EL ROBLE
Por: César Castro Hernández
El Roble se levantó muy temprano, estiró sus largos y nudosos brazos al cielo y respiró hondo, muy hondo, el aire fresco e iluminado de la mañana.
Despacio y muy pausado, al vaivén de la fresca brisa mañanera El Roble fue colocando a su alrededor su suave alfombra de flores moradas. Se sentía pleno en plena primavera.
A su espalda escuchó el sonido de una puerta que se abrió y sintió miedo. Apareció la Vieja Gruñona con un rastrillo metálico en las manos…
-----Este palo ya me tiene aburría. Gruñó la vieja.
Mientras, las puntas afiladas del rastrillo herían sin misericordia los suaves pétalos morados.
La Vieja Gruñona miró al Roble con rabia y por toda respuesta, ajeno a todo, El Roble seguía bailando y perfumando la brisa mientras, delicadamente tendía y bordaba su alfombra de flores moradas.
Por: César Castro Hernández
El Roble se levantó muy temprano, estiró sus largos y nudosos brazos al cielo y respiró hondo, muy hondo, el aire fresco e iluminado de la mañana.
Despacio y muy pausado, al vaivén de la fresca brisa mañanera El Roble fue colocando a su alrededor su suave alfombra de flores moradas. Se sentía pleno en plena primavera.
A su espalda escuchó el sonido de una puerta que se abrió y sintió miedo. Apareció la Vieja Gruñona con un rastrillo metálico en las manos…
-----Este palo ya me tiene aburría. Gruñó la vieja.
Mientras, las puntas afiladas del rastrillo herían sin misericordia los suaves pétalos morados.
La Vieja Gruñona miró al Roble con rabia y por toda respuesta, ajeno a todo, El Roble seguía bailando y perfumando la brisa mientras, delicadamente tendía y bordaba su alfombra de flores moradas.