Por: Enrique Herrera Barros
Quo vadis Ríohacha?.
Oculis mondis veris.
Para quitarme las dudas y saber si era verdad lo que me habían dicho, hice como Santo Tomás, me metí al agua en el mar de Riohacha, frente al bar, que se llama Nordeste, en la Avenida 14 de Mayo, o Avenida Primera, donde ya él, se tragó la cancha, donde se hacían los campeonatos de futbol-playa en Semana Santa, y donde se presentaban espectáculos gratuitos para los turistas, donde los harán ahora?
De arrancada, la playa se mantiene llena de zargazos, parece que estuviera en la época, en la que Cristóbal Colón llegó a la América, cuando según él, encontró a los indios encueros, con las manos metidas en los bolsillos.
Y cuando te metes al agua, el suelo tiene un lodo desagradable que ya no acaricia la planta de los pies, sino que te produce una sensación desagradable indescriptible, se siente temor, porque se piensa, que vas a encontrar algo azaroso en ese fango, y todo esto porque el mar ya no saca el barro que le deposita el río, porque no hace el trabajo de centrifuga, que hacía que el lecho marino se auto limpiara permanentemente.
Ya se está acercando el mar poco a poco al malecón, dentro de unos meses podrán bañarse los muchachos, tirandose desde las columnatas que tienen los símbolos wayuus y habrá que sacar a la Vieja Mello, otra vez para que le jondee la corona y lo retire, porque por los vientos que soplan habrá turista ahogaos bajándose del taxi en las puertas del Arimaca.
Es tan bueno el trabajo que ha hecho el mar, que ya está sacando los espolones viejos, con el fin de que los sabios que hicieron los nuevos, se den cuenta de la embarrada de su trabajo, debe estar el padre García Herreros, patriarca honesto y alma bendita, retorciéndose en su tumba, de ver el mal que su organización le causó a Riohacha y apúrese gobernador, a hacer el contrato del relleno de que hablaron alguna vez, para juntar los espolones nuevos, para que toda esta hecatombe que estoy presagiando no sea cierta.
Pero, no hay mal que por bien no venga, decían los viejos, cuando el agua llegue al malecón, los cayucos dibulleros cargados de plátanos, frutas y verduras, que tiempos aquellos, podrán acoderarse como antaño, en las costillas del malecón, y podremos trasladar el mercado, a la orilla de la playa, como están en las grandes ciudades y volveremos a disfrutar del olor de la guayaba y la arepuela, mas no del fétido ambiente que hoy se respira por el orín y la porquería que dejan los transeúntes furtivos de la noche, ni del hedor de la “surgencia”, nombre con el que quisieron tapar el desastre que ya se ve en las playas riohacheras.
Siendo así volveremos a escuchar el sabroso grito de “tortuga frita”, cuando lo hacían los vendedores de Mello y Carmela Reina y luego al medio día, el clamor de Fefa la de Monchei cuando anunciaba, “plátano horneao y las bolas de coco” con un plañidero renuente de “ayúdenme a vivir carajo.” Todo esto, gracias a la irresponsabilidad de mandatarios que por ganarse unos pesos se tiraron la plata de la leche, perdón, la playa.
Me pregunto, que le vamos a asar si todo es hueso? Y que le vamos a vender a los turistas cuando inmisericordemente hemos pregonado que Riohacha está de espaldas al Mar? Entonces cual es el frente.
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Se jodió Pindanga.