Una ciudad tiene su historia escrita en las arrugas que surcan el rostro amable, generoso y bello de sus ancianos, quienes en sus años de energía y fortaleza invirtieron en ella su amor, su dedicación y sus ilusiones para que otros viajeros del tiempo pudieran conocerla y disfrutarla.
Una ciudad, una ciudad verdadera, se posa sobre el sentido de pertenencia de sus habitantes todos, porque no somos solo de la ciudad en la que nacimos o nos criamos sino en aquella que nos recibe y con magnanimidad permite que la planta de nuestros pies se pose sobre su suelo.
Una ciudad, una verdadera ciudad, es una construcción colectiva en la que todos hacemos un aporte para lograr que sus estructuras sean sólidas, fuertes y firmes y resistan los embates de los tiempos adversos y se levante con vigor ante la desolación de la indiferencia. En esa construcción colectiva el pegamento es la mano amiga de cada ciudadano y su intención irrevocable de dar antes que pedir; de entregar antes de exigir; de mirar al horizonte posible del progreso antes de arrojarse a la tribulación y al desespero.
Una ciudad, una verdadera ciudad, alberga a personas convencidas de que el bien general es más importante que los beneficios personales. Por eso cada buen ciudadano se comportará de manera que su vida, su filosofía y forma de actuar estará orientada a producir las condiciones necesarias para que exista un clima en donde todos se sientan respirando el aire de los ganadores. Y en donde, por supuesto, nadie sienta que está ante la faz indeseable de la derrota.
Una ciudad, una verdadera y gran ciudad ha decidido jugársela con un conjunto de leyes justas y equitativas respetadas por todos. Y serán leyes respetadas, acatadas y defendidas. Y el respeto a la legalidad, creará un contexto de confianza en donde todos sepan los deberes que deben cumplir y tengan confianza en sus derechos y puedan ejercerlos libremente.
Una ciudad, una verdadera ciudad, promoverá el uso de las buenas costumbres. Las nuevas y las viejas. Y se verá el respeto de los niños a los mayores y la caballerosidad no será una fantasía. Los vecinos vivirán en armonía y cada quién cuidará a los demás. Nadie destruirá ni tomará lo que es de todos ni permitirá que otro lo haga. Las buenas costumbres no estarán escritas en los códigos pero estarán escritas con letras indelebles en el corazón de cada ciudadano y ciudadana.