Por: Alejandro Rutto Martínez
En los años ochenta, por aquellos días tan difíciles en que el bolívar venezolano sufrió el mayor descalabro de su historia, hubo una extremada preocupación sobre la suerte futura de aquella que por diez años consecutivos había sido probablemente la ciudad más próspera de la Costa Caribe colombiana.
En efecto, el bajonazo de la moneda venezolana significó la retirada inmediata de la mayor parte de los compradores de un comercio cuya bonanza irrigaba a todos los hogares de la ciudad y se mani9festaba en buena parte de los hogares de los departamentos costeños.
La ausencia de compradores significó una baja ostensible y abrupta en las ventas y el consecuente cierre de establecimientos comerciales, despido de personal y una melancolía que presente en cada rincón del pueblo. La situación se agravaba por que el bolívar, cuya primera baja lo llevó de una cotización de $16.50 a $6.0, seguía bajando y el tobogán de su devaluación lo llevaba sucesivamente a $5, $4, $3…
No se había repuesto bien Maicao de ese duro golpe cuando el gobierno colombiano también comenzó a tomar medidas de restricción a la entrada de mercancías procedentes desde Maicao hacia otras ciudades colombianas.
El ministro de hacienda del presidente Virgilio Barco Vargas quien por ese entonces era César Gaviria Trujillo, comenzó a hablar con insistencia de la internacionalización de la economía y, por lo tanto, de una apertura del país al ingreso de mercaderías extranjeras. Gaviria Trujillo pasó del dicho al hecho cuando fue elegido presidente en 1.990 y entonces la situación de Maicao empeoró de manera dramática, pues dejó de ser uno de los puntos casi exclusivos por donde entraban las mercancías extranjeras, pasó a ser un proveedor más de los hogares y de los comercios minoristas de diversas ciudades.
Si antes, durante la crisis del bolívar, a Maicao se le había expedido anticipadamente la partida de defunción, ahora no había más remedio que darle cristiana sepultura. Y así lo veían los entendidos. El futuro de Maicao era verdaderamente oscuro y lo único que hacía ver una débil lucecita al final del interminable túnel, era la creación de la Zona de Régimen Aduanero Especial de Maicao, Uribia y Manaure, creada en la década de los años noventa.
El desbarajuste del comercio fue total y las crisis fueron recurrentes. El bolívar bajó a niveles impensables y los controles de las autoridades colombianas se hicieron cada vez más rigurosos. Sin embargo, cada vez que se le tomaba el pulso a la ciudad los observadores comprendían con sorpresa que el corazón del enfermo seguía palpitando y no daba señales de que se fuera a parar.
En conclusión, fue necesario romper el certificado mortuorio y cancelar las honras fúnebres porque Maicao no se murió y, a juzgar por la opinión de los maicaeros, no tenía muchas ganas de morirse en los próximos mil años por lo menos.
Hoy el corazón del ex enfermo late con más fuerza que nunca. Hay un hecho que le da vida a Maicao a pesar de la baja cotización del bolívar y de su precario comercio con otras ciudades del país: La economía de Maicao dejó de depender de los negocios con los visitantes y se fundamenta, principalmente, de los múlti8ples negocios que los maicaeros hacen entre ellos.