Escrito por: Edwin Peralta Martínez
Andaba Dámaso en
su Toyota viejo 74 y al doblar por la calle del Pereque se encuentra
Pasó todo el día pensando en Sildana y aunque se
ocupó en su cultivo de arroz, no dejó de recordar aquella mujer que lo
atormentaba por ese amor que solo pudo ser una aventura de jóvenes. Sildana se
fue muy temprano a estudiar medicina, por el afán de su padre que fuese
profesional en ese ramo. Al venir de vacaciones sus padres no eran gustosos de
las serenatas que Dámaso y sus compinches le colocaban las noches, al
contrario, generaban rechazo, obligándola a ausentarse del pueblo y forzándola
a irse para la fría capital, donde una tía durante las navidades.
Pasaron los años
y la distancia fue alejando
cualquier pretensión del insistente
enamorado que esperaba su regreso de la ciudad, no olvidaba nunca sus miradas,
pero ella conquistaba otros escenarios y
olvidaba aquel provinciano, se
ennovió con un estudiante de familia reconocida,
del agrado de sus padres con ínfulas de grandeza y creyéndose de sangre azul, desdeñando
del pobre Dámaso, hijo de agricultores, gente trabajadora, parrandero, irresponsable,
mujeriego, serenatero y con poca
prestancia económica.
Mati su madre,
notaba que su
hija era feliz, con aquel hombre de finos modales y aunque
era cinco años mayor
que ella, le brindaba el status que necesitaba la familia para defender
ante el pueblo la prestancia
y la honra que necesitaban señorear, ella sabía que debían
agarrarse por encima de
cualquier cosa de aquel nuevo miembro que toda
mujer en el pueblo quería y el citadino hombre al lado de su
hija mayor, era prenda
de garantía.
-Traigan las
maletas al cuarto—llegó la princesa de la casa y su rey
Vamos a atender en
grande al nuevo miembro de la familia como se lo merece, con la mejor comida de
la región, música y lo mejor que le podamos brindar de sus bellos
paisajes-expresó el Dr. Carrillo con voz de júbilo.
Tuty y Yuyo, hermanos de Sildana de inmediato salieron en busca del mejor whisky, un conjunto vallenato de la región, la mejor cocinera de la población y por orden del suegro quien con su diezmada economía trató de impresionar al yerno. Aunque Dámaso se aferraba por aquel el amor frustrado cuando la veía en Fuente Seca se le revolvía el estómago, corrió el chisme que Sildana se había entregado al citadino por interés.
El enamorado herido veía al Dr. Carrillo como su verdugo, entrometido que truncó aquella unión que se pudo materializar en la juventud, donde anhelaba en medio de su locura llevarla al altar de la población, en la iglesia de San Benito.
Mati como toda mujer sabia era consciente de la situación, tenía presente la venganza de aquel hombre herido, quien alguna vez en la cantina de Víctor Martinete expresó que cobraría dicha afrenta. Aun así, hace unos años atrás en medio de esas tantas borracheras, alcanzó hacer una descarga en la calle del pereque al frente de la casa de los Carrillo Sierra, retando al padre de su enamorada quien no salió al desafío, denunciándolo posteriormente a las autoridades locales.
Aquella situación llegó a los oídos de los pobladores que organizaron una reunión para apaciguar la furia del escurridizo romeo, estando todos interesados en que no se perturbara la paz, por aquella situación sentimental que alteraba el orden público de las familias. Al día siguiente nuevamente Dámaso paso en su Toyota por la casa de Sildana, trató de hacer un alto, anhelaba ver aquella ilusión que embargaba su corazón, mientras ella estaba sentada con ese hombre que le había robado el suyo.
Aquel día se sintió cobarde, indefenso, desesperado al ver que no le correspondía Sildana, a quien anhelaba abrazar, creía que este mundo era cruel y que no se merecía ese destino al verla intacta, bella, como en la época de su juventud cuando le robase algún beso en la plaza. Aunque esa noche miró al cielo, cuestionó al poderoso por su situación, sin clemencia alguna y con vigor de hombre de provincia se embriagó con 3 botellas de whisky escoces hasta quedar dormido en el sardinel de su casa.
Apenas amaneció Zunilda su mujer lo levantó y lo acostó, le quitó la ropa y lo miró con ternura. Ella complaciente completó la tarea y lo consoló recordándole que era su mujer. Aunque está en un alto grado de alicoramiento no pudo negarse que era un hombre bravío y que aun herido la madre de sus hijos le ayudaría apaciguar ese tizón que llevaba en el alma respondiéndole como mujer.
A mediados de 1991 conoció a Zunilda en una fiesta de carnaval en la caseta Currucuchu, aquella mujer lo inspiró con su bella cabellera luego de la tuza por la partida de Sildana cayendo rendido a sus brazos, con ella consumó media docena de hijos.
Al principio se confundía y la llamaba erróneamente con el
nombre de Sildana, ella con su buen trato y atenciones logró que olvidara esa mujer
galante que vivía en la calle del pereque, aun así, Zunilda nunca se sintió ofendida
y el gavilán parrandero, amiguero, pechichón de las mujeres estaba en su jaula,
era su mejor gesta, su mayor conquista.
Con el pasar de los años su resignación y los llantos silenciosos de su corazón por no poder alcanzar aquel amor y del cual llevaba una cruz se fue distrayendo en otras cosas, los gallos, la vida de trago, los juegos de azar, las mujeres, los negocios.
Entonces porque sufría se preguntaba cada vez que veía a Sildana que llegaba de viaje a visitar la casa de sus padres, porque tanto desespero, se sentía como un polluelo mientras esas garras de águila no podían atrapar aquella paloma blanca: Se preguntaba a sí mismo, se cuestionaba hora tras hora ese sentimiento que no le dejaba ser feliz y seguir adelante.
Su madre le recordaba a Sildana que saliera poco a la población para evitar el encuentro con Dámaso, rumores corrían de una posible venganza en contra del hombre de la ciudad, a duras penas se sentaban en la terraza desde las 5 hasta las 7 y luego se refugiaban en la vivienda para evitar cualquier imprevisto que empañara algún suceso de los esposos.
En temporada de los
reyes magos regresaban a la ciudad al retorno de sus actividades laborales, el
esperaba las otras vacaciones solo para mirarla, embriagarse, transitar por su
casa y alimentar esa ilusión de que pasara algo al citadino de piel blanca y por fin arrullar a su
amada Sildana en sus brazos con el fin de estar junto a su eterna enamorada.