Friedrich Engels: “Tanta prudencia se necesita para gobernar un imperio, como una casa”.
Refrán popular: “La conciencia vale por mil testigos”
Por: Alejandro Rutto Martínez
Antes que nada es necesario desmitificar esta virtud, pues en los últimos años se ha usado el término “prudente” para designar a una persona refugiada en el palacio de la inoperante comodidad, a quienes son alérgicos a correr riesgos, a quienes son aficionados a la quietud extrema, a la inoperancia total y a la tranquilidad sin resultados. Se le llama así también a quien, en el colmo del cinismo, se acomoda por interés a diversas posiciones así estas sean contrarias.
Dejemos claro, para comenzar que no se les puede llamar prudentes a las personas taimadas, expertas en ocultar sus sentimientos, sus emociones y sus verdaderas intenciones detrás de una muy ensayada sonrisa que resulta ser de engaño. Tampoco lo es quien aplica sus actorales para fingir un comportamiento mediante el cual disfraza sus verdaderas intenciones y sus bajas pasiones.
La prudencia no es una técnica, ni una manifestación de la despreciable hipocresía. Nada más alejado de la realidad. La prudencia no puede ser una máscara ni un disfraz. Tampoco un freno de mano para quienes deseen mantenerse en constante movimiento hacia el logro de sus más altos propósitos.
La prudencia es la buena costumbre de razonar recta y cuidadosamente en todo lo que se debe hacer. El prudente no actúa de manera impulsiva ni se deja llevar por las emociones: ni por la alegría ni por la rabia; ni por el afecto ni por el rencor. El prudente conoce la situación, piensa en ella y luego actúa de manera sabia.
Si nos damos un paseo por la etimología encontramos que prudente viene del latín “prudens”, “prudentis” cuyo significado es conocedor, experto, cauto. Prudencia también viene del latín, de la palabra prudentia y ésta a su vez de pro videntia, el que ve por adelantado, o el que ve para adelante, el que es prudente. En una definición simple de diccionario podemos decir que la prudencia es la “cualidad que consiste en actuar con reflexión y precaución para evitar posibles daños”
La prudencia, al enseñarnos a analizar y comprobar antes de decidir y actuar teniendo en cuenta las consecuencias, tiene una alta incidencia en nuestra vida, en la forma en que nos desenvolvemos dentro de la comunidad a la que pertenecemos y en nuestra escala personal de valores.
Cuando prescindimos de la prudencia o simplemente la dejamos a la orilla del camino nos metemos en los vericuetos de la imprudencia, que nos lleva a la indiscreción a las salidas desafortunadas y a los innecesarios enredos que nos ponen en situaciones difíciles. Un imprudente, cuando visita al enfermo, le dice sin anestesia: “Debes tener cuidado. De eso se han muerto cuatro personas esta semana” y de esa manera su visita al hospital desemboca en un resultado contrario al esperado.
Pero mucho cuidado, la prudencia en exceso puede ser dañina porque suele conducir a indeseable inacción, a la cuestionada negligencia o al pecado por omisión, contenido en el capítulo 4, versículo 17 del libro de Santiago: “El que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado”. La prudencia es, pues, buena consejera, pero deja de ser virtud, cuando existe la necesidad de actuar y nos tomamos todo el tiempo del mundo sin tomar una decisión, lo cual es a la larga otra forma de tomar una mala decisión.
Ser prudente es una expresión humana y una forma de abrirnos espacio en el mundo de la caballerosidad, la decencia y la sana convivencia entre todos los ocupantes de la nave planetaria.
Alejandro Rutto Martínez es un prestigioso periodista y escritor colombiano, vinculado como docente a varias universidades colombianas. Es autor de cuatro libros y coautor de otros tres en los que se aborda el tema del liderazgo, la ética y el Desarrollo Humano. Con frecuencia es invitadocomo conferencista a congresos, foros y otros eventos académicos. Póngase en contacto con él a través del corrreo alejandrorutto@gmail.com o llámelo al celular 300 8055526. Visite su página www.maicaoaldia.blogspot.com