Y como ha transcurrido gran parte del día y nadie me
ha felicitado, les voy a hacer el
reclamo porque hoy, hoy es día de mi cumpleaños. Se sorprenderán porque su
memoria no les avisó y el supersabelotodo Facebook tampoco les avisó.
Bueno, en
realidad, cumplir años como tal…no. Pero en este día de hace un corto tiempo me
ocurrió algo muy bonito. ¿Quieren saber que fue?
Paso
entonces a contarle. Un 2 de junio me convertí en papá por primera vez.
La historia
es como sigue.
Habíamos
ido al altar y un año después Carlene, mi esposa, estaba en los días en que se
inicia la cuenta regresiva.
Un día de
mayo, poco antes de las elecciones presidenciales, fuimos de nuevo al hospital.
- “El bebé
puede nacer entre el 1 y el 10 de junio, nos dijo el doctor Jack Salá Mendoza
nuestro vecino del barrio San Martín y médico de cabecera, quien había tenido a
cargo los controles de rigor durante el embarazo.
-“Ojalá sea
el 10 para que sea el regalo de cumpleaños de mi papá” dijo Carlene emocionada
ante la probabilidad de esa afortunada coincidencia.
En cambio a
mí las cuentas no me daban, para que la
criatura fuera mi regalo del día del padre.
El primer
día de junio acudí la Universidad en Riohacha, presenté mi parcial de
sociología y me fui a la biblioteca a estudiar para el de administración
financiera. A eso de las 6 de la tarde emprendí el regreso a Maicao y cuando
llegué a casa me recibieron con la
noticia de que algo estaba sucediendo en el vientre de la madre primeriza:
-“Carlene
ya va a parir, se la llevaron a casa de la hermana Blanca, váyase rápido para
allá”
La hermana
Blanca no era sólo la pastora de la iglesia sino la mamá de Carlene, una mujer
celosa con su familia. Cuando su hija
comenzó a dar muestras de que estaba en las horas claves, se apoderó de ella,
la instaló en una habitación de su casa y mandó a llamar al médico. Allí
estaban reunidos los abuelos, tíos, y hasta la junta directiva de la iglesia.
Sólo faltaba la persona que a esa hora corría más rápido que los campeones
olímpicos de los cien metros planos para llegar al sitio en donde debería de
estar.
Cuando
llegué con el cuerpo inundado de sudor y la lengua de corbata el médico ya
venía saliendo. Quise preguntarle algo, pero él se adelantó:
-“Todavía
no es hora, cualquier cosa me llaman, voy a estar en la casa”
Y cuando
dijo “voy a estar en la casa”, señaló hacia una de las viviendas ubicadas en la
acera opuesta. Realmente teníamos muy cerca al doctor.
Y pobre de
él por vivir tan cerca. Su sueño era interrumpido cada dos horas, porque el
bebé anunciaba su nacimiento pero después retornaba a la placidez de su vida en
la burbuja de líquido amniótico en que era tan feliz.
A las 5 de
la mañana del día siguiente un ojeroso y envejecido médico en el enésimo exámen
a su atribulada paciente por fin dio la orden que todos esperábamos:
-“Vámonos
para el hospital, se acerca la hora”
Y nos
fuimos todos en una camioneta Wagonier con capacidad para siete personas en la
que de forma milagrosa y en abierto desafío a las leyes de la matemáticas, la
física (y de tránsito) nos encarapitamos más de una docena de pasajeros entre
quienes se incluían abuelos, tíos, vecinos, amigos. Cuando arrancábamos alguien
tuvo la cortesía de abrir también un campito para la parturienta y su médico.
En el
hospital esperamos un buen rato pendientes de los dos bombillo, uno azul y otro rosado que
anunciaría el nacimiento y el sexo del o
de la recién nacida.
A las 9:04
de la mañana la tranquilidad del hospital fue interrumpida por un fuerte llanto
que inundó habitaciones, pasillos, salas, jardines y siete cuadras
circunvecinas. Sobre el marco de la puerta se encendió el bombillo rosado y
todos nos fundimos en un fuerte abrazo y algunos alaridos de felicidad que sólo
fueron interrumpidos cuando el pastor Santander Ortega, abuelo de la niña nos
invitó a orar para dar gracias a Dios.
Había venido al mundo Genevi, nombre
que le eligieron sus abuelos, apócope de Genevieve, nombre en otro idioma de la
bella ciudad de Ginebra y que tiene varios significados dependiendo del idioma del
que se trate. En céltico es “ola blanca”; en francés y alemán: “de la raza de
las mujeres”.
Como defensor del idioma nuestro prefería
un nombre criollo fácil de pronunciar, común y hermoso como Juana, María, Dominga,
Isnelda (como la abuela) Perfecta o Domitila, pero la familia me los rechazaba
con serios gestos de desaprobación y acusaciones sobre supuesto mal gusto.
Me trancé con el rarísimo “Genevie”
pero logré imponer mis dos condiciones: 1. Que me permitieran “castellanizarlo” y 2. Que me dieran libertad para escoger el
segundo nombre. En uso de la primera condición decidí que el nombre se
escribiría Yenevi y el segundo nombre sería Carlene, en homenaje al amor con
que la sacrificada madre llevó en el vientre a semejante estrella de la belleza
y la inteligencia durante nueve meses.
Tal vez nada de lo que he contado
sea importante para usted, pero lo es
para mí que estoy cumpliendo años desde el día en que se encendió el bombillo
rosado para anunciarme que me había convertido en papá por primera vez.