Por: Hernán Baquero Bracho
La Guajira no es la Costa Atlántica, tampoco el litoral Caribe, La Guajira es el desierto, con sus atardeceres ardientes, las cicatrices arenosas de sus caminos interminables que se pierden en el mar, La Guajira son sus rancherías donde las wayuu tejen chinchorros eternos para príncipes epiayus, es el sabor del chivo; el aire impregnado de sal y de mar de Manaure; la vida que estalla en el Cabo de la Vela; las noches de parranda vallenata; los barcos que llegan a buscar el carbón y los otros que traen mercancías legales para Maicao; los pueblos de pescadores donde todos los relojes se desaceleran y el tiempo comienza a marchar al ritmo de los sentimientos; tiempos distintos para amar, para bailar la chichamaya, para contemplar la Sierra Nevada, la presa del cercado de la Represa del Ranchería y de las exuberantes tierras del sur de La Guajira y del municipio de Dibulla, tiempo para odiar, inclusive .
Esa Guajira, la de los sentimientos crudos, cocinándose lentamente a fuego lento de paisajes, se ha venido transformando. Los grandes días han venido pasando con sus minas de carbón, cuyas regalías mal o bien pero se han invertido. Trenes trepidantes que rompen a golpes de carrilera el apacible horizonte, palas mecánicas y eléctricas que excavan el depósito de los sueños de riqueza de Aureliano Buendía, minas de carbón en lugar de pescaditos de oro, camiones de cientos de toneladas que compiten en velocidad con las nostálgicas mulas, cabalgadas por mantas multicolores, pequeños arco iris galopantes en medio del desierto de la nostalgia. yacimientos de gas en los sitios donde antes se conseguían los rojos corales para adornar cuellos de adolescentes, las blancas perlas naturales hoy desplazadas por el procedimiento antinatural de las perlas cultivadas y grandiosas langostas que competían con la tortuga frita de madrugada en una dieta donde está incluido el paisaje.
Es La Guajira donde ya no se habla de trochas sino de gasoductos, de nuevas industrias, de ese concepto casi tan distante La Guajira de Bogotá; el concepto de progreso. Un grupo de jóvenes, gobernador, diputado, técnicos, profesionales, senador y parlamentarios, alcaldes, concejales, han salido de esa nueva Guajira, como el agua del fondo de la arena, para luchar por lo suyo y defender la riqueza sobre la cual trasegaron sus antepasados buscando el oro liquido de antaño, el agua.
Allí están reunidos estudiando a la luz de la misma “luna de arena” de Camacho Ramírez, la forma de salir de los mil años “a bordo de sí mismos” que escribiera Zalamea. Pero La Guajira sigue sufriendo, por un lado Corelca se llevó las mayores utilidades por la cuenta de luz del Cerrejón, la nación vendió al Cerrejón y todavía de las utilidades que le correspondían a La Guajira no hemos recibido nada, algunos tiburones empresariales se apropian de la distribución y del procesamiento de su gas, el nuevo sistema general de regalías donde el gobierno nacional le quitó a la región lo que por derecho propio y por constitucionalidad le pertenecía, donde Manaure está atrasada, así como Uribia, le falta desarrollo, sus defensores apenas irrumpen. Tierra de contrastes recortados, estoy seguro de que La Guajira saldrá adelante a pesar de tantas ignominias que se han tejido sobre ella. Esta es La Guajira, mi Guajira, La Guajira de todos nosotros.
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