Escrito por: Alejandro Rutto Martínez
Resumen del capítulo anterior: José Luis vive en Maicao, juega fútbol y se dedica por entero a la pintura. Todo parecía llenarlo en la vida, su arte, los estudios y el deporte. Además de sus hermanos José Ramón, Angélica, Carmen, Límbano y Juan.
Pero después conoció a alguien que le cambiaría dramáticamente la vida. Alguien que le hizo temblar hasta la voz.
Se trataba de Leticia Gutiérrez Hernández,
una esbelta muchacha que estaba en la transición de niña a mujer, tenía una
mirada perturbadora, una silueta de sirena y un cabello hermoso, además de una personalidad
arrolladora. Se enamoró de ella y, aunque era hombre de pocas palabras, se las
arregló para declararle su amor.
Se hicieron novios y dos años más tarde se fueron a vivir juntos. Ella tenía tan sólo 17 años no cumplidos y era la muchacha más hermosa de la calle 15 y del barrio…La historia de amor tuvo su punto culminante el 10 de mayo de 1975 y por ahora no hay final a la vista, gracias a Dios.
La familia se hizo aún más sólida con el
nacimiento de sus hijos Julio, Cindy, José José y María José.
El arte no de detiene, José Luis ha tenido sus obras expuestas en prestigiosas galerías de todo el país. Hoy no sólo es un pintor consagrado sino un artista de artes plásticas, autor de bellísimas y significativas esculturas a través de las cuales expresa su sentimiento de patria con La Guajira y con el planeta.
Es el autor de obras expuestas en el festival de esculturas, pintó un mural para la empresa Chevron y otro en el Colegio Santa Catalina, desarrolló la obra Palabrero Abstracto, ubicada hoy en Manaure y ha participado en varios salones regionales.
He tenido el privilegio de conocer el taller del maestro José Palmar y conocer sus cuadros y esculturas, así como la paz de su hogar, en donde he podido interactuar con Leticia, sus hijos y nietos. En la vitrina encontramos un cuaderno con bocetos al carboncillo. Me llama la atención también un poema escrito a lápiz en letras mayúsculas, del cual transcribo una parte:
En el monte fresco
Amaneciendo espero
Recibir de la brisa
El ansiado aroma
De la flor en el campo
Por donde camino
En medio de árboles
Viviendo con muchos seres
Que juntos residen
En un bello orden
Disfruto de la vista de cuadros que captan la soledad del desierto, el sudor del obrero cuya frente está surcada por las huellas del sol y del tiempo, el rostro de la realidad instalado en árboles que no mueren, en nidos que no sobreviven, en casas frágiles que no ceden al paso del tiempo y arena y arena que se acumula hasta en lo párpados de la memoria.
Un día lo acompaño a la premiación del Premio
Departamental de Cultura. Cuando llega la hora de premiar al ganador, el
presentador comienza a abrir con lentitud el sobre en donde está el nombre del
privilegiado artista. Por mi mente pasa el momento en que José Luis rompía la
envoltura del sobre que le enviaron un día del exterior. Desde una escuela en cuyo
curso aprendería los rudimentos de su arte. Mientras elaboro la imagen del muchacho
abriendo su carta el presentador ya tiene en la suya el nombre indicado por los
evaluadores. Señoras y señores, el ganador es (pausa de cinco segundos que
parecen como mil) …
¡¡¡José Palmar Díííííííaz!!!
El auditorio aplaude entusiasmado y sus amigos corremos a abrazarlo, pero sus hijos nos tomaron la delantera. Es apenas justo, ellos han sido privados de la compañía de su papá durante las largas horas que él permanece en el estudio y son los que ahora tienen derecho a disfrutar de primeros en este memorable día.
José Luis no se inmuta, no salta, no llora,
saluda a cada uno con amabilidad y empieza su lenta caminata hasta el escenario
en donde le entregarán su merecido reconocimiento. Es la segunda vez que gana, así que es un
experto en premiaciones.
La obra de José Luis Palmar es una brizna de soledad encendida en el puño cerrado de un hombre, la fuerza de un camión que recorre caminos inundados de tierra seca y de nadas imperceptibles.
Veo un espacio de la pared reservado para un nuevo cuadro y pienso en la obra de arte que el pintor concibiera en su infancia, cuando dibujó el Palacio Intendencial desde la punta del muelle de Riohacha.
Pero ese cuadro no está, tal vez se encuentra en alguna galería de
Europa, en un monasterio de Italia o simplemente en los laberintos de la
memoria que se niega a olvidar los días en que germinó la semilla de mil
colores y el paisaje ancestral que busca el hilo conductor hacia los orígenes
de una raza que vive y palpita hasta en las grietas del barro y de la historia.
Fin