Escrito por: Alejandro Rutto Martínez
Alejandro Dumas (Hijo): "Todas las generalizaciones son peligrosas, incluida ésta".
Una buena tarea para mañana y, por qué no, para hoy mismo es hacer lo posible por no etiquetar a las personas con las que habremos de encontrarnos en cualquier circunstancia de la cotidianidad. Vamos por el mundo con unas ideas preconcebidas sobre cómo son o cómo deberían ser los demás y entonces caemos en el error de homogeneizar a las personas que coincidan con ciertas características físicas o sicológicas.
Algunas series de televisión nos han convencido de que todas las mujeres bonitas son de poca inteligencia, dicho en sentido inverso, se nos ha inducido a creer que todas las mujeres, para ser inteligentes deben ser feas. En las universidades hasta hace poco se creía que los mejores profesores eran aquellos que hacían más difíciles sus asignaturas y al final del curso “lograban” una mortandad académica que los hacía célebres en la comunidad.
Así mismo, a un hombre que usa el cabello largo se le rotula de determinada manera y lo mismo a una dama que vaya con el cabello corto. A quienes leen mucho se les dice que están locos y a quienes practican ciertos deportes se les califica como inteligentes o como salvajes, dependiendo de la disciplina a la que se dediquen.
Las etiquetas nos llevan a tener prejuicios y a valorar a una persona sin conocerla a fondo. En algunas ocasiones nos hacemos un concepto favorable sin mayores elementos de juicio (“Todo el que es amable es buena persona” o “todo el que usa gafas es un intelectual), pero la mayoría de las veces las etiquetas nos llevan a discriminar al otro por el solo hecho de que habla como habla, de que viste como se viste, porque tiene el color de piel que tiene o porque anda con una Biblia debajo del bazo.
Queremos construir una sociedad incluyente y hemos aprendido a reclamar nuestros derechos y a proclamar el respeto de los derechos del prójimo. Sin embargo, persisten aún, enquistadas en el subconsciente de los individuos y en los colectivos sociales algunas sutiles formas de discriminación y eso nos ha llevado a creer, por ejemplo que todos los afro descendientes son buenos para los deportes y solo para los deportes, negándoles el derecho a ser considerados como personas talentosas y competentes en todas las áreas de la vida.
Una buena tarea para quienes nos consideramos como personas incluyentes y para quienes hemos decidido no discriminar a nadie ni permitir que otro lo haga es revisar los prejuicios que aún subsistan en nosotros y hacer el esfuerzo para comenzar a liberarnos de ellos. Hagamos una profunda reflexión y, en un diálogo con nosotros mismos tratemos de respondernos si no hemos cometido alguna injusticia al juzgar equivocadamente a alguien por hacer un juicio a priori de sus virtudes y defectos basados en las ideas pre concebidas y la forma en que hemos encasillado el comportamiento, la forma de ser y el aspecto físico de nuestros amigos o de aquellas personas con las que nos relacionamos por compartir actividades laborales, académicas o de otro tipo.
¿Qué pensamos cuando vemos a una persona muy fea? ¿Cuál es nuestro concepto de TODOS los gordos? ¿Creemos que las personas que han nacido en determinado lugar tienen Todos y SIEMPRE el mismo comportamiento? ¿Consideramos que todas las personas que desempeñan una profesión tienen todos el mismo mal (o buen) comportamiento?
No olvidemos que las generalizaciones suelen ser nocivas. Durante los años aciagos del narcoterrorismo, los colombianos fuimos etiquetados injustamente como narcotraficantes y como terroristas. ¡Las dos cosas al mismo tiempo! Cuando la realidad no demuestra que la gran mayoría nunca hemos conocido una mata de coca ni hemos tenido un arma en nuestras manos.
La tarea para mañana y, mejor aún, para hoy mismo, es no etiquetar, no pre juzgar, no asumir como ciertas ideas preconcebidas, porque podemos caer en una injusticia aún mayor a las que tantas veces hemos criticado.
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