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lunes, 28 de febrero de 2011

Sixto amador: el matemático de la palabra fácil

Crónica

Por: Alejandro Rutto Martínez



Escrito por: Alejandro Rutto Martínez

Sixto amador estuvo destinado desde su nacimiento a vivir una existencia salpicada por sucesos extraordinarios. Sus ojos de cartagenero soñador y laborioso se abrieron por primera vez el 31 de diciembre a las doce de la noche menos 15 minutos, en 1.945, un año en que el planeta sentía aún los ecos cercanos del fusil asesino utilizado en la Segunda Guerra Mundial y hacía un esfuerzo inútil para olvidar el mortal aroma de las humeantes ciudades de Hiroshima y Nagasaki, pulverizadas cruelmente por dos bombas atómicas cargadas de odio destrucción.

Las tibias aguas del Mar Caribe en las Costas de su Cartagena natal lo inspiraron para enamorarse de la vida y del estudio. Los calendarios de su feliz adolescencia le sirvieron como telón de fondo para su feliz y prematuro romance con los números. Desde bien temprano se hizo profesor de matemáticas y entre todos los números con los que lidiaba en la faena cotidiana aparecía uno más: el 900, correspondiente a los novecientos pesos mensuales que recibía como retribución por su trabajo de tiza blanca y pizarrón verde.

Un amigo cercano de la familia, Gustavo González (conocido como Picacable), lo invitó cierta vez a recorrer otras tierras y su inclinación a la errancia, derivada tal vez del hecho de haber nacido en un puerto frente al mar inmenso, lo llevó a aceptar la propuesta del viaje hacia tierras de la que solo conocía su nombre y los relatos fragmentarios que le hablaban de frontera, comercio, indígenas y árabes. Llegó a Maicao en 1.968 y comenzó a trabajar en el colegio Paulo VI a las órdenes del profesor Luis García, con un sueldo de novecientos cincuenta pesos mensuales, algo más de lo que ganaba en Cartagena, pero con menos rendimiento, pues ahora sus gastos en tierra extraña eran mayores.

Pero esa tierra no le sería extraña por mucho tiempo pues en ella conocería a Genara López Casicotes con quien compartiría la aventura de la empresa familiar de la que nacerían sus más preciados retoños: Richard José, José Carlos y María Angélica Amador López, convertidos hoy en exitosos profesionales, quienes aprecian su identidad maicaera tanto como a sus logros académicos y personales.

El espíritu errante de Sixto Amador se durmió para siempre pues nunca más salió de Maicao, en donde construyó un deslumbrante faro para la enseñanza de las matemáticas y fraguó proyectos sólidos y duraderos de educación cualificada. Las aulas de los colegios San José (diurno y nocturno), Cooperativo y María Montessori, así como las Universidades San Buenaventura y Magdalena, serían testigo de su esfuerzo para formar nuevas generaciones de ciudadanos dispuestos a construir mundos nuevos y mejores. Por sus clases pasaron el reconocido científico Orlando Díaz y los connotados profesionales Deyanira Guevara, Edilberto Díaz, Juan Mendoza, Olga Díaz y Yanet López Martínez.

El 31 de diciembre del 2.010 (“a las doce menos cuarto, me recalca”), cumplió la edad de retiro voluntario de la docencia y, por lo tanto ya no se encuentra en las aulas, pero eso no le impide continuar al pie de la hoguera iluminadora de su vida de donde brotan los rayos cargados de sabiduría asociados a las ecuaciones, la factorización y la cinemática. Tampoco se ha separado de los proyectos educativos que en el pasado le permitieron traer a su ciudad de adopción varias centros universitarios, entre ellos la Universidad de San Buenaventura y la del Magdalena, en la cual obtuvo su título como licenciado en Matemáticas y Física.

Hoy sus días son más fecundos que nunca pues permanece en constante movimiento atendiendo sus múltiples proyectos y se mueve tanto, como se lo exigían hace algún tiempo los ritmos salseros de Ricardo Rey y Bobby Cruz, los cuales le servían para controlar el estrés laboral y aún el puntaje excesivo de colesterol y triglicéridos. Hoy le sirven para ser un hombre feliz y un matemático de palabra fácil y corazón noble, como sus hijos y su familia. Noble como la tierra en que logró capturar la felicidad dibujada hoy en su rostro de hombre bueno

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