viernes, 15 de abril de 2011

Recuerdos de 50 años

Por: Nuria Barbosa León, Periodista de Radio Progreso y Radio Habana Cuba Días imborrables los primeros meses del año 1961 en Cuba, se vivía una gran fogosidad revolucionaria. Las medidas populares por el inicio de otro tipo de modelo económico tocaban la piel de cada cubano y se ansiaba una causa para volcar el espíritu hacia un bien colectivo.


La campaña de alfabetización fue iniciada por miles de jóvenes que desafiaron a sus familias, las normas y el miedo para llegar a los rincones inhóspitos. Los cuarteles fueron convertidos en escuelas y el entusiasmo de cambio oxigenaba las pasiones.


La hostilidad del gobierno de Estados Unidos contra Cuba se manifestó en el financiamiento y asesoramiento militar a grupos de bandidos en el Escambray, el apoyo a sabotajes y hechos vandálicos, la organización de la contrarrevolución interna y el entrenamiento a fuerzas invasoras en países latinoamericanos. El llamado fue a integrarse a las milicias y la Universidad constituyó una cantera importante.


Los estudiantes universitarios en deuda con el Ejército Rebelde sintieron que su momento llegaba y alistarse para recibir instrucción militar resultaba la faena de primer orden. Ismael Pérez Gutiérrez, con 18 años, se convirtió en miliciano en su Facultad de Derecho y se incorporó a las Brigadas Universitarias José Antonio Echevarría que lo instruyó en la táctica militar.


Recuerda su participación en el mitin para condenar el sabotaje a la tienda El Encanto ubicada en la intercepción capitalina de las calles de Galiano y San Rafael y se sumó a los donantes de avituallamiento para las familias que perdían sus pertenencias producto de la ola de atentados en el país. Vivía en la casa de un tío ubicada en la zona de Playa del oeste y desde su ventana podía visualizar el gran ajetreo de la aviación cubana en el aeropuerto de Ciudad Libertad que a cualquier hora se sentía el despegue o aterrizaje de alguna nave aérea.


No olvida el amanecer del 15 de abril, porque ese día sintió los vuelos rasantes y ante los sonidos de bombas y ráfagas, su intención fue protegerse parapetado entre las paredes, luego se asomó a la ventana y vio tres aviones atacando al aeropuerto repelido por las armas antiaéreas. Su pedido ante los aviones intrusos fue: “¡Túmbenlos, coño, túmbelos!”


Fue en el preciso momento en que los vuelos se sintieron casi en el techo de la casa y una ráfaga hizo temblar las nubes para que los aparatos aéreos huyeran despavoridos y uno perdiera altura por un fuego intenso en su cola. Su actitud, después de ese suceso, sólo fue una: vestirse de verde olivo y mezclilla y caminar hacia la Universidad.

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