Las calles de La Guajira, sus pocas avenidas, sus andenes, sus parques y, en general sus lugares públicos son el escenario para todo lo que puede esperarse de un lugar en donde se congregan los ciudadanos: mercados satélites, centros de tertulia, muro de lamentaciones, observatorios políticos, etc.
Donde hay personas hay relaciones de intercambio y de dialogo y los espacios comunes sirven precisamente para eso. Para integrar a la sociedad alrededor de las cosas en las que cree; de los problemas que necesita resolver; de las historias que desea contar; de los datos que desea averiguar. En fin: el sardinel y la parada de buses, también son, puntos de encuentro urbano y pequeños centros de convenciones para ventilar los asuntos de palpitante actualidad.
Todo lo anterior es normal y lo que vamos a contar, se ha vuelto desafortunadamente normal: Los espacios públicos se han convertido en el lugar en que se evidencia uno de los más graves problemas de los pueblos: la indigencia infantil y la pobreza absoluta de un grueso numero de ciudadanos.
No obstante los programas puestos en marcha por la administración departamental para combatir el hambre; no obstante la ambiciosa intención del estado de proteger a los niños y a la familia mediante políticas publicas cuidadosas y costosas; no obstante la solidaridad de las comunidades es un hecho que la indigencia esta presente en nuestra geografía local como una muestra los alcances de la crisis social y económica por la cual atraviesa el país.
Da pesar ver a los niños con la mano tendida y con su vocecita débil pidiendo una moneda para comprar algo, un pedazo de pan para calmar su hambre o las sobras del plato en un restaurante para alimentar sus ganas de seguir viviendo. Hasta hace un tiempo La Guajira se preciaba de tener unas condiciones distintas a las de los demás departamentos y se considero libre de de la miseria por mucho tiempo pues la indigencia se consideraba como una vergüenza para toda la sociedad.
Sin embargo, de un tiempo para acá todo ha cambiado y los niños, (lamentablemente son mas los niños), empujados por el hambre, salieron a las calles a pedir limosna y hoy se les encuentra resolviendo de esta manera su mas apremiante problema: el de conseguir aunque sea un pedazo de pan para calmar el hambre.
A todo lo anterior se agregan las graves denuncias sobre la existencia de pandillas infantiles en Maicao las cuales se citan en determinados lugares para tener verdaderas batallas en las que las que el objetivo es agredir de forma física y verbal a los “enemigos”. Lo anterior sin que haya habido una firme reacción de las autoridades, los padres de familia y de los entes encargados de velar por el bienestar de los menores.
Loas niños no son el futuro como antes se les consideraba sino el presente, el hoy, y por supuesto, el mañana. Si los dejamos morir de hambre o permitimos que desde ahora resuelvan a las malas sus contradicciones, estamos forjando una sociedad que luego mirara a esta generación para pedirle cuentas por todo lo que no se hizo a tiempo. Por eso, es mejor que comencemos a pedirnos cuentas nosotros mismos desde este preciso momento.