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viernes, 15 de agosto de 2008

LA MUERTE DE OMAIRA ARISMENDI FRÍAS

Por : Roberto Gutiérrez Castañeda
La muerte de Omaira Arismendi no es una muerte más. No es una muerte fortuita producto de un absurdo accidente o de la acción desesperada de un atraco con violencia. No, la muerte de Omaira es una muerte premeditada, fríamente calculada, producto del grado de descomposición en la que se encuentra inmersa nuestra sociedad y de la incompetencia e inoperancia de las llamadas fuerzas del orden obligadas por la Constitución y la Ley a proteger la vida de los ciudadanos residentes en este país.
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La muerte de Omaira rompe nuestros patrones culturales donde la mujer es considerada un ser intocable. Quienes no conocen la cultura wayuu, que otrora marchara en una perfecta simbiosis con los conceptos éticos morales de los raizales guajiros, creen que el indígena es machista por el hecho de caminar ligero de cargas al lado de la mujer que lleva todo el peso de los enseres, cuando en realidad es la mejor representación del respeto que el hombre de esta comarca tiene por la mujer.
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La carga que lleva la mujer y que le impide tener libertad, rapidez y facilidad de movimiento ante la evidencia del peligro está ligada al hecho que ella jamás será tocada por el agresor ni en los peores y mas difíciles momentos de la lucha; el hombre, por el contrario, debe estar libre de impedimento que le dificulte defenderse; esa es la verdadera razón de ser de esta costumbre centenaria. Hoy eso se ha perdido. Como lo demuestra la muerte de Omaira y como en los últimos meses lo ha venido demostrando la muerte de varias mujeres a manos de hombres ajenos a estos lares.
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No obstante la "Seguridad Democrática" la percepción de inseguridad en la ciudad es alarmante, la delincuencia se ha tomado por asalto la ciudad ante el silencio cómplice de todos y la complacencia de las autoridades que sólo se preocupan por perseguir el tráfico de drogas y viven en un estado Shakirano: son sordos, ciegos y mudos y no saben donde están los ladrones.
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La indisciplina social: cada quien hace lo que le venga en gana; la indiferencia: ese no es mi problema; la cultura de la ilegalidad: que robe pero que deje robar; la incuria: el que venga atrás que arree; la falta de pertenencia con lo nuestro y la desidia de los gobernantes es el denominador común de nuestro entorno. Pero esto no puede ni debe continuar así.
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Es hora de que el talante riohachero, ese que en el pasado hizo que fuéramos respetados por propios y extraños salga a flote y diga hasta aquí a esta perniciosa e insoportable situación; si el alcalde es incapaz, revoquémosle el mandato; si la fuerza del orden es inoperante, pidamos su cambio: si los organismos de inteligencia son inoficiosos, propugnemos su interdicción; si los neo residentes nos trasladan sus vendettas, propiciemos su ostracismo y si nosotros mismos no somos capaces de tomar la decisión de acabar con estos males tendremos que asumir el papel de Boabdil cuando la pérdida de Granada: "Llorar como mujeres lo que no supimos defender como hombres".
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Algo oscuro se mueve en torno a la muerte de Omaira. Fuerzas poderosas se ocultan en el proceloso mar de la delincuencia. Este crimen no debe ser uno mas en la estadística del terror. Este crimen debe ser el cimbronazo que despierte nuestra conciencia colectiva. La permisividad del poema de Berthold Bretch no debe ser nuestro lema.

Cuando se desarrollaba la guerra civil española Ernest Heminway escribió una maravillosa novela: "Por quién doblan las campanas" donde advertía al pueblo español la suerte que correría de triunfar la falange franquista; hoy cuando sonaban las campanas en las honras fúnebres de Omaira debimos pensar que las campanas no tañían sólo por Omaira, ellas doblaban por todos nosotros. Que Dios nos coja confesados.

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