Escrito por: Alejandro Rutto Martínez
Estos son los tiempos en los que hay más preguntas que respuestas, más miedos que certezas y más ansiedad que firmeza. Atravesamos en nuestra misma barca un río diferente de aguas turbulentas a través del cual nos movemos sin tener brújula ni capitanes porque los protagonistas de antes no han sido capaces., al menos por el momento, de mandar un mensaje tranquilizador.
Antes era diferente. Para los tiempos en que la amenaza era el sido, nos recomendaron la fórmula del sexo seguro. En las épocas del cáncer la receta eran los hábitos de vida saludable. Para la inseguridad, nos ordenaron portarnos bien y llegar temprano a casa.
Pero en los tiempos del virus diminuto, invisible, pegajoso y mortal, no hay forma válida de protegerse excepto encerrarse, distanciarse y esperar que nada suceda. Parece que humanamente no hay nada que hacer, pero es mucho lo que podemos lograr con elevar la mirada y el corazón hacia el Dador de la vida, quien ha tenido siempre la intención de considerarnos amigos suyos en lugar de solo siervos suyos.
Te invitamos a leer también: Lo invisible sí existe
Hoy, cuando estamos con un pie en la orilla del tiempo y otro en la ribera de lo desconocido es importante acercarnos al conocimiento de Dios, el cual se transforma en una relación íntima y tierna con Él quien ha dado suficientes muestras de amor por su esquiva criatura humana, como la de dar a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él crea no se pierda, mas tenga vida eterna.
No hay vacunas, ni soluciones que dependan de los líderes mundiales, por poderosos que estos sean. Lo que nos va a dar la serena tranquilidad, la segura protección y la pronta salida es el poder generoso e ilimitado de Dios, quien desde siempre nos ha hecho por lo menos tres invitaciones que los humanos en sus múltiples ocupaciones, en sus socorridas preocupaciones y en sus frecuentes distracciones no ha atendido, no ha entendido o no ha querido entender.
¿Cuáles son esas invitaciones?
En primer lugar, Dios quiere que vengan a Él, a través del estudio de su palabra, ¿de la aceptación de Jesús y de solazarse con la presencia del Espíritu Santo en sus vidas. Jesús manifestó “Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que viene a mí, de ningún modo lo echaré fuera” Juan 6:37
En segundo lugar, Dios quiere que el ser humano lance su grito de emancipación frente a otros vínculos, en contra de los dioses modernos como el dinero, el placer, la avaricia por acumular cada vez más y el interés en cosas vanas y superfluas.
En la antigüedad, en un momento en que sus líderes no estaban, el pueblo de Dios corrió a adorar un becerro de oro y se olvidó del Padre celestial. Hoy tenemos nuevos y relucientes becerros de oro, a los cuales las multitudes adoran, en un insensato olvido de lo fundamental.
Hoy es muy oportuno el llamado, sencillo y sincero que Jesús hizo a sus discípulos:
“Hijos, guardaos de los ídolos” (1 Juan 5:21)
En tercer lugar, Dios quiere que nos liguemos a Él que lo busquemos, que tengamos comunión con lo suyo y que reconozcamos su grandeza, sin otro interés que el de obedecer su Palabra. No se trata de un torneo de premios y de castigos, en el que quien busque a Dios tendrá galardones y será exonerado del sufrimiento.
Se trata de que el Señor nos ordena que lo tengamos a Él como prioridad en nuestras vidas y en la vida del creyente la obediencia es fundamental.
Sin embargo, la buena noticia es la siguiente: Dios ha prometido que la obediencia será recompensada. Es por ésto que en el libro de Santiago (4:10) podemos leer un mandamiento riguroso y, enseguida, una promesa espectacular. ¿Quieres ver el texto? Aquí está: “Humíllense delante del Señor, y él los exaltará”
En otras palabras, una nueva relación con Dios es lo que la humanidad necesita para alcanzar el nuevo rumbo. Hombres y mujeres que además de siervos sean amigos del Creador.
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sábado, 2 de mayo de 2020
sábado, 19 de agosto de 2017
¿Qué somos en realidad?
Jesús de Nazaret: Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre Celestial, es mi hermano, mi hermana y mi madre.
Escrito por: Alejandro Rutto Martínez
Si usted lo ve bien eso es lo
que somos en la vida: pasajeros en tránsito, pues hemos venido por un tiempo a
la vida terrena, tal como la conocemos y un día hemos de marchar de
vuelta a la casa paterna, situada en la eternidad. Nos ocurre como
cuando estamos en un aeropuerto o en un terminal de transportes esperando el
avión o el bus o el tren que nos llevará a nuestro destino definitivo.
Mientras permanecemos en ese lugar vemos televisión o las pantallas de
los próximos vuelos, tomamos un café, leemos un libro o revisamos el correo…son
actividades transitorias, porque ese no es nuestro sitio.
Buena parte de los problemas de
la raza humana tienen su raíz en haber creído que éste es su lugar definitivo y
han desarrollado un apego egoísta y exagerado a los bienes acumulados y a
los placeres sin pensar en la temporalidad de todo lo que existe y en que
algún día tendremos que salir de la sala de espera y continuar nuestro viaje.
Cuando hizo alusión a las
preocupaciones de este mundo Jesús de Nazaret hizo una invitación a que
no nos desesperemos ni nos angustiemos por las necesidades del día a día. En
una de sus más conocidas enseñanzas se hizo una comparación entre las
necesidades de las aves del cielo y las de los seres humanos, tal como se puede
leer en el capítulo 6 versículo 26 del libro de Mateo: “Mirad las aves del
cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre
celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?”
Y más adelante nos da uno
de los mejores consejos que alguien pueda ofrecernos: “No os afanéis,
pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?” (Mt. 6:31)
Nuestro Padre Celestial sabe
que necesitamos todas estas cosas. Así lo ha dicho Jesucristo, quien nos invita
a buscar algo aún más importante que la comida y la bebida y todos los bienes
materiales y es el reino de los cielos y su justicia. Y si lo buscamos se nos
ofrece una ventaja adicional: todo lo demás, lo adicional, lo materia, también
lo recibiremos. Así se desprende de uno de los textos bíblicos más
sobrecogedores que podamos leer: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su
justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”
Desafortunadamente hemos estado
invirtiendo el orden establecido por Dios y gastamos casi todo el tiempo y
buena parte de nuestra existencia a conseguir lo que ya se nos ha ofrecido pero
no como el obsequio principal sino como añadidura. En otras palabras, vivimos
desesperados por obtener la envoltura cuando realmente lo que vale es el
regalo, lo que va por dentro, en otras palabras, el reino de los cielos y su
justicia.
Ha llegado la hora de hacer un
alto en el camino y pensar en lo que de verdad cuenta. Nuestro lugar
no está en la sala de espera de un terminal ni en las cómodas sillas de un
moderno y rápido vehículo. Nuestro verdadero sitio está en la eternidad al lado
de Dios u por eso el gran propósito de hoy y de siempre debe ser
atender el llamado de Jesús a buscar el reino de los cielos y su Justicia. Y lo
demás es lo demás. Y vendrá por añadidura.
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