miércoles, 28 de enero de 2009

Tabaquera

Por: Luis José Barrios De la Hoz, instructor del SENA Regional Atlántico

Uno de los oficios que más fascinaba en el pueblo era la cacería. El arte de fabricar trampas de palitos, lazos con varas de guadua o de corozo o el de engomar las ramas con piñique para atrapar torcazas, codornices, palomitas silvestres de todas las especies y conejos, era una actividad común entre los jóvenes y este arraigo se remontaba a sus ancestros mocanás y que se mantenía aún viva a pesar de que los colonizadores españoles habían casi exterminado todas las costumbres milenarias de montería para reemplazarlas por las matanzas con el arcabuz y los perdigones impulsados por pólvora que diezmaban las bandadas de barraquetes y tangas que abundaban en los jagüeyes y que tanto miedo sembraban entre los nativos primigenios; pero el matar animales de monte a hondazos, era sólo una función casi de guerreros, porque cualquier enclenque no podía extender más allá de un centímetro de la horqueta al caucho negro de una verdadera honda.

Desde antes que empezara a caminar, Tabaquera tenía la destreza de tumbar desde su corral las totumas, pocillos de peltre, cucharas de palo y escarchar las bacinillas lanzándoles cualquier objeto, esto le producía cierta hilaridad y el estropicio que armaban los objetos al romperse alborotaba a su abuela que desprevenida realizaba oficios en la cocina diciendo – ¡¿Qué fue eso, Dios mío?! – y salía corriendo a ver que había ocurrido, encontrando el espectáculo de las totumas hechas añicos o las escamas de peltre del escarchado de las bacinillas desparramadas en el suelo de barro apisonado. – ¡No puede ser, en esta casa debe haber duendes o brujas ¿Quién se va a poner a partir los chismes a estas horas?! – además no hay por donde salir sin que yo los vea. Ha menudo se repetían estas cosas sin explicación alguna, tanto que terminó convencida que los duendes habitaban la casa y de remate hablaban con el niño porque él era el único que se reía y balbuceaba palabras ininteligibles dando palmadas de alborozo como festejando el acontecimiento. Por eso se le ocurrió cambiar de puesto a las lozas, calderos, ollas, totumas y la bacinilla de peltre. A los enseres los metió bajo llaves en una alacena de madera y anjeos y al vaso de noche lo dejó desde ese día, bocabajo en el escusado del patio trasero.
<> expresó aliviada al terminar su faena. Los destrozos cesaron y se dio por satisfecha, es más las risas y palmadas de alegría de su nietecito, también acabaron, por lo que se convenció aún más, de que los duendecillos, no sólo se habían marchado, sino que habían dejado de hablar con la criatura para enseñarlo a ser destructor.

Tres meses después, Tabaquera, ya caminaba y los duendes imaginarios de la abuela empezaron a aparecer, pero ahora por toda la casa.

El niño había afinado su puntería y catapultaba piedrecillas de cascajo usando una cuchara de plata a manera de artilugio medieval. Jamás descubrieron en la casa la causa de las roturas de los objetos, ni las artimañas infantiles del párvulo, por lo que todos los de la familia terminaron acostumbrándose a los estragos y que habían duendes esparcidos por toda la vivienda.

Tanto que una alcarraza de cristal italiano regalo de los furtivos amores de la abuela con un marinero desconocido cayó hecha pedazos y no hubo forma de encontrarle pegas porque todas eran diferentes y no encajaban, tanto que se convencieron que la vasija no era una sino dos o tres.

A nadie culparon del destrozo y nunca pensaron en el pequeñuelo porque no iba a alcanzar donde estaba colocada a tres metros de altura y que para bajarla tenían que utilizar una banqueta.

A medida que crecía, las incursiones del chiquillo, llegaban hasta el patio, las residencias vecinas y algunas veces en la calle, con las consecuencias sabidas, pero tampoco supieron el origen.

Ya adolescente, era un diestro hondero conciente de sus habilidades, desarrolló una técnica muy personal practicando a solas en los montes, arroyos y rozas de sus tíos o de su abuelo.

Su abuela que para ese entonces ya estaba entrada en años tenía una cierta predilección por él, claro su querido gurrumino se presentaba todas las tardes con alguna pieza de cacería, hoy podrían ser dos hermosos conejos, mañana una guartinaja, u otro día palomas torcaces y codornices.

El trabajo casero basado en la molienda de maíz en metates y el blanqueado del millo en el pilón le había forjado contextura envidiable, pero también un cariño especial por él, por lo que nadie preguntaba en casa para quien era el plato más lleno.

La destreza con la honda se fue perfeccionando día a día, de tal forma que aprendió a seleccionar las piedras por sus formas, pesos y texturas con el fin de utilizarlas con efectividad en las faenas de caza.

Podía saber con exactitud cual era la propicia para atontar un colibrí y dejarlo ileso y sin ningún rasguño y cual para matar a un gavilán a sesenta metros y desplumarlo de una sola pedrada. Su selección de guijarros era una colección que podría despertar la envidia del mejor de los edafólogos y las guardaba con gran celo.

Fabricó diferentes tamaños de hondas, livianas, pesadas, grandes, pequeñas y medianas elaboradas con maderas rebuscadas en las montañas y bosques de la región; cada una servía para algo diferente.

Sus prácticas eran de hasta tres horas ininterrumpidas de ejercicios y posiciones difíciles y complejas todos los días, nunca quiso participar con otros muchachos en los juegos de tiro al blanco en los playones de los montes. El sólo observaba en silencio matemático mientras sus coterráneos se ampollaban las manos por ser los mejores.

Tabaquera era capaz de tumbar hasta dos murciélagos en pleno vuelo nocturno, derribar lechuzas silenciosas, matar un saíno de una sola pedrada en la jeta sin que chillara, por lo que le daba la ventaja de derrumbar otros más, antes que se dieran cuenta los infelices cerdos silvestres que su manada estaba siendo diezmada por piedras invisibles.

Tiraba al suelo mangos, nísperos, anones, marañones, mamones y otras frutas sin dañarlas y las cuales caían en las mochilas y sacos que colocaba estratégicamente en el suelo.

Una vez casi le pega a un dirigible que iba para Puerto Colombia sino es por un gallinazo extraviado que se interpuso por casualidad en la ruta de la piedra y terminó con el corazón perforado muriendo sin agonía dos leguas más adentro porque siguió volando hasta posarse en un cocotero sin darse cuenta que ya estaba muerto.

Su abuela murió feliz a los ciento tres años, ensartando agujas y remendándoles los calzones y coletos a Tabaquera, con una lucidez maravillosa que supo el día de su muerte y se mandó a decir los nueve responsorios con una rezandera un año antes.

El joven se aisló más del mundo y se dedicó a perfeccionar sus técnicas de hondero. Esto lo hizo famoso en la comarca y su fama llegó más allá del otro lado del río, donde la gente se deleitaba descuartizando garzas y alcaravanes a hondazos.

Un mes de junio en medio de un aguacero llegó al pueblo un tirador experto para desafiar a Tabaquera de quien su fama era conocida y su leyenda había traspasado las ciénagas, montes de María, Ariguaní y Oca. Nadie en el pueblo supo decirle al extraño donde encontrarlo, sólo le dijeron, que el andaba por los caminos matando lobos polleros y zorros chuchos o dormido con su mochila de piedras debajo de un enorme árbol de higuerón que se distinguía fácilmente en la vía, además su inseparable carretilla llena de leños era un indicio de que estaba en los alrededores.

Así que sin perder tiempo ni esperar que escampara buscó a su contrincante y lo encontró empapado y dormido sobre la mochila de piedras a un lado de su carretilla y de la vía. Ya había escampado cuando el anónimo rival lo despertó. Se levantó con tranquilidad escurriéndose el agua de su ropa colocándose frente al viajero y antes que le explicara la razón del viaje ya le tenía una respuesta porque mucho antes que lo despertara lo había soñado cuando dormía bajo el aguacero.

A la mañana siguiente por la tarde se encontraron en un peladero en dónde se levantaba un enorme termitero como un volcán, Tabaquera colocó sobre el nido de comejenes un pollo con moquillo que había rescatado de ser degollado en la plaza del pueblo en las fiestas de San Juan por los delirantes parroquianos que con los ojos vendados y tirando machetazos a diestra y siniestra adivinaban donde estaban los pescuezos de las aves para trozárselos en medio del bullicio y el jolgorio.

La prueba consistía en que el forastero tenía que volarle la cabeza desde una distancia acordada, él por su parte cumpliría con lo que su contendiente le exigiera. No era una gran hazaña pegarle a un desgraciado pollo quieto para un experto que estaba acostumbrado en tumbar garzas lánguidas al otro lado del río.

Se apartó la distancia convenida, apuntó por entre el medio de la horqueta y su disparo hizo diana en la cabeza del animal quien callo muerto dando aleteos agonizantes sobre el pilón de barro, el foráneo iba a celebrar cuando un enjambre de abejas enreda pelos lo hicieron correr y chillar hasta que se tiró en un jagüey para librarse de ellas y que apenas se asomaba a la superficie le volvían a picar, salió malhumorado, lleno de barro y el pelo de verdín, por lo que urdió una difícil prueba para alzarse con el triunfo del mejor hondero, aunque no hubieran testigos.

Habló con su opositor y se alejó hasta una cerca de palos de matarratón, saco uno de sus dedos por encima del horcón más grueso, la tarea consistía en que le pegara a una distancia de más de setenta metros, una brisa de agua soplaba con fuerza y el día ya estaba en su ocaso. Sabía que la poca visibilidad y el viento se constituían en obstáculos difíciles de franquear por su oponente. En su mente sabía que tenía que quitar su índice unos segundos antes de que el tiro de Tabaquera le pudiera dar y volverlo a colocar tan rápido y dar la sensación de que el otro había fallado.

Tabaquera cargó su mochila, sacó un boliche de acero brillante que guardaba para ocasiones esperadas y esta era la oportunidad para estrenárselo, lo colocó en el zurrón de la honda, se adentró un poco al monte de tal manera que la posición que tomó era la de un novato, absurda y difícil, estiro el caucho, el foráneo no podía observar casi nada porque entre los dos un matorral de espinos se interponía en un vaivén de péndulo hipnotizador. Intentaba escudriñar su antagonista, cuando sintió que a sus espaldas se estrelló en un tronco de guayacán un objeto metálico con un sonido que más parecía un disparo de fusil que un primitivo hondazo. Se quedó esperando triunfante y sonriente a su contendiente.

Tabaquera avanzó hacia él con el aire sereno de los triunfadores expertos. El otro no concebía el por qué de la felicidad del otro, hasta que le señaló su dedo, con incertidumbre se lo miró y vio que lo tenía redondo, brillante, hinchado, dormido, con el aspecto de las guacharacas cuando mueren de una pedrada y con el conocimiento de que había perdido. Fue cuando tomo conciencia que ni siquiera había tenido tiempo de retirar el dedo porque en el mismo momento que lo pensó ya el balín le había volado la uña sin que él se percatara y se lo había sembrado con todo y balín en el tronco que estaba a sus espaldas.

El dedo se le despertó tres días después con un dolor insoportable y casi gangrenado. El curandero del pueblo creía que lo había mordido una mapaná y no que hubiera sido un disparo de honda, lo trató como hombre picado por serpiente, le envolvió el dedo con hojas de caraña, le dio a beber menjurjes para los golondrinos que le salieron en los sobacos por efecto del golpe y le dijo que por ningún motivo pisara mierda de gallina ya que se podía morir.

Cuando se recuperó no pudo jamás manejar de nuevo el arma sintiéndose con el honor pisoteado, hubiera preferido que la diana hubiera sido en el entrecejo, y no en el dedo que le daba la destreza y seguridad de no errar los tiros

Tabaquera prosiguió su vida de caminante y lanzando piedras con su honda maravillosa y con la conciencia de que si quería hacerlo podría matar a alguien por lo que no le disparaba a nadie con sus técnicas arcanas, porque sabía que les podría quitar la vida.

Nunca soportó que le llamaran Tabaquera y quien lo mencionaba terminaba escalabrado o cojo. Nadie caminando o en burro se atrevía a llamarle por su sobrenombre porque los cascajos los alcanzaban antes de la huida y sólo se atrevieron a hacerlo, hasta cuando llegaron los carros y la gente le gritaba desde sus vagones en movimiento: ¡Tabaquera!, él, tomaba su honda apuntaba hacia el suelo para que de rebote la piedra le pegara al osado tan sólo para hincharle el tobillo o herirlo en la cabeza y con los oídos zumbando.

Un día cualquiera lo encontraron dormido para siempre con su carretilla, la mochila de piedras de diferentes formas como almohada y su colección de hondas contra el pecho y que jamás pudieron manejar los demás porque a los pocos días a todas se las comió el comején como si fueran de balso dejando piloncitos de polvillo amarillo que el viento desparramó para no dejar así huellas de la existencia de las mortíferas armas ancestrales.

Dicen los caminantes que a veces en el camino se sienten los pasos del fantástico pedrero y el zumbido de las piedras que sin saber de donde vienen traspasan las hojas de los árboles espantando las cotorras de marzo.

Diciembre 21 2003

Leer otro cuento de Luis José Barrios

Una feria binacional

Por: Enrique Herrera Barros.

Ayer tuve la oportunidad de hacer una amena charla con el licenciado venezolano Gustavo García quien es el presidente de la 1ª. Feria Internacional de Turismo de Maracaibo y la vino a promover, evento que se llevará a cabo durante cuatro días del 3 al 6 de Junio de este año, en esa ciudad.

Ofrecen promocionar los restaurantes y hoteles de nuestra región, invitando desde luego a sus gerentes y directores, con el fin de que impulsen los sitios de interés y las cosas importantes que tenemos en nuestra región, será así, como tendremos la oportunidad de mostrarle no solo a los venezolanos, sino a muchos de los latinoamericanos viajeros por excelencia, tantas cosas bellas y buenas que tenemos y que muchas veces, ni nosotros mismos sabemos que existen.

Habrá una rueda de negocios, en la que participaran varios países de Sur y Centroamérica, con los respectivos Ministros de turismo a bordo entre otros el famoso cantautor Rubén Blades de Panamá.

Están impulsando la creación de un vuelo RiohachaAruba -Maracaibo , la empresa se llama Tiara Air. Arubana para mas señas. Aruba ta bon.

Está feria tendrá un recinto de 1400 Mtros2.

Habrá varios conferencistas profesionales del turismo, desde luego habrá como aprender, lo que tanto necesitamos, con acreditados chefs, reyes de la gastronomía regional. Se me hace agua la boca.

Pero a la pregunta de rigor: Licenciado García como hacemos para ir a esa importante feria? La respuesta fue sencilla, Chico facilito, te montáis en un carro y ya está.

Hasta ahí llegó el burro de los melones, cuando le dije, licenciado el consulado de Venezuela está exigiendo veintitrés requisitos para darle la visa a un colombiano aquí en Riohacha.

Me dijo, ya lo sabíamos.

Y entonces como se obviaran esta catarata de requisitos, ahora que el primo Hugo arregló el chico con Álvaro Uribe?

Me respondió, le vamos entregar al Sr. cónsul Gonzalo Tarazona González un documento en el cual le vamos a exponer nuestras inquietudes con respecto a esta situación, porque de otro modo no habrá quien viaje.

Dios quiera que esto sirva para arreglar esta situación que a ojo de buen cubero, no deja de ser catastrófica, no solo económicamente, sino social, porque se están perdiendo los lazos familiares y amigables que otrora compartíamos zulianos y guajiros que según Bolívar era la misma vaina.

Que tiempos aquellos cuando ir a Maracaibo a comer en Mi Vaquita, a Casa Paco, al Rompeolas a Tostadas el Veinticinco, e ir de compras a la Joyería Cupelo, a la Lago Motors, a la Ferretería el Cañadero, a la Casa Japonesa, a la Casa Sherizawa, a trajes Tortolero, era el pan de cada día y que se yo donde mas iba nuestra gente de compra y de paseo, pero Bogotá y Caracas se han empecinado en separarnos inmisericordemente.

Como añoramos esos tiempos, pero la política inconsecuente ha venido acabando con lo más preciado del hombre, La Libertad.

Ya no nos podemos mover como antes lo hacíamos, ahora somos prisioneros del bendito papeleo, y la tramitología, cuando no, de la coima, que no pudo romper, el acuerdo de naciones suramericanas, cuando dijeron que a partir del primero de Enero del 2008 con la sola cedula, podíamos ir y venir a la casa de las tías.
Dios quiera que vengan días mejores.

Licenciado García bienvenido a esta su casa y le deseamos mucha suerte, ahora cuando Ud. le está llevando la carta a su idem.

Buenos días.

Una feria binacional

Por: Enrique Herrera Barros.

Ayer tuve la oportunidad de hacer una amena charla con el licenciado venezolano Gustavo García quien es el presidente de la 1ª. Feria Internacional de Turismo de Maracaibo y la vino a promover, evento que se llevará a cabo durante cuatro días del 3 al 6 de Junio de este año, en esa ciudad.

Ofrecen promocionar los restaurantes y hoteles de nuestra región, invitando desde luego a sus gerentes y directores, con el fin de que impulsen los sitios de interés y las cosas importantes que tenemos en nuestra región, será así, como tendremos la oportunidad de mostrarle no solo a los venezolanos, sino a muchos de los latinoamericanos viajeros por excelencia, tantas cosas bellas y buenas que tenemos y que muchas veces, ni nosotros mismos sabemos que existen.

Habrá una rueda de negocios, en la que participaran varios países de Sur y Centroamérica, con los respectivos Ministros de turismo a bordo entre otros el famoso cantautor Rubén Blades de Panamá.

Están impulsando la creación de un vuelo RiohachaAruba -Maracaibo , la empresa se llama Tiara Air. Arubana para mas señas. Aruba ta bon.

Está feria tendrá un recinto de 1400 Mtros2.

Habrá varios conferencistas profesionales del turismo, desde luego habrá como aprender, lo que tanto necesitamos, con acreditados chefs, reyes de la gastronomía regional. Se me hace agua la boca.

Pero a la pregunta de rigor: Licenciado García como hacemos para ir a esa importante feria? La respuesta fue sencilla, Chico facilito, te montáis en un carro y ya está.

Hasta ahí llegó el burro de los melones, cuando le dije, licenciado el consulado de Venezuela está exigiendo veintitrés requisitos para darle la visa a un colombiano aquí en Riohacha.

Me dijo, ya lo sabíamos.

Y entonces como se obviaran esta catarata de requisitos, ahora que el primo Hugo arregló el chico con Álvaro Uribe?

Me respondió, le vamos entregar al Sr. cónsul Gonzalo Tarazona González un documento en el cual le vamos a exponer nuestras inquietudes con respecto a esta situación, porque de otro modo no habrá quien viaje.

Dios quiera que esto sirva para arreglar esta situación que a ojo de buen cubero, no deja de ser catastrófica, no solo económicamente, sino social, porque se están perdiendo los lazos familiares y amigables que otrora compartíamos zulianos y guajiros que según Bolívar era la misma vaina.

Que tiempos aquellos cuando ir a Maracaibo a comer en Mi Vaquita, a Casa Paco, al Rompeolas a Tostadas el Veinticinco, e ir de compras a la Joyería Cupelo, a la Lago Motors, a la Ferretería el Cañadero, a la Casa Japonesa, a la Casa Sherizawa, a trajes Tortolero, era el pan de cada día y que se yo donde mas iba nuestra gente de compra y de paseo, pero Bogotá y Caracas se han empecinado en separarnos inmisericordemente.

Como añoramos esos tiempos, pero la política inconsecuente ha venido acabando con lo más preciado del hombre, La Libertad.

Ya no nos podemos mover como antes lo hacíamos, ahora somos prisioneros del bendito papeleo, y la tramitología, cuando no, de la coima, que no pudo romper, el acuerdo de naciones suramericanas, cuando dijeron que a partir del primero de Enero del 2008 con la sola cedula, podíamos ir y venir a la casa de las tías.
Dios quiera que vengan días mejores.

Licenciado García bienvenido a esta su casa y le deseamos mucha suerte, ahora cuando Ud. le está llevando la carta a su idem.

Buenos días.

lunes, 26 de enero de 2009

Paciencia piojo que la noche es larga

Escrito por: Alejandro Rutto Martínez

Michel d'Eychem, señor de Montaigne: "Las arrugas del espíritu nos hacen más viejos que las de la cara"


Era sábado, día de pago para quienes trabajaban en las faenas de construcción y mi padre salió de casa presuroso, cuando el sol indicaba que el mediodía daba paso a la tarde. Su finalidad: recibir el pago por todos los viajes hecho durante la semana a los ingenieros para los cuales trabajaba. Corrían los años setenta y en Maicao se construían grandes edificios, locales comerciales y bodegas para almacenar mercancías.

Cuando anochecía el viejo regresó con las manos vacías: el pago no se hizo efectivo y le pidieron esperar hasta el próximo lunes. Mi mamá, para consolarlo, echó mano de uno los dichos de su extenso repertorio y, antes de que siguiera con los lamentos le dijo "paciencia piojo que la noche es larga".

Así solía decir nuestra madre, una riohachera de pura cepa, cuando las cosas parecían complicarse y tomaban un color, digamos, poco favorable a los intereses de la familia o a nuestros deseos o esperanzas. Cuando ella decía así todos sabíamos que lo recomendable era tener calma y saber que el desenlace, de ser favorable, no sería en corto tiempo. Esa noche mi papá se que a dormir sin plata en los bolsillos pero con la convicción de que no debía preocuparse por algo que no estaba en sus manos resolver.

Mi madre y sus contemporáneos, casi todos ellos de pocos años en la escuela, aprendieron comunicación, lenguaje, música y hasta un poco de literatura en las tertulias vespertinas que los reunía a todos, niños, jóvenes, adultos y ancianos, para intercambiar las vivencias del día. Era un tiempo en que la palabra fluía, el tiempo se detenía y el conocimiento era compartido de manera franca, abierta y amena.

Algunos aprendieron más que otros pero nuestra representante en esas concurridísimas reuniones de la Calle del Carmen, aprendió, sobre todo, hermosas letras de boleros y dichos con los cuales nos guió durante todo el tiempo en que estuvo con nosotros. Y tenía uno para cada ocasión.

Por ejemplo, cuando veía sufrir a alguien, comentaba: "Caramba, ese pobre hombre está pasando más trabajo que Justo Rojas en Villanueva".

Nunca supimos quién era Justo Rojas, ni qué le pasó en cuál Villanueva. Pero sea quien haya sido fue un nombre que siempre nos inspiró pesar y un poco de piedad. No sabemos si fue un padre de familia desempleado o un político caído en desgracia o un campesino que perdió su finca hipotecada.

Pero, a juzgar por el tono con que se referían a él, debió ser alguien especializado en los más terribles sufrimientos.

Pero no era esa la única forma de referirse a quienes la vida probaba con los malos ratos. A veces, cuando se refería a sus propias penas del pasado, decía: "A mí en esa época me tocó pasar la mar de un brinco y la ciénaga de un pugío(sic)".

Muy grande debe ser el esfuerzo de quien atraviese el mar de un solo salto y una ciénaga con solo un grito lastimero, que es lo que aproximadamente traduce "un pugío". Y cuando esa forma de decir estaba muy repetida, entonces acudía a otra de sus máximas. "¿Qué como estoy? Aquí, como tres en el anca de un piojo, siendo yo la de más atrás".

Yo, que siento dolor ajeno cuando veo a tres personas montadas en una motocicleta, me imagino como sería el viaje sobre el minúsculo animal, más que todo cuando son tres viajeros. Y... ¿Qué tal "el de más atrás"?

En esos tiempos, al igual que ahora, había personas inclinadas a crear conflictos y meterse en problemas.

Para ellos, recuerdo dos frases contundentes, de las que se pueden publicar sin temor a que los niños las lean (porque también había de las otras): "Fulano cree que la mazamorra es caldo".

Y otra aún más contundente, como para regañar a un grupo de jóvenes con ganas de buscar pleito: "Y ustedes qué creen... ¿Qué la guerra es cumbiamba?

Poco a poco las velitas de la tertulia se fueron apagando y toda esa generación de sabios de la calle y poetas de la palabra sencilla fue silenciada por el paso inexorable del tiempo.

A mi mamá también le llegó el turno de partir y, cuando eso sucedió, el mundo se me hizo pedazos. Ella se fue en el momento en que más me hubieran servido sus frases, su apoyo, su sonrisa y el hombro en donde me recostaba cuando quería desahogarme.

Pero, un poco después de su partida, cuando tuve una de las pruebas más grandes de mi existencia, comprobé que ella me acompañaba desde la eternidad con las sabias frases que me enseñó en la infancia.

En medio de la turbulencia y los colores grises de la adversidad, alcancé el recuerdo me trajo su voz dulce y llena de convicción: Tranquilo mijo, que ningún hijo de Dios muere boca abajo"

viernes, 23 de enero de 2009

Maicao al Día gana premio de periodismo de "El Cerrejón"


Momentos en que Alejandro Rutto recibe el premio de parte de Julián González, gerente de Responsabilidad Social de El Cerrejón

Riohacha-. Ayer durante la entrega del Sexto Concurso Departamental de periodismo El Cerrejón, el jurado decidió conceder el premio en la categoría de internet a Alejandro Rutto Martínez, director de Maicao al Día por el trabajo titulado "Los tinteros de Maicao, empresarios de la tradición".

En el evento realizado este 22 de enro en el salón de eventos "Arrecifes" de Riohacha, fueron premiados además los trabajos correspondientes a la categorías de Radio, en la cual ganó Vital Acosta; prensa en la que ganó Víctor Polo y Carlos Lizarazo en televisión.

El Cerrejón, organizador del concurso, dio la máxima importancia al programa de premiación que contó con la presencia del presidente de la empresa León Teicher; la directora del Departamento Nacional de Planeación Nacional Carolina Rentería; el gobernador de La Guajira Jorge Pérez Bernir y el alcalde de Riohacha Jaider Curiel.

El jurado estuvo integrado por Alberto Martínez Monterrosa, decano de la facultad de Comunicación de la Universidad del Norte; el antropólogo Wilder Guerra y la directora de Semana .com María Teresa Ronderos.

Maicao al Día dedica este premio a Dios y a los vendedores de tinto de Maicao y lo comparte con sus lectores en 75 países del mundo.
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