jueves, 5 de mayo de 2016

Confesiones del "Viejo Mile" (Primera parte)

Escrito por: Hernán Baquero Bracho

En el año de 1996, cuando el suscrito andaba muy enamorado de una de sus nietas, siempre visitaba en compañía de ella, a mi primo querido Emiliano Zuleta Baquero en Urumita, quien compartía su vida con Ana, su última compañera y en esas tardes urumiteras de ensoñación hacíamos tertulias de su vida y de sus vivencias y parte de ellas quedaron grabadas por este columnista para la eternidad.  

Lea la segunda parte  de Cofesiones del "Viejo Mile"


Bueno primo acotaba yo en ese entonces, como es el inicio de su vida y él de manera claridosa me informó: “primo, la dinastía Zuleta empezó con mi papá, Cristóbal Zuleta, quien era músico. 

Había nacido en La Paz, de donde son todos los Zuleta y también por los Baquero, usted sabe que vinieron tres huyendo de la dictadura española, que eran sefarditas de origen judío y usted que conoce la historia, llegaron vía Venezuela y entraron vía Cúcuta, uno de ellos era músico, también por los Salas que tienen la misma vena musical. 

Mi padre me dejó como de diez meses de nacido, en La Jagua del Pedregal, o del Pilar, como ahora la llaman. 

Mi mamá y mi papá fueron hermanos de crianza, porque mi abuela materna, Santa Salas, vivió con mi abuelo paterno, Job de Las Mercedes Zuleta, y cada uno tenía un hijo por su lado. 

Así que mi papá y mi mamá se criaron juntos y cometieron el pecado de tenerme a mí. 

Por eso, en muchas ocasiones se ha dicho que era hijo de dos hermanos.

Mi abuelo fue el que me baustizó Emiliano de Las Mercedes, con su mismo segundo nombre. 

Mi nombre completo primo es Emiliano de Las Mercedes Zuleta, pero resulta que allá en El Plan existe un arroyo al que llaman Arroyo de Las Mercedes y yo pensé: No, van a decir que soy hijo del arroyo ese. 

Entonces me puse Emiliano Antonio en la cédula.

Mi papá fue músico de orquesta. Tocaba todos los instrumentos y toda clase de música, menos la de acordeón. 

Yo no lo veía mucho. Casi no fui su amigo. Él se vino a vivir a Valledupar y nosotros nos quedamos en Villanueva

Ya grande, lo visité poquitas veces. Como a los 70 años se enfermó de la próstata y, como antes había poca ciencia para esas cosas, murió en una operación.

Yo aprendí a tocar muy pronto guacharaca, caja, redoblante, bombo, pero lo hacía a escondidas, hasta aquella vez en que decidí irme a tocar a Manaure con unos amigos y usted sabe que Manaure y El Plan están muy cerquitas y pasamos por una finca que se llamaba “El Ceibal”. Esa tarde comimos carne asada con guineo cosido en caldero de hierro. 

El guineo quedaba morado porque esa era el color del agua que daba el caldero. La señora de la finca, por preferirme, me hizo un bollito, pero se le olvidó echarle sal. 

Y ahí saqué yo mi primer verso: señora, vengo a contarle/ lo que pasó en El Ceibal/ Pastora por complacerme/ me dio un bollito sin sal/.

Y ahí empecé primo. Antes del acordeón había aprendido a tocar también carrizo o gaita. La gaita se fabrica de un palito hueco al que se le hacen diez hoyitos. 

Se da forma a una pelota de cera, a la cera se le hace otro hoyito y se pone en la punta del palo hueco. En esa misma cera se mete el hueso de una pluma de gallina. 

Después fue que aprendí a componer décimas: una composición rimada, compuesta por un verso de cuatro frases, o sea la cabecilla, y cuatro versos de diez frases. 

La última frase de cada uno de los cuatro versos de diez es, en orden, una de las cuatro frases de la cabecilla.

¿Te gustó este artículo?  Envíanos tus comentarios al correoalejandrorutto@gmail.com o al Twitter: @Maicaoaldia

¿Quieres ser columnista de nuestra página?  Envíanos tus colaboraciones aalejandrorutto@gmail.com

Analytic