viernes, 15 de agosto de 2025

El llamado urgente: auméntanos la Fe


Cómo enfrentar los tropiezos inevitables y perdonar sin límites en un mundo que hiere y necesita ser sanado

Escrito por Alejandro Rutto Martínez

En una ocasión, Jesús pronunció una palabra que dejó sin aliento a sus discípulos:

“Imposible es que no vengan tropiezos” (Lucas 17:1).

El Señor es el Señor de los imposibles, pero una vez Jesucristo reconoció que sí existe algo que es completamente imposible.

No dijo “poco probable” ni “difícil”: dijo imposible. Esa frase corta y afilada es como un campanazo que nos recuerda que, en este camino, tarde o temprano, enfrentaremos ofensas, heridas y situaciones que intentarán derribarnos. El Señor no endulza la realidad: los tropiezos llegarán, y lo peor, muchas veces vendrán de personas cercanas.

Pero en la misma frase, Jesús soltó una advertencia que debería estremecer a todo líder, pastor o servidor: “¡Ay de aquel por quien vienen!”. En otras palabras: los tropiezos son inevitables, pero ser la causa de uno es inaceptable.

 

El peligro de herir a los pequeños

Jesús dijo que era mejor que a una persona le ataran una piedra de molino al cuello y la lanzaran al mar antes que hacer tropezar a uno de “estos pequeñitos” (Lucas 17:2).

Esos “pequeñitos” no son solo niños: son nuevos creyentes, personas frágiles en la fe, almas que apenas empiezan a caminar. Un mal ejemplo, una palabra áspera, una decisión egoísta… y su fe puede tambalearse.

La Biblia está llena de advertencias al respecto. Piense en los hijos de Elí (1 Samuel 2:17): su pecado como sacerdotes fue tan descarado que el pueblo comenzó a aborrecer las ofrendas del Señor. Ese es el poder destructivo de un tropiezo: no solo hiere, sino que puede enfriar el corazón hacia Dios.

 

Fe para resistir, fe para perdonar

Jesús, sin pausa, llevó la conversación hacia otro terreno igual de desafiante: el perdón. “Si tu hermano peca contra ti siete veces en un día… perdónale” (Lucas 17:4). No estaba estableciendo una cifra exacta, sino mostrando la disposición inagotable que Él espera de nosotros.

José, en Egipto, es un ejemplo perfecto y poco predicado. Sus hermanos lo traicionaron, lo vendieron, lo dieron por muerto. Y cuando el poder estuvo en sus manos, en lugar de vengarse, les dijo: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien” (Génesis 50:20). José había entendido que, por encima del dolor, estaba el plan de Dios.

 

Cuando la única respuesta es “auméntanos la fe”

Los apóstoles escucharon este doble desafío —no ser tropiezo y perdonar sin límites— y no pidieron estrategias ni métodos. Solo dijeron: “Auméntanos la fe” (Lucas 17:5).

Sabían que este nivel de perdón y de cuidado hacia los demás no nace de la fuerza de voluntad, sino de una fe que confía, obedece y se humilla.

Jesús respondió hablando de un grano de mostaza: una fe pequeña, pero genuina, puede mover lo imposible. Y aquí está la clave: una iglesia con fe para manejar los tropiezos es una iglesia madura, estable y sanadora.

 

Un llamado profético

Pastores, líderes, siervos:

  • Examinen su influencia. ¿Está edificando o debilitando la fe de los pequeños?
  • Aprendan a resistir las ofensas inevitables sin que éstas contaminen su ministerio.
  • Practiquen el perdón antes incluso de que se lo pidan.
  • Oren por una fe que no solo reciba milagros, sino que proteja, sane y restaure.

Los tropiezos vendrán. Eso es seguro. Lo que no es seguro es si nosotros seremos causa de ellos o si, por el contrario, los venceremos con una fe creciente y un corazón dispuesto a perdonar siempre.

El clamor sigue siendo el mismo que hace dos mil años: “Señor, auméntanos la fe”.

 

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