cordial sino sublime, en compañía de quienes se habían ido antes, especialmente su esposa Vicky Meza.
No hubo voces desesperadas, ni requiebros, ni desmayos. No fue necesario traer a los médicos de llevar a nadie en ambulancia al hospital hospital. Los llantos, la desesperación y el desánimo venían en el maletín del personaje que no pudo pasar de la puerta porque cuando se disponía a ingresar escuchó a Sigilfredo Junior cuando oraba a Dios que reprendiera todo espíritu de tristeza en ese lugar y en el corazón de quienes amaban al inolvidable pastor Sigilfredo Silva Torres.
Convencida de que no tenía nada qué hacer en ese lugar, la tristeza dio media vuelta y se marchó con su desánimo y su desesperación a otra parte.
Mientras todo eso sucedía, los demás pensábamos en la más lindas de las visiones. El pastor en su arribo al cielo, en medio de una calle de honor formada por ángeles de Dios.
hidden hit counterEl Maicao que me gusta
Por: Alejandro Rutto Martinez
El recuerdo del Maicao peligroso en que cada mañana anunciaban por la radio que habían amanecido cinco o seis muertos, no me gusta. El Maicao de las calles llena de barro y lodo, fuentes de mosquitos y enfermedades, tampoco me gusta. El Maicao de los tiros al aire para celebrar cualquier acontecimiento no me gusta para nada como tampoco el de las sequías prolongadas en el que la ciudad se divide en dos: los que tienen plata para comprar el agua a los carro tanques y los que no tienen agua ni para remedio.
No me gusta el Maicao del matadero antihigiénico ni el de sus calles y andenes repletos de basura, por que a algunos no se le ocurre mejor idea que tirar los desechos del comercio en la vía pública. No me gusta el Maicao de las bocinas estridentes, de los carros parqueados en cualquier lugar y el de los caminantes sin espacio para andar. Les soy sincero, el Maicao anteriormente descrito no me gusta y creo que tampoco le gusta a la mayoría de sus habitantes.
Si por casualidad usted alguna vez visitó la tierra “del ensueño de mi edad primera” y en su mente y sus pensamientos quedaron las imágenes que hemos relatado, déjeme decirle que usted no conoce aún al verdadero Maicao. Por eso se me ocurre que es mi deber hablarle del Maicao que a mí me gusta, al que amo y por el que tengo una “traga” parecida a la del adolescente por la primera mujer que ha sido capaz de moverle el piso y las hormonas. En primer lugar me gusta el Maicao de las algarabías infantiles en la puerta de los colegios.
Soy feliz situándome en la acera del frente, a la hora de la entrada o de la salida y ver ese desfile de pequeños ángeles con rostro humano y escucharlos en el infinito compartir de sus sueños, de sus dulces travesuras, de sus increíbles ilusiones y de sus pequeñas disputas y su inexplicable capacidad para comer mango viche con sal y limón.
Cuando veo la puerta de las escuelas convertidas en un hormiguero o humano, sonrío convencido de que Dios no se ha aburrido todavía de la humanidad y tampoco de Maicao.
Me gusta el Maicao de los periodistas legendarios, algunos de los cuales disfrutan de un lugar en su morada de la eternidad, pero aún así resisten a los embates del olvido. Recuerdo sus voces torneadas por la experiencia de miles de horas al aire y su olfato para encontrar la noticia aunque estuviera escondida debajo de las piedras a orillas de la laguna de Majupay o en las profundidades de una pegajosa canción de Roberto Solano.
Me gusta, a propósito el Maicao que por años fue casa del maestro Carlos Huertas y cuna de sus hijos. Me gusta el Maicao, vuelve y juega, de Roberto Solano y Mario Valdelamar. El Maicao en el que se incubaron buena parte de los versos primigenios de Víctor Bravo y en donde Abel Medina decidió un día que su pluma servía no solo para enhebrar historias sino para auscultar en la historia del vallenato.
Me gusta el Maicao de las tertulias matinales en las esquinas de los barrios en las que, aún antes de que el sol derrame su poderosa luz desde el oriente, los vecinos se encuentran para hablar de esto y de aquello y de éstos y de aquellos. Conversaciones familiares y comunitarias de las que casi no se ven en los tiempos del internet y de los celulares. Conversaciones en las que junto a la olla de café humeante se arreglan buena parte de los problemas de Maicao y del mundo.
Este Maicao, el del celo intensamente azul, el de su cultura variopinta, el de los tres idiomas el de la limonada fría en frascos de vidrio y el tinto durante las veinticuatro horas del día, es el que a mí me gusta. Y por el que tengo una “traga” parecida a la del que se enamora por primera vez.
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El recuerdo del Maicao peligroso en que cada mañana anunciaban por la radio que habían amanecido cinco o seis muertos, no me gusta. El Maicao de las calles llena de barro y lodo, fuentes de mosquitos y enfermedades, tampoco me gusta. El Maicao de los tiros al aire para celebrar cualquier acontecimiento no me gusta para nada como tampoco el de las sequías prolongadas en el que la ciudad se divide en dos: los que tienen plata para comprar el agua a los carro tanques y los que no tienen agua ni para remedio.
No me gusta el Maicao del matadero antihigiénico ni el de sus calles y andenes repletos de basura, por que a algunos no se le ocurre mejor idea que tirar los desechos del comercio en la vía pública. No me gusta el Maicao de las bocinas estridentes, de los carros parqueados en cualquier lugar y el de los caminantes sin espacio para andar. Les soy sincero, el Maicao anteriormente descrito no me gusta y creo que tampoco le gusta a la mayoría de sus habitantes.
Si por casualidad usted alguna vez visitó la tierra “del ensueño de mi edad primera” y en su mente y sus pensamientos quedaron las imágenes que hemos relatado, déjeme decirle que usted no conoce aún al verdadero Maicao. Por eso se me ocurre que es mi deber hablarle del Maicao que a mí me gusta, al que amo y por el que tengo una “traga” parecida a la del adolescente por la primera mujer que ha sido capaz de moverle el piso y las hormonas. En primer lugar me gusta el Maicao de las algarabías infantiles en la puerta de los colegios.
Soy feliz situándome en la acera del frente, a la hora de la entrada o de la salida y ver ese desfile de pequeños ángeles con rostro humano y escucharlos en el infinito compartir de sus sueños, de sus dulces travesuras, de sus increíbles ilusiones y de sus pequeñas disputas y su inexplicable capacidad para comer mango viche con sal y limón.
Cuando veo la puerta de las escuelas convertidas en un hormiguero o humano, sonrío convencido de que Dios no se ha aburrido todavía de la humanidad y tampoco de Maicao.
Me gusta el Maicao de los periodistas legendarios, algunos de los cuales disfrutan de un lugar en su morada de la eternidad, pero aún así resisten a los embates del olvido. Recuerdo sus voces torneadas por la experiencia de miles de horas al aire y su olfato para encontrar la noticia aunque estuviera escondida debajo de las piedras a orillas de la laguna de Majupay o en las profundidades de una pegajosa canción de Roberto Solano.
Me gusta, a propósito el Maicao que por años fue casa del maestro Carlos Huertas y cuna de sus hijos. Me gusta el Maicao, vuelve y juega, de Roberto Solano y Mario Valdelamar. El Maicao en el que se incubaron buena parte de los versos primigenios de Víctor Bravo y en donde Abel Medina decidió un día que su pluma servía no solo para enhebrar historias sino para auscultar en la historia del vallenato.
Me gusta el Maicao de las tertulias matinales en las esquinas de los barrios en las que, aún antes de que el sol derrame su poderosa luz desde el oriente, los vecinos se encuentran para hablar de esto y de aquello y de éstos y de aquellos. Conversaciones familiares y comunitarias de las que casi no se ven en los tiempos del internet y de los celulares. Conversaciones en las que junto a la olla de café humeante se arreglan buena parte de los problemas de Maicao y del mundo.
Este Maicao, el del celo intensamente azul, el de su cultura variopinta, el de los tres idiomas el de la limonada fría en frascos de vidrio y el tinto durante las veinticuatro horas del día, es el que a mí me gusta. Y por el que tengo una “traga” parecida a la del que se enamora por primera vez.
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¿Qué es La Guajira?
Por: Hernán Baquero Bracho
La Guajira no es la Costa Atlántica, tampoco el litoral Caribe, La Guajira es el desierto, con sus atardeceres ardientes, las cicatrices arenosas de sus caminos interminables que se pierden en el mar, La Guajira son sus rancherías donde las wayuu tejen chinchorros eternos para príncipes epiayus, es el sabor del chivo; el aire impregnado de sal y de mar de Manaure; la vida que estalla en el Cabo de la Vela; las noches de parranda vallenata; los barcos que llegan a buscar el carbón y los otros que traen mercancías legales para Maicao; los pueblos de pescadores donde todos los relojes se desaceleran y el tiempo comienza a marchar al ritmo de los sentimientos; tiempos distintos para amar, para bailar la chichamaya, para contemplar la Sierra Nevada, la presa del cercado de la Represa del Ranchería y de las exuberantes tierras del sur de La Guajira y del municipio de Dibulla, tiempo para odiar, inclusive .
Esa Guajira, la de los sentimientos crudos, cocinándose lentamente a fuego lento de paisajes, se ha venido transformando. Los grandes días han venido pasando con sus minas de carbón, cuyas regalías mal o bien pero se han invertido. Trenes trepidantes que rompen a golpes de carrilera el apacible horizonte, palas mecánicas y eléctricas que excavan el depósito de los sueños de riqueza de Aureliano Buendía, minas de carbón en lugar de pescaditos de oro, camiones de cientos de toneladas que compiten en velocidad con las nostálgicas mulas, cabalgadas por mantas multicolores, pequeños arco iris galopantes en medio del desierto de la nostalgia. yacimientos de gas en los sitios donde antes se conseguían los rojos corales para adornar cuellos de adolescentes, las blancas perlas naturales hoy desplazadas por el procedimiento antinatural de las perlas cultivadas y grandiosas langostas que competían con la tortuga frita de madrugada en una dieta donde está incluido el paisaje.
Es La Guajira donde ya no se habla de trochas sino de gasoductos, de nuevas industrias, de ese concepto casi tan distante La Guajira de Bogotá; el concepto de progreso. Un grupo de jóvenes, gobernador, diputado, técnicos, profesionales, senador y parlamentarios, alcaldes, concejales, han salido de esa nueva Guajira, como el agua del fondo de la arena, para luchar por lo suyo y defender la riqueza sobre la cual trasegaron sus antepasados buscando el oro liquido de antaño, el agua.
Allí están reunidos estudiando a la luz de la misma “luna de arena” de Camacho Ramírez, la forma de salir de los mil años “a bordo de sí mismos” que escribiera Zalamea. Pero La Guajira sigue sufriendo, por un lado Corelca se llevó las mayores utilidades por la cuenta de luz del Cerrejón, la nación vendió al Cerrejón y todavía de las utilidades que le correspondían a La Guajira no hemos recibido nada, algunos tiburones empresariales se apropian de la distribución y del procesamiento de su gas, el nuevo sistema general de regalías donde el gobierno nacional le quitó a la región lo que por derecho propio y por constitucionalidad le pertenecía, donde Manaure está atrasada, así como Uribia, le falta desarrollo, sus defensores apenas irrumpen. Tierra de contrastes recortados, estoy seguro de que La Guajira saldrá adelante a pesar de tantas ignominias que se han tejido sobre ella. Esta es La Guajira, mi Guajira, La Guajira de todos nosotros.
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