Por: Danny Daniel López Juvinao
En la modernidad colombiana, cuando las regiones se debaten entre la racionalidad política evolutiva y la continuidad neoclásica armamentista; a las puertas de nuevos debates electorales que podrían vislumbrar nuevos horizontes en el quehacer social de un estado con tendencias globalizadoras donde se priman los intereses de las grandes organizaciones y se limosnea a los estratos bajos. Bajo dicho contexto nacional, ¿Qué se puede auscultar en el departamento más al norte de Colombia?
La triste realidad nos indica que se está a años luz de vivir en un escenario políticamente ético y democráticamente limpio; cada vez se evidencia con mayor ahínco como la gestión pública se convierte en un descarado negocio en los municipios de La Guajira, donde se prioriza el porcentaje de utilidad para el administrador de turno y se aparta cuidadosamente la cuota financiera para quienes aportaron sus recursos en la campaña, los grandes inversionistas y los vividores.
Es así como, la salud en vez de visionarse como un sector básico para la protección social, se cataloga como un sector sumamente rentable donde se concentra una buena parte del erario público, de igual forma, el sector educativo se irrespeta pese a tratarse de dineros sagrados, no se giran oportunamente los rubros correspondientes, se da un manejo mezquinamente antojado a los intereses de los caciques políticos convencionales, quienes de cada contrato extraen su jugosa tajada.
El asunto de la política corrupta en el departamento va incluso mucho más allá, cuando se expone la subjetividad e inoperancia de las interventorías (amigas del gobierno), la compra de líderes comunales, la inexistente participación ciudadana (todos sumidos bajo una monarquía), la politización de los sectores cultural y deportivo que le conducen a unos nefastos resultados, y la ejecución de proyectos innecesarios que se realizan o para compensar las actividades de quienes participaron en campaña o sencillamente porque dejan mas plata.
De esta forma, la planeación en los entes territoriales ha pasado a ser un departamento decorativo que se viola a merced de los favores políticos y se arrodilla flexiblemente ante la sucia corrupción; los planes de desarrollo son un acomodo coyuntural carente de visión, y la prospectiva se rinde ante los pies de los proyectos clásicamente más rentables para los contratistas, como lo son, las aulas escolares en zonas rurales, el repoblamiento de especies caprinas, los jagüeyes y los proyectos de pavimentación, entre otros.
Ante la enorme adversidad, La Nueva Ola de jóvenes políticos no puede dejarse nublar por semejante dilema que afronta la sociedad guajira, se tiene la oportunidad de “limpiar” la manera de hacer política social y electoral en La Guajira; se deben entonces rechazar los viejos modelos y crear espacios donde la juventud primeramente exprese su querer y mediante el mejoramiento continuo de su perfil, afronte el destino que por reemplazo natural le corresponde, ahora sí, con ética, transparencia y honestidad.