jueves, 26 de marzo de 2009

Competencia discursiva

Por: Fare Suárez Sarmiento

La palabra es el hombre, el único medio a través del cual se establece la diferencia con los otros animales. No es el razonamiento lógico como se cree. No sería posible la constatación de la existencia de éste, si no se manifiesta, se corporiza en la palabra.

El pensamiento humano se evidencia en la palabra, lo posibilita y naturaliza su hegemonía sobre las demás especies. El hombre no aprende a pensar, pues esta actividad tiene ocurrencia en un segmento del cuerpo que forma parte de su entidad síquica, la cual, a su vez, actúa de manera cohesiva con la entidad física.

Pero el hombre sí aprende a expresar lo que piensa. La palabra –entonces- traduce el pensamiento, y sirve como elemento de negociación de significados dentro de cualquier contexto sociolingüístico. No sólo vehiculiza las relaciones sociales, también las humaniza, las sacraliza y facilita la solución de las diferencias en el seno de las sociedades civilizadas.

Como disolvente de los conflictos humanos, la palabra cumple su función paliativa siempre y cuando la dicción se instaure en lugar de la acción, el decir se privilegie ante el hacer y, el pensar, anteceda a ambos. La palabra es el único camino para salir al encuentro del sentido, el que le otorga significado a la vida.

Pese al valor incuestionable de la palabra, la posmodernidad la mantiene secuestrada, muda frente a la comunicación icónica y demás expresiones semióticas que habitan nuestro diario vivir y convierten las relaciones interpersonales en mantos insensibles traducidos en teclas y botones.

Es responsabilidad de la escuela recuperar el estatus de la palabra. El desarrollo de las competencias comunicativas debe ser una prioridad, una urgencia de reivindicación donde el silencio no tenga lugar y la condición natural de hablar repliegue la cultura de la imagen. En este sentido, es necesario revisar la forma como se implementa el uso de la palabra en la escuela.

El continente de voces que se despliega antes del inicio de la jornada académica sufre la castración de las normas, de la censura, y los parlantes nativos quedan obligados a la utilización de un turno, una oportunidad para realizarse como individuos a través de la comunicación libre y espontánea.

La escuela debe tomar el discurso literal y pragmático como objeto de estudio permanente, crear conciencia entre los hablantes acerca de las violaciones de las reglas, sin coartar la expresión del pensamiento derivada de los diferentes contextos sociolingüísticos. Tal vez así, se entraría en un verdadero proceso de desarrollo de las competencias discursivas.

La competencia lingüística, pertenece al maestro, debe quedar en sus manos; no como mecanismo para descalificar la competencia discursiva del alumno, sino como pócima capaz de atenuar sus deficiencias comunicativas.

La escuela se asemeja al parlamento en cuanto a la actuación de sus integrantes. La palabra representa partidos, sella pactos, determina acuerdos, descubre intereses y deja correr el velo de la falsedad y lo que la inspira. En la escuela, la palabra basta para conocer, con algo de certeza, el nivel de alcance de los logros de aprendizaje, las falencias y necesidades, la ideología, la clase social, las esperanzas y los sueños.

No obstante, generalmente el maestro tiene que completar la intención del hablante, porque su escaso lexicón – el que el maestro aprueba- no le alcanza para comunicarse; pesar de que los alumnos pueden expresar entre ellos sus anhelos y sus metas, sin riesgos de censura semántica ni ortográfica.

Es cierto que la escuela debe ser guardián del buen decir y perfecto escribir. Pero también es cierto, el hecho de que los estudiantes se desempeñan en dos estados comunicativos: el lingüístico-formal, con fundamentos normativos y ocurrencia exclusiva en la escuela y el comunicativo-discursivo, con fundamentos pragmáticos y cuyo escenario varía de acuerdo con los grupos donde interactúa el sujeto.

La escuela ha fracasado en su intento de civilizar el discurso estudiantil; ni siquiera la inquisición prescriptiva de la lengua ha logrado permear la fortaleza comunicativa informal adquirida en la práctica, ya no de la lengua, sino del lenguaje. Esa práctica que crea y recrea el discurso, inventa nuevas voces, asume diversas acepciones y connota sin la rigidez ecléctica de la lingüística.

Personas que han leído este artículo desde el 26 de marzo a las 5:00 de la tarde hora colombiana:


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Inscripciones en el SENA

CONVOCATORIA

El Servicio Nacional de Aprendizaje – SENA Regional Guajira, Informa que durante los días 30 y 31 de marzo y 1 de abril recibirá inscripciones para los programas Técnico en Operación de Camión Minero y Tecnólogo en Mantenimiento Electromecánico Industrial,
en los horarios de 8.00 de la mañana a 6.00 de la tarde en las sedes del SENA en
Riohacha, Maicao, Fonseca, Mushaisa - La Mina.

Para mayor información llame a los teléfonos:
7283010 – 727 38 82 – 83 Riohacha;
7252102 -03-04 Maicao,
7756717 – 7756238 Fonseca y
7774019 Mushaisa-La Mina.

SENA: CONOCIMIENTO PARA TODOS LOS COLOMBIANOS
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Felipe Peláez

Por: Armando Olmedo

Cantautor guajiro, nacido en Maicao, la vitrina comercial de Colombia, hoy en decadencia por falta de liderazgo de nosotros mismos. Somos los responsables de nuestro destino, claro que éste es tema de otro comentario.

Ahora nos ocupa, la capacidad artística y poética de este joven talento de la estepa guajira, que con orgullo expresa su guajirismo y el amor por Maicao y todo lo relacionado con la Península Guajira.

Como me satisface la forma de expresarse este celebre exponente del folclor guajiro, cuando se refiere a su familia en especial a su abuela, madre, hermanos, amigos y paisanos; hace muy pocas horas acaba de hacer un recital (en Fonseca), con el acompañamiento de su grupo musical, un ramillete de jóvenes músicos, contagiados de la alegría que transmite el vocalista líder del novel conjunto.

Con que altura expresa lo maravilloso del paisaje peninsular y lo dichoso que se siente cuando llega a Maicao su tierra natal y se encuentra con todo lo que más quiere y añora.

En pleno escenario de la tarima “Tierra de Cantores” de la plaza principal de Fonseca, este portentoso cantante y compositor expresó lo agradecido que se sentía, el estar en la Villa de San Agustín, rodeado de tanta gente, a los que consideraba paisanos, porque en Fonseca nació su querida madre Consuelo Rodríguez.

Yo creo que se hace necesario, que en el país se replantee el tratamiento que se les da a los artistas, poetas y cantautores. Es necesario y urgente legislar para favorecer y proteger al artista, al personaje amante del arte y de las letras y que nos da a conocer en el mundo entero y que trasciende allende las fronteras, respirando, vibrando, transmitiendo, intercambiando sentires y recogiendo saberes, que acrecientan el conocimiento de propios y extraños.

El mundo es una aldea, hoy todo está cerca, las culturas enigmáticas y esotéricas ya están al alcance de cualquiera que tenga acceso a un computador conectado al internet. Solo hay que tener la voluntad de querer aprender y como siempre es necesario levantarse y empezar por el principio, continuar con la mitad y terminar con el fin.

Señor “Pipe” Peláez, su inspiración es fresca y natural como las aguas del Ranchería cuando escurre desde su nacimiento y se va fortaleciendo con los aportes de los nacederos que le aumentan. Así, su capacidad de autor de poesías, porque son eso, sus canciones, verdaderos poemas que cantados expresan lo que su mente prodigiosa compone.

La Guajira es prodigiosa y en cualquier lugar salta un artista, con dotes maravillosas que hasta los mismos ángeles se conturban y celosos los miran y dotados de la comprensión divina, los bendicen y les prestan sus alas para que vuelen muy lejos y alcancen el éxito.

Eso le deseo a usted, “Pipe” Peláez, vuele lejos pero no pierda la humildad y no confunda querer con desear. La fama transforma y casi siempre el famoso se confunde y se vuelve prepotente, arrogante y odioso. Ojalá que Dios lo ilumine y lo guíe por siempre en el sendero de la humildad y el respeto por los demás. Los artistas son lo más cercano a la obra divina, el arte es la herramienta de los dioses y se debe ser muy aterrizado para no pisotear lo que Dios nos brinda con su maravilloso amor.

La Guajira lo tiene todo, pero lastimosamente no lo hemos sabido apreciar, somos la puerta de entrada de este bello folclor vallenato y son otros los que lo han explotado. Hoy hemos dado pasos agigantados que nos permiten soñar, con rescatar lo que es nuestro.

Pero con calidad, como lo está haciendo “Pipe “ Peláez y su grupo de acompañantes, con organización para hacer presentaciones sobrias y magistrales, donde el alcohol no sea el centro de atracción y los vicios queden relegados al cajón de la basura, con altruismo y visión empresarial, donde la responsabilidad de los artistas brille más que las luces de los reflectores del espectáculo y por causas nobles y de amigable convivencia con el entorno, que nos permitan la libre y pacifica interacción de los habitantes de la península Guajira.

Tenemos mucho y hemos aportado bastante al folclor colombiano y es nuestro compromiso hacerlo con amor, base primordial de la inspiración poética y origen y fundamento de la fe cristiana.

Escribió: Armando José Olmedo Larrazábal
25 de marzo de 2009

Personas que han leído este artículo desde el 26 de marzo del 2009 a las 4:52 de la tarde, hora colombiana:

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miércoles, 25 de marzo de 2009

Crónica: el crack de los pies descalzos

Diego Maradona: "Yo crecí en un barrio privado... privado de luz, agua, teléfono..."

Por: Abel Medina Sierra

“Perita” lo llamábamos, creo que ya no lo recuerdan por ese nombre. Se que vive en el otro extremo de la ciudad al que le decían hace algunos años “El Caguán”, no será por lo tranquilo.

Cuando uno se cambia de barrio hasta los apodos se diluyen. Quizás lo llamen por el nombre con el que lo bautizaron por allá por los lados de Barrancas: Albert López Bolívar. Supe su nombre cuando coincidimos en la misma escuela, “La Pública”, uno de los pocos planteles oficiales de los 70`s a la que acudíamos niños de todos los barrios de la ciudad. Esto hace varios años, tantos que muchos nombres incidentales de esta historia ya hacen parte del inventario de ausencias.

“Perita” era menudito, aunque se le contaban las costillas sus brazos y su pecho eran de una consistencia atlética, ancho de hombros y flaco de cintura. Su pelo de sortijas encrespadas, sus piernas corticas y su andar de torero ufano no pasaban desapercibidos, “Culito parao” decíamos en la cuadra. Había llegado con sus padres como parte de una inmensa colonia familiar que desde entonces comenzó a poblar esta frontera: los López.

Su abuelo, Eusebio López había dejado como al desgaire unos cuarenta hijos regados por toda La Guajira. También su padre arrastraba la estela de semental irrefrenable. Los López encontraron en el negocio compra venta y repuestos de carros un oficio que parece haber contagiado a todos sus descendientes, incluso a “Perita”.

No recuerdo cómo comenzó nuestra amistad, sería por el fútbol, sus hermanos y yo nos hicimos solidarios hinchas de Millonarios, un equipo “cachaco” por llevarle la contraria a los Muñoz, unos vecinos recalcitrantes, chauvinistas y apasionados hasta el paroxismo por el Junior. En la escuela estábamos en el mismo salón.
Cada uno tenía su reino, el mío era la escuela, allí mandaba yo. Yo ideaba las claves para “soplarle” en los recurrentes exámenes de falso y verdadero. El mandaba en la cancha, bueno no siempre era cancha, la mayoría de veces era la calle arenosa o el patio semi-enmontado. Allí en los partidos de pies descalzos, con pases magistrales que yo no aprovechaba (el fútbol no fue territorio fértil para mi destreza) me devolvía los favores académicos.
Nos unía también la inclinación hacia la música, entonces yo soñaba con emular a Alfredo Gutiérrez. El cantaba rancheras como “El perro negro” y elogiaba a los charros mejicanos; a mi me fascinaba el vallenato como “La creciente”, al fin ni él ni yo palpamos fortuna en nuestras voces.

“Perita” era mi héroe cuando estaba en sus dominios, creo que él admiraba mis desempeños académicos. Lo suyo era la bola de trapo; la escondía, la pegaba como si fuera una prolongación de sus diminutos pies, le imprimía combas que desafiaban las leyes físicas. Su vertiginosa carrera con la pelota lo hacía incontrolable para todo defensa.

La magia del engaño en su diminuto cuerpo. Esa “pera” no era fácil para ninguno que le tocara la suerte de estar en el equipo contrario. Entre sus cualidades para el fútbol estaba su notable condición para el remate, una patada con rauda dinamita.

No era para menos, era hermano de Eustorgio López, aquel que pensaron suspender de los campeonatos pues la liga de fútbol no quería asumir las pérdidas de arreglar las mallas, cada partido que éste anotaba las rompía todas. Los fanáticos perdieron la cuenta de cuántos arqueros había “privado” en su rutilante carrera de fusilazos al arco.

Los partidos del barrio tenían la pícara alegría de un puntero que abría zanjas en toda defensa, que rompía con fuerza y velocidad todo esquema, que quebraba cinturas con magia de contorsionista, dribbling certero e intuición electrizante. Sus pies descalzos parecían volar sobre las arenosas canchas. “Perita” fraguaba un futuro de estadios repletos y apoteósicas ovaciones, su mañana tenía cara pecosa de balón y olor a sudor y grama.

Los técnicos de equipos infantiles y juveniles preguntaban por él, los jugadores mayores se escapaban a admirar su hábil gambeta, “Perita” pedía a gritos un cupo para sus piernas en el estrecho estante de la gloria pobre de nuestro fútbol.

Cuando Gaby Salas, un próspero marimbero, contrabandista y gallero con prurito despilfarrador armó un equipo juvenil de fútbol reclutando los mejores prospectos de la ciudad, “Perita” fue el primero en su lista. “La Bodega” se llamaba el equipo, en honor al almacén donde Gaby guardaba sin recato su contrabando de café. Para este excéntrico mecenas del fútbol su pasión por el equipo de nuestras preferencias, el desteñido multicampeón capitalino, le hizo conformar su propio club que vestía también de azul de los Millonarios.

Con sana envidia disfruté ver a mi ídolo con el número de Willington Ortiz, allí estaba “Perita”, presto a apurar los primeros tragos del éxito.

El debut de “Perita” en el campeonato municipal fue unos de los eventos que más ha despertado entusiasmo en mi vida. Me consolaba saber que yo era una de sus amistades predilectas, que varias veces sus cinco en el salón tenían una deuda conmigo, quién creería que el lunes próximo no turnaríamos a cantar el su “Perro negro” y yo mi “Creciente”.
Allí estaba en el estadio, impecable, con su postura de torero ufano, su “culito parao”, sus botines recién comprados, el número siete del “Viejo Willy”, su cintura presta al engaño, su carrera predispuesta a la burla, su rifle montado para castigar arqueros. Allí estaba mi héroe, y el barrio entero se había volcado a aplaudir sus gestas balompédicas.

Petronio Zúñiga era el árbitro, un matusalén que todos conocían por que casi siempre caminaba descalzo las calles llenas de alfileres del centro. Únicamente usaba zapatos cuando oficiaba como árbitro. Era reconocido por su imparcialidad y su semblante hurañamente cuarteado por los años. Cuando Petronio dio el pitazo inaugural los aplausos ya agitaban la sonrisa de “Perita”.
Pasaban los minutos, “Perita” corría y corría, con denuedo, con bravío entusiasmo, pero la pelota, esquiva, se volvía un untuoso jabón entre sus piernas, se escapaba hacia la banda lateral, sus tiros al arco se desviaban, sus dribblings centelleantes dieron paso a una torpeza de paquidermo, no había resquicio para su genio. Era otro.
Su magia escaseaba, su gambeta no engañaba ni a un poste; su galope era deslucido y lento. La desilusión temprana. Mi entusiasmo se diluyó con los minutos, los aplausos comenzaron a escasear, lo abucheos le demostraron la sucia cara del fracaso. Fue entonces que lo vimos acercarnos a su técnico, el siempre cascarrabias “Encho” Escudero, “si me dejan quitar los zapatos soy otra cosa” se le oyó decir. El partido fue parado ante el desespero estentóreo de Gabby Salas.
Le pidieron al árbitro que le permitiera jugar sin los botines como le permitían en los partidos amistosos con Los Diablos Rojos del barrio Pastrana o con el Deportivo “Lucky Cotes” del reconocido marimbero de Riohacha. La magia estaba en sus pies descalzos, en sus dedos pequeñitos, en su empeine firme, en el contacto vivo con la arena y el balón. Petronio no transigió a pesar de los reclamos y amenazas de la enfurecida banca azul y las amenazas de Gaby Salas. El cambio no se hizo esperar, - sale “Perita”, entra Nieves – lapidó el técnico, una tarde de decepción.

Asistimos a otros partidos de “La Bodega”, siempre ganaba, era un equipo triunfador, arrasador, ahora tenía otros ídolos: Vitico, Polo, un flaquito que le decían “La yilé” por sus filigranas de artista. Claro a quines conocíamos a “Perita” sabíamos que nunca lo igualarían. “Perita” se fue acostumbrando a la banca.
Allí lo observaba, su uniforme impecable, así regresaba a casa de la vieja Pilar, sin untarse de la arena que tanto añoraba, sin la alegría original del gol propio, sólo con el consuelo del gol ajeno. En la banca se desvanecía su raudo ímpetu, la burla de sus piernas, la picardía de sus pies, su sonrisa se tornaba mustia. En las prácticas aún se gozaba con su pericia y arte, pero en cada partido la fría banca le hacía lamentar de los relucientes botines que le robaban su magia. -Porqué no hacían campeonatos de pies descalzos– preguntábamos sus amigos - .

Con los días perdió amor por el fútbol, también con los días se mudó del barrio. Cuando terminamos la primaria los caminos se bifurcaron y las oportunidades de encontrarnos se limitaron. Muchos años después, en unas vacaciones de semana santa lo encontré en una playa, jugaba al fútbol con una pelota rebotadora. Aún conserva la cara del niño travieso, aún tenía picardía, aún sonreía con los recuerdos. Su imagen del pasado fue tomando forma en mi memoria. Ahora lucía muchas cadenas en el pecho y usaba pistolas como los “cachaafuera” de la región.

Al preguntar por él me dicen que compra y vende carros venezolanos, también me dicen que se ganó una vez la lotería. Ahora luce en carros vidrio-ahumados, será por eso que no lo veo desde hace muchos años, ahora lo llamarán por su nombre. Cada vez que lo recuerdo, me asalta la frustración por los guayos que no dejaron trascender su fibra campeona. Para mi siempre será “Perita”, el crack de los pies descalzos.

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Elecciones universitarias: un sistema perverso, impopular y desacreditado

Napoleón Bonaparte: "Bien analizada, la libertad política es una fábula imaginada por los gobiernos para adormecer a sus gobernados".
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Por: Alejandro Rutto Martínez


Imagínese el lector esta situación curiosa y extraña. Usted vive en un país en donde todo puede ocurrir pero cada vez ocurren hechos que lo sorprenden más y más. Pero no solo lo sorprenden porque todo lo que ocurre va en contravía de la lógica, el sentido común y las normas, sino que en más de una ocasión ha sentido fastidio, molestia, rechazo, impotencia y desconfianza.

Fastidio por lo repetitivo de las injusticias; molestia porque nadie hace nada para cambiar lo queda todas luces está mal; rechazo porque la tolerancia frente a lo que está mal se ha agotado; impotencia porque debemos ser burlados una y otra vez sin poder reaccionar y desconfianza hacia todas las instituciones aún hacia las legalmente constituidas.

Pero volvamos a imaginar. Imagínese que hay unas elecciones pero usted siente que no debe participar porque recuerda que todos los candidatos prometen y prometen y nunca cumples. Pero la campaña se pone interesante, usted ve carteles por todas partes, escucha las voces de los candidatos por la radio, los ve por televisión y observa los afiches en distintos lugares. Al fin accede ir a una reunión y más adelante uno de los candidatos lo visita y usted decide darle una nueva oportunidad a la democracia y a su resquebrajada confianza.

Entonces usted toma interés, y después de leer el programa de todos los candidatos, escoge a uno de ellos, se suma a su campaña y lo apoya con lealtad incondicional y convicción a toda prueba. Va con él a visitar potenciales electores, le ayuda a preparar sus discursos, le ayuda a recaudar fondos, tiene una que otra discusión con activistas de otras campañas y asiste con entusiasmo a los debates en que los candidatos exponen sus ideas y controvierten las de los demás. Su candidato suma cada vez más puntos y así se refleja en las encuestas más serias.

Si todo sale como se espera, será el ganador indiscutible de la contienda.

Al final llega el gran día y usted sale a votar temprano y cumple con las obligaciones que la campaña le ha encomendado: transporte, apuntar datos, vigilancia en las mesas, en fin.

El ambiente es bueno y, al término del conteo, se confirman las tendencias: su candidato gana de manera amplia y categórica. Usted festeja moderadamente pero no puede ocultar su alegría. Se abraza con su mejor amigo y le dice ¡Ganamos, yo sabía que íbamos a ganar!

Pero su amigo, con una alegría moderada y un realismo a flor de piel le dice: ¡Todavía no!
Y luego le explica algo que a usted le parece terrible. Ganar las elecciones es que han concluido no sirve de mucho, porque se trata de elegir al rector de la Universidad y en estas instituciones el sistema es distinto y único: los electores escogen una terna y de ella el consejo superior puede escoger al que desee en su real saber y entender.

Unos días después los nueve miembros del Consejo Superior se reúnen a puerta cerrada, de espaldas a todo el mundo y escogen un candidato distinto al ganador, pero que, fortuna la suya, también se encontraba en la terna.

Usted rompe el último afiche que tenía, le regala las camisetas al reciclador del barrio y jura no creer nunca más en las elecciones ni en nada que se le parezca.

Lo anterior no es un cuento ni es ficción. Es el impopular y desprestigiado sistema de designación de rector en algunas universidades colombianas, entre ellas la Universidad de La Guajira. Y pensar que hay quien defiende este procedimiento perverso.

Lo defienden porque es una forma de acceder a los cargos aún en contra del querer de las masas. Pobrecitos, porque cuando comienzan a gobernar la gente tiene mil maneras de decirles que no los quiere. Y son como un tirano aislado a quien le sirven por temor y rechazan por convicción.


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