Autor: Abel Medina Sierra 

A muchos se les va la vida y nunca se nos da por enhebrar el tejido de la memoria 
familiar y de su territorio de origen. Otros, dejan que el tiempo borre evidencias y 
silencie voces que son un verdadero tesoro de datos y testimonios. 
 
 
Confieso que 
solo en los últimos años me he entregado, sin mucha disciplina, a anudar datos 
que me permitan ir perfilando mi genealogía y reconstruir mi pasado familiar y 
su entorno. Recientemente, con el fallecimiento en San Juan del Cesar de mi tío 
materno Florentino Mejía, a la sorprendente edad de 107 años, pude recabar 
ciertos datos que apuntan a una misma desgracia que une a mi familia paterna y 
materna. 
 En los días de duelo, tras una conversación con mi madre, Lorenza Sierra, pude 
descubrir que durante la segunda década del siglo XX, el acoso de una 
enfermedad había hecho migrar a sus padres, Juanita Sierra y Esteban Mejía, 
desde Caracolí Sabanas de Manuela hasta la ribera fértil de Chorreras. La causa 
no podía ser tan funesta: una pandemia tan desconocida como mortal había 
acabado con la vida de sus cuatro hijos. Años antes, en otra charla con mi madre, 
se me había revelado también que mis dos abuelos paternos, Antonio Medina y 
Elodia Gámez, así como sus dos hijos mayores, habían fallecido en Machobayo, 
para esa misma época, bajo los estragos letales de la misma enfermedad. 
 La peste que mató a varios de mis ascendientes era la denominada gripe 
española, pandemia que mató aproximadamente a 50 millones de personas en 
el mundo en cinco años, siendo la mayoría en los años 1918 y 1919. Aniquiló 
cinco veces más que la I Guerra Mundial que acabó justo en 1918 y considerada 
el peor asesino en los registros de los epidemiólogos. Ni siquiera el SIDA se le 
acerca en su registro de víctimas, solo comparables con las pandemias de la 
Edad Media. La gripe española la ocasionó un subtipo del virus H1N1, igual que 
la actual gripe A. 
 Aunque los españoles han tratado de librarse del estigma que les representa ser 
el foco original de la pandemia nacida en las trincheras de guerra, recientemente 
científicos del Museo Vasco de Historia de la Medicina, en Bilbao, la Universidad 
Complutense en Madrid, los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) en Bethesda 
y la Universidad Estatal de Arizona en Tempe publicaron en BMC Infectious 
Diseases lo que confirma que ciudades como Madrid pudieron anticiparse a los 
que, hasta ahora, se han considerado los primeros focos de la pandemia, que se 
ubicaban en Estados Unidos y en Francia. 
Con esto se corrige el dato según el 
cual, el primer caso se registró el 4 de marzo de 1918 en Camp Funston, uno de 
los campamentos militares establecidos en Kansas tras el comienzo de la I 
Guerra Mundial. 
En Colombia, se conoce una investigación retrospectiva llevada a cabo por 
científicos del Museo de Historia de la Medicina y la Salud de Tunja el cual 
demuestra que Boyacá fue el departamento más afectado junto a la ciudad de 
Bogotá por la gripe española entre 1918-1919.
 La pandemia llegó a Boyacá por 
carretera en octubre de 1918 y dejó un rastro de 2.800 defunciones en una 
población de 58.600 habitantes. 
Por mucho que uno trate de averiguar sobre los funestos efectos de esta 
pandemia en La Guajira, se encuentra con la cruda realidad que no hay registros 
históricos que den cuenta de esto. 
Esta y muchas desgracias que vivió el 
territorio hoy conocido como La Guajira permanecen aún invisibilizadas ante la 
oficialidad centralista del Estado, la luz de la academia y la cognición social. Lo 
peor es que se han ido perdiendo quienes aún preservan en el cuchicheo de la 
memoria algunos datos que puedan testimoniar nuestra dolorosa historia 
regional. 
Pero, hilando más delgado, tiene mucha razón el médico y compositor vallenato 
Adrián Villamizar al valorar en la música vallenata su gran capacidad testimonial 
y su potencialidad como registro histórico de nuestro devenir como pueblo. 
Su 
preocupación se hizo manifiesta cuando estaba al rojo vivo el debate sobre qué 
componentes o rasgos estaban en amenaza en la música vallenata para justificar 
su declaratoria como patrimonio intangible de la nación y de la humanidad. 
Las 
canciones vallenatas han perdido su capacidad para dar cuenta de las 
circunstancias que atañen a todo el pueblo, al decorado socio político y 
económico. Hoy se le canta la mujer coqueta y a la promiscua, a la bonita y a la 
parrandera, al amor y a la infidelidad, sabemos de la discoteca y del chat pero 
pasó el fenómeno del paramilitarismo, el del Niño y de la Niña y nuestra música 
no documentó esos episodios, la demencial violencia guerrillera y nada se ha 
dicho, pasa la recesión, el nefasto gobierno de Uribe con su estela chuzadas, 
falsos positivos y Agro Ingreso Seguro y nadie se acordó de hacer canciones 
sobre esos aunque el tema les raspara el ojo. 
 Las canciones contemporáneas son prolijas en datos de alcoba y urgencias 
lascivas del cuerpo pero no en los del contexto regional, se cuestiona la mujer 
infiel, rumbera y hasta la muy casta pero al cantor le importa un bledo tomar 
posición política, de compromiso social o al menos el dar testimonio de la que 
afecta a toda la sociedad. 
 Cosa distinta pasaba con los compositores de anteriores generaciones. Bien 
sabemos de la guerra entre Colombia y Perú por la canción “Sánchez Cerro” de 
Chico Bolaños el mismo que da cuenta de los chulavitas en la canción “El Padre 
Serrano”; Armando Zabaleta le cantó a “la situación desgarradora” del país 
durante el gobierno de Valencia, a la “Reforma agraria” y hasta al primer premio 
que obtuvo García Márquez y el olvido de Aracataca que esperaba redención. 
Santander Durán le cantó a la masacre de las bananeras y Julio Oñate al avance 
del desierto y la aridez por las bonanzas del dividivi y del algodón; Romualdo 
Brito a la de la marimba y como Hernando Marín, a expoliación gringa del 
Cerrejón, y hasta Rafael Manjarrés, en épocas más reciente menciona “el 
revolcón de Gaviria”. 
 Afortunadamente está el vallenato para testimoniar nuestra historia. También 
afortunadamente, Ángel Acosta Medina nos ha divulgado el libro “Mi pueblo 
historial: 200 años de soledad”, como para que no se quede en el olvido, la 
historia del sur del Municipio de Riohacha. Se trata del documento más 
completo que se haya publicado sobre el devenir y proceso de colonización y de 
definición identitaria de estos pueblos que tuvieron mucho que ver con el barro 
genésico de vallenato. 
En este libro se revela la obra de Francisco Moscote Guerra, el mítico Francisco 
El Hombre, con canciones que rescatadas del orín desgastante del tiempo. Una 
de ellas, “La quina” se refiere a una de las bonanzas que vivió esta zona, otra de 
sus canciones alude a Juancito Iguarán y su participación en la Guerra de los Mil 
Días; pero la que nos interesa se denomina “La gripe”. 
Según Acosta Medina, se 
trataba de la mismísima gripe española, pero que en los pueblos del sur de 
Riohacha también era denominada “El pájaro azul” por el color azulado que 
dejaba en sus víctimas. También apunta que fue tanto el letal efecto que se tuvo 
que construir en Cotoprix un cementerio para las víctimas de la región y que 
diezmó en un 15% la población de la zona. 
“La gripe” de Francisco El Hombre, constituye el único documento que en La 
Guajira registra y hasta hace inventario de las víctimas de la más notoria 
pandemia de la modernidad, prueba fehaciente que nuestros juglares, aunque no 
sabían leer ni escribir, si supieron escribir nuestra historia en sus versos cantados 
lo que les ha quedado grande a tantos profesionales que fungen hoy como 
compositores. 
He aquí el testimonio cantado de la desgracia, en algunos 
fragmentos: 
La gripe 
Ay, dice Rodolfo Solano 
Vaya que peste tan brava 
No hay médico que la cure 
Ni remedio pa ́atajala 
Dice Soledad Aragón 
Lo menos que yo creía 
Que la gripe se curaba 
Con quinina y homeopatía 
Que la gripe se sanaba 
Con quinina y agua fría 
Mujeres no lloren tanto 
Que ya la gripe pasó 
Por estar con su pendejá 
Murieron setenta y dos 
Lo dice Francisco El Hombre 
La cuenta la llevé yo 
De Cotoprix a Machobayo 
Murieron setenta y dos 
Y cuando olvidamos la gripe 
Entonces vino la hermana 
Que fue la viruela brava 
La que mató a don Felipe
 hit counter dreamweaver
hit counter dreamweaver