Foto reciente de Mingo Ocando y Joselina Brito |
Resumen del episodio anterior: Un ruido que se escucha todas las noches en el banco tiene alterado el ánimo de los vecinos y ha hecho que circulen en el sector varias hipótesis, entre las que se cuentan historias de fantasmas. Al principio se preguntaban ¿Qué será ese ruido tan raro?
Pero después los rumores fueron perdiendo fuerza y se volvieron parte de la cotidianidad.
Mientras tanto en el banco se presentó una vacante para
el cargo de auxiliar de oficina. Se
postularon varios candidatos entre ellos uno que llamó la atención del gerente:
el celador nocturno.
Al directivo se le hizo extraño que una persona de
conocimientos limitados en el área administrativa aspirara al nuevo cargo, pero
le dio la oportunidad de participar en el proceso de escogencia. No había ninguna regla que lo impidiera.
La prueba consistía en escribir una carta, mecanografiada, sin errores de
ortografía ni enmendaduras en el menor tiempo posible.
El primero en terminar la prueba fue...el celador, un
muchacho de mirada limpia y sonrisa alegre que respondía al nombre de Tomás
Domingo Ocando.
-¿Y este carajo en qué momento aprendió a escribir a
máquina con esa redacción perfecta y esa ortografía impecable?, se preguntaba
el gerente.
Y el cura italiano le respondió: “Caro amico, chi ha interesse al progresso studia alla luce di una lampada e impara a scrivere anche di notte” (Querido amigo, aquellos que están interesados en progresar estudian a la luz de una lámpara y aprenden a escribir aunque sea de noche).
Esa era la explicación del ruido del banco. Era el intermitente clap, clap de una máquina de escribir en la que el celador aprendía a escribir a máquina, a la luz de un mechón que prendía y apagaba con ciertos intervalos. Al principio los tipos golpeaban de manera irregular el papel situado en el rodillo, pero después lo hacía de manera fluida. Era ese el momento en que Mingo ya había adquirido total destreza como mecanógrafo.
El excelador asumió su nuevo cargo, pero nunca le reveló a
nadie que en algunos momentos de la noche prendía un mechón para leer y también
para aprender a escribir a máquina y de esa manera se develó el misterio
difundido por Ana Velásquez.
Tomás Domingo Ocando nació en Distracción, un pueblo
pequeño, acogedor y romántico del sur de La Guajira, el 18 de septiembre de
1939, es hijo de Rafael Ocando un próspero comerciante de la región quien
llegaría a ser nombrado alcalde de Maicao, y Victoria “Toya” Borrego, una
amorosa mujer dedicada las veinticuatro horas del día a cumplir sus labores de
gerente del hogar.
En 1956, cuando su registro civil indicaba que tenía 17
años, Tomás Domingo, a quien en adelante llamaremos “Mingo” se trasladó a
Maicao en busca de mejores oportunidades, pero se encontró con la realidad de
enfrentarse a lo desconocido y a la escasez de oportunidades. Trabajó como
ayudante de albañilería, maestro de obra y mandadero. Hizo de todo hasta que se
le presentó la oportunidad de trabajar en el Banco Popular en el que desempeñó
varios cargos gracias a su don de gente, talento y su afición a formarse como
autodidacta.
Al retirarse del banco se dedicó al comercio de víveres y
abarrotes, pero un día recibió la llamativa oferta de gerenciar la oficina
local de una empresa de transporte aéreo y fue así como llegó a ser gerente de
Aerocóndor, una de las aerolíneas colombianas más importante de los años
sesenta y setenta, para todo el departamento de La Guajira.
También tuvo su propia agencia de viajes en donde vendía
tiquetes de las empresas Avianca, Sam, Aerocóndor, Taxader, Urraca y Satena.
Era la época dorada del aeropuerto San José y “Mingo” era el encargado de
venderles los pasajes a los numerosos viajeros que día a día se trasladaban
desde Maicao hacia otras latitudes.
Por esa época conoce a la joven Joselina Brito, natural
de Fonseca, quien vivía en el mismo sector que él, calle once con carrera 15
zona adyacente al mercado público. Se hicieron novios y decidieron unir sus
vidas para siempre. La boda se efectuó en la iglesia San José el 16 de
septiembre de 1967. Ella acudió elegante, como una rosa blanca, del brazo de su
abuelo quien la llevó al altar en donde se encontraba Tomás Domingo, acompañado
de Toya, quien desbordaba felicidad.
El matrimonio fue uno de los acontecimientos familiares más importantes de la década para las familias Ocando y Brito. Tanto Mingo como Joselina contaban con el gran aprecio de sus familiares.
En el momento más importante de la ceremonia el sacerdote italiano expresó la conocida fórmula del ritual católico: Los declaro marido y mujer hasta que la muerte los separe. Y acto seguido le dirigió una pequeña exhortación a Mingo: Caro ragazzo, prenditi cura di questa bella donna, ha un bell'aspetto e non ne troverai mai una come lei da nessuna parte. (Querido muchacho, cuida a esta hermosa mujer, se ve que es buena y nunca vas a encontrar una como ella en ninguna parte.)
Josefina no necesitó mucho tiempo para conocer los hábitos de Mingo y sus aficiones. Entre ellas una que marcaría la vida de ambos.