Por: Alejandro Rutto Martínez
La de los escenarios deportivos en la guajira es, efectivamente, una historia triste. Y esa historia desafortunada se está viendo reflejada en el deporte y en los deportistas, quienes carecen de lugares bien adecuados en donde desarrollar esta práctica humana, considerada como una de las que más contribuye en el mundo a formar hombres y mujeres de bien.
La de los escenarios deportivos en la guajira es, efectivamente, una historia triste. Y esa historia desafortunada se está viendo reflejada en el deporte y en los deportistas, quienes carecen de lugares bien adecuados en donde desarrollar esta práctica humana, considerada como una de las que más contribuye en el mundo a formar hombres y mujeres de bien.
La Guajira no se ha caracterizado propiamente por tener instalaciones deportivas con el lleno de todos los requisitos. Sin embargo nunca como ahora hacen tanta falta los estadios y coliseos, las canchas y los gimnasios para que los jóvenes y, en general, los ciudadanos de todas las edades, puedan dedicarse al deporte de sus preferencias.
El caso del estadio Federico Serrano Soto de Riohacha es el caso más triste de todos. Este escenario podría considerarse como el templo del fútbol guajiro y la cuna de los más importantes futbolistas de todas las épocas. Además en un pasado a todas luces mejor fue el lugar en que escribieron páginas de gloria varios equipos de la ciudad y el departamento en sus juegos contra representaciones de otras latitudes.
En la década de los ochenta el Deportivo Riohacha conformó una poderosa escuadra para tomar parte en el torneo de segunda División (hoy conocido como de la “Primera C”). Consiguió resonantes victorias ante representativos de mayor tradición futbolística como el Atlántico, magdalena y Bolívar y quedó de segundo en el zonal de la Costa lo que le dio derecho a representar a la región Caribe en la Final Nacional en donde finalmente ocupó el tercer lugar en un torneo en el que tomaron parte más de setenta equipos de todo el país. Varios de sus jugadores, entre ellos Yosvidas Fuentes y Héctor Arévalo, fueron contratados por equipos profesionales en los que pudieron demostrar toda su calidad futbolística. En la misma década otro guajiro, Arnoldo Iguarán, se consagraba Goleador de América en el torneo continental de Argentina, ganaba dos veces el título del fútbol profesional colombiano y aportaba sus goles para que la selección nacional de mayores obtuviera su clasificación al mundial de Italia 90.
Años más tarde vendría la decadencia y luego la debacle del estadio riohachero hasta el punto de que en los actuales momentos se encuentra en las más deplorables condiciones. Y es de anotar que este no es el único caso de escenarios en malas condiciones. En la propia Riohacha encontramos el sonado caso de la Villa Olímpica, escenario con el cual los guajiros se ilusionaron en la década de los 90 y que se encuentra hoy totalmente abandonado. Un censo de escenarios a medio terminar, obras inconclusas y elefantes blancos daría una idea de los recursos que se han perdido por la falta de continuidad en los trabajos de construcción.
Como si todo lo anterior fuera poco la familia del deporte riohachero debió asistir como testigo impotente a la venta de los terrenos en donde funcionaba antiguamente el Idema. El lote, con una extensión adecuada y una ubicación inmejorable servía para la práctica de varias disciplinas deportivas pero se perdió definitivamente para este uso.
Ante la falta de escenarios los niños y jóvenes se dedican a jugar “bola e trapo” y esperan que sus dirigentes se conmuevan e incluyan en su agenda la construcción de nuevos escenarios y la terminación de los que existen.