Por: Stevenson
Marulanda Plata, Secretario de Salud del Departamento de La Guajira
Dadas las lamentables y desafortunadas
muertes de niños Wayuu en el Departamento de La Guajira, debidas a extremos y
terminales estados clínicos de malnutrición, es preciso que la comunidad
departamental, nacional e incluso internacional, conozcan más de cerca estos
acontecimientos y su ordenación causa efecto, para facilitar de esta manera su
comprensión, y sobre todo, su tratamiento.
La causa mayor de estas
fatalidades, es sin lugar a dudas el hambre crónica, agudizada ahora por
una atroz sequía. Hace tres años, y más,
no llueve en muchas partes del
territorio Wayuu.
.
En la Alta Guajira solo hay agua
corriente cuando llueve. Lluvias y correntías que, ellos, sabios milenarios, recogen y almacenan a la
intemperie en huecos amplios como cráteres que excavan en la
tierra, y luego la
utilizan para cosechar, dar de beber a sus animales y para todas sus
necesidades domésticas, pero ahora todos, más de tres mil románticos jagüeyes
esparcidos en todo el territorio Wayuu, están secos y cuarteados por el Sol.
Esos hoyos donde ellos se ponen citas de amores, todos, todos, están secos. Así
las cosas, allá en La Guajira arriba, el hambre es estructural y masiva, y la
podemos llamar sin miedo, hambruna.
El territorio Wayuu, por esas
cosas del destino, a veces eterno e irrevocable, impuesto siempre por otros más
fuertes, los arijunas en este caso, es un desierto inhabitable, o casi
inhabitable. Y, aun así, vencidos y despojados, desafiando la miseria extrema,
y en medio de esa precaria nada, los Wayuu epeéses, orgullosos de su raza,
de su lengua wayunaiki, de sus cementerios, de sus jagüeyes, de sus palabreros
y de su forma precolombina de gobernarse que, desperdigados en miles de
rancherías y en incontables puntos poblados unifamiliares, sin calles ni
manzanas ni cuadras ni alcantarillas ni electricidad ni agua corriente ni
salarios ni tiendas ni guarderías ni hospitales, ni burdeles, sobreviven los
desgaritados rebeldes ancestrales en un
su Imperio: un desierto o casi desierto de 15.000 kilómetros cuadrados de tierra amarilla retostada por el Sol y por
el inmenso calor. Y, solo ellos, trashumantes pastoriles, pescadores,
sembradores y artesanos, y desempleados ociosos también, pueden recorrer sin
extravío los más de 47.000 confusos kilómetros
de madejas y ovillos de trochas conque, en los dilatados siglos de
existencia, sus pasos ancestrales fueron enredando a veintidós mil y pico de
puntos poblados de Uribia, a más de siete mil que tiene Manaure, seis mil que tiene Riohacha,
lo mismo que a más de cinco mil de Maicao y a los seis mil que tiene Riohacha.
Todos rurales y dispersos. Los Wayuu quizás son más, quizá menos, nadie lo
sabe. Mauricio dice que son casi los 600 mil. Lo único que sabemos con certeza
es que muchos tienen un carnet de una de las diecisiete epeèses cómodamente
arrellanadas en las cabeceras municipales de Maicao y Riohacha que los tienen
“asegurados”. También sabemos que el Estado arijuna, por cada cabeza
Wayuu “asegurada” paga en contante y sonante a cada una de ellas, una Unidad de
Pago por Capitación (UPC), de casi seiscientos
mil pesos anuales para que los busque los atienda y no los dejen
enfermar y los cure cuando esto suceda, el problema es que muchas de esas
aseguradoras no saben dónde están ellos. También sabemos que otros muchos no
saben que sí efectivamente tienen epeèses, algún vivo los “aseguró” pero no se
los dijo. Aseguró una mochila de cédula al mejor postor en Maicao o Riohacha y
se ganó una plata. El fantasma que los esconde es la dispersión y la miseria.
Solo Uribia, Uribia sola, según Mauricio Ramírez, tiene cerca de 300 mil almas
Wayuu, (el Dane dice que son 106.366) desgaritadas en sus más de veintidós mil
puntos poblados, enredados en una
telaraña de 27.000 kilómetros de trochas, dispersas en una superficie reseca
sin la clemencia verde de la clorofila, sin la compasión de su sombra y sin la
caridad de su comida. Uribia es dos
veces más grandes que el Departamento del Atlántico.
han sobrevivido engastados en su
dignidad y enconchados en su genuino espíritu racial. Los Wayuu no son solo una
Nación, sino un Estado dentro de otro Estado, un mundo dentro de otro mundo.
Son algo más de medio millón de individuos, quizá más quizás menos, nadie lo
sabe, ni el Dane, ni el Sisbén, ni las
Más verdades. La gran mayoría de
personas Wayuu son tepichikana, y la mayoría de ellos pasan hambre. Las
naciones unidas dice que el 70% de los niños indígenas de Colombia sufren
desnutrición crónica, señalando que hay
peligro de extinción de comunidades por hambre. Dice también la ONU que
más de la mitad de los 1.37 millones de indígenas colombianos viven en la
pobreza estructural.
Afortunadamente los Wayuu son
polígamos y multíparos, por eso no se han dejado extinguir ni por el desierto,
ni por el hambre, ni por los arijunas. La alta mortalidad infantil es
compensada por la alta natalidad. El Secretario de Planeación de La Guajira,
Mauricio Ramírez, quien fue el primero que me habló de los puntos poblados,
porque fue él quien los georeferenció con un GPS que le dio la
Gobernación de La Guajira para que trabajara en un proyecto de apoyo
nutricional, dice que los tepichikana dispersos en esos alejamientos
rurales envueltos en esas telarañas de
trochas son más del cuarto de millón. También es muy cierto que a muchos
de los niños Wayuu o tepichikana (tepichi niño de ambos gèneros kana plural, en
wayunaiki), igual que a sus famélicos perros, la piel les forra sus huesitos.
No hay cojines grasos por ninguna parte, cero calorías de reserva. No hay ni un
tepichi obeso, y los fémures y los peronés con sus tibias sin carne expuestos
casi a la intemperie, y sus piernas con sus rodillas, dos bolas
protuberantes de hueso pelado con apenas
piel parecen dos baquetas de tambor o dos cachiporras porrudas, y sus costillitas brotan desesperadas debajo de
la delgadísima piel del pecho como si gritaran pidiendo auxilio. Toda
esa osamenta se puede contar a simple
vista, sin radiografía. Los médicos
llaman marasmática o marasmo a este tipo de desnutrición. Y lo peor! hay
muchas madres marasmáticas que aún son tepichikana. Niñas madres. El Icbf les reparte comida y agua a los que
puede o encuentra en esa inmensidad, la Unidad de Gestión del Riesgo y la Cruz
Roja Colombiana también, el Cerrejón también, y también una especie de turismo
humanitario viene reparte bolsas de agua se toman fotos y se van, hasta
congresistas vienen, pero los tepichikana siguen igual. Las raciones se
acaban en una semana. La Gobernadora
también les lleva paquetes de mercado y agua en carro tanques, pero esos
interminables y brutos caminos les revientan las llantas y los amortiguadores.
Las fuentes de agua potable donde cargan los carros son escasas, y de éstas a
las rancherías y puntos poblados dispersos en lontananza puede haber hasta 8 y
10 horas de camino. Hasta una cinematográfica caravana de televisión vino,
hicieron unas tomas hollywoodescas como de safaris, se aburrieron y se fueron.
Unos con registro civil, y otros sin derecho a la existencia arijuna son
Nomen Nescio, (sin nombre en latín) o NN para el Estado. Unos van a la escuela,
la mayoría no. La deserción es del 95% dice Mauricio. Los números, las
estadísticas son borrosos en La Guajira Wayuu. La escala, la magnitud, el
tamaño del hambre y del territorio, de la miseria, del analfabetismo, del
brutal ocio, de la distancia antropológica entre arijunas y wayuus nadie
conoce. Menos los arijunas cachacos. Las epeéses nunca van por
allá, dicen que se quiebran, y tienen razón, aseguran que la UPC no alcanza,
por eso solo les pagan mil pesos a la Ipeéses por vacuna puesta, por eso la
cobertura de vacunación es inútil en La Guajira, por eso las epeéses y
las ipeéses son urbanas como el mosquito Aedes Aegiptu, ese que nos
transmite el dengue el chiqunguña y ahora el zika, por eso no hay centros ni
puestos de salud en ese sopor, por eso la mortalidad materno infantil allá en La
Guajira arriba es y será como la del África negra, y por eso, por omisión,
porque dejamos morir a los niños de desnutrición la Súpersalud nos sancionó y compulsó copia a la Procuraduría,
y quien sabe si nos acusen de delito culposo y además nos obliguen a indemnizar
en una demanda civil. Ojalá Dios no permita que seamos chivos expiatorios como
le pasó con su propio hijo.
La inestabilidad política,
económica y social de Venezuela ha profundizado la crisis Wayuu. Su concepto de
frontera arijuna y de estos Estados modernos, no son nítidos en sus
mentes, solo buscan soluciones a su desgracia de un lado o de otro, hoy confían
más en Colombia. Perla nació allá, del lado venezolano, de allá vino
desnutrida. Se murió en una Uci de Barranquilla. Nosotros la “colombianizamos”.
El Estado colombiano, Uribia exactamente,
le reconoció su existencia, le dio certificado de nacimiento y de una la
ingresamos a nuestro sistema de salud. Tenía una estenosis esofágica, la pobre
no podía tragar, nació con el esófago tapado, aquí no hay cirujanos pediatras.
Perla es uno de los 16 angelitos que se han ido para el cielo Wayuu con certificado de defunción y atendidos por
el sistema de salud colombiano en estos tres meses y medio. El subregistro en
ese olvido terminal no lo conocemos, debe ser brutal. (Semana epidemiológica
13)
Eso es allá en La Guajira arriba,
donde, contó y cantaba uno de nosotros, que un barco arijuna llegó a
Puerto López y acabó con el contrabando. Ya ni eso. Ahora fue la Dian. La nada,
nulas humanidades, errores humanos en medio de la nada, es lo que queda. Otro
inmortal nuestro también dijo y escribió que, cada quien es dueño de su propia
muerte, y que, llegado el momento, lo único que podíamos hacer era ayudarnos a
morir sin miedo y sin dolor y sin miedo y sin dolor se van al cielo los angelitos Wayuu. Pero el Nobel
de las letras americanas, nieto Wayuu, se refería al miedo y al dolor que los
grandes sentimos al sentir la muerte acostada a nuestro lado respirando nuestro
aire con nuestros propios pulmones. Los tepichikana se van al cielo sin miedo y
sin dolor porque van anestesiados, anestesia que les pone su inocencia, pero se
van con hambre y con sed.
Otra verdad inquietante, el
desierto avanza. La desertificación camina en La Guajira, Google Earth me da
mucho miedo, cada vez desde el aire la dama reclinada, engreída y altanera de
Hernando Marín y de Rafa Manjarrez es más amarilla, más anémica. Las
motosierras también me aterran, deberían ponerle salvoconductos, son más
peligrosas que una cuarenta y cinco. No hay árboles malos, hombres sí. Es por
esto que el debate de la desviación del Arroyo Bruno, principal afluente del
casi exhausto Río Ranchería en los límites de la arena reseca y la agónica
clorofila ya casi en el sur de La Guajira, debe cobrar toda la vigencia y
tomarse todas la medidas para que no se vayan
a ir al cielo Wayuu los futuros tepichikana de la cuenca del bendito
Arroyo Bruno, y no vaya a ser que al
Secretario de Salud de esa época no tan lejana, algún día, algún periodista
ingenuo o algún despistado funcionario arijuna
andino del tenga que preguntarle...
―Doctor, qué está haciendo la
Secretaría de Salud de La Guajira para prevenir la muerte por desnutrición de
los niños Wayuu que habitan en el sector del extinto Arroyo Bruno.
Y luego el también ingenuo
secretario seguramente le responderá...
―Estamos formulando
un proyecto nutricional con plata de las regalías del carbón, estamos esperando
que Bogotá no los apruebe, además estamos revisando las historias clínicas de
los difunticos para comprobar que efectivamente los mató el hambre.
La desnutrición es hambre y el
remedio del hambre es la comida. La desnutrición se previene con soberanía
alimentaria ―agua y comida producida en el territorio―
muy distinto a asistencia alimentaria con comidas arijunas y agua en
bolsas y carro tanques. Comida que
muchas veces los Wayuu venden porque les repugnan, como lo que tiene ajo,
ensalada y otras tantas cosas ajenas a las neuronas de sus gustos.
En La Guajira no todo es delito.
Tampoco justificamos nuestros delitos, faltaba más. En la India cada año se
mueren dos millones de niños de menos de cinco años, la mitad, un millón se
mueren de hambre. De desnutrición aguda como aquí. Dicen los indios que no
quieren medicalizar el tema de la salud, dicen que el Estado no debería curarla
sino prevenirla, impedir que se manifieste. Para eso le tienen subsidio a los
más pobres, comedores escolares y algo parecidos al Icbf, y no desvían sus ríos
porque son sagrados. Pero aun así hay más de 60 millones de niños desnutridos
crónicos y 8 millones de desnutridos agudos. Reconocen que hay mucha corrupción
pero dicen que no todo es delito, que hay también mucha ineficacia.
El hambre mortal de La Guajira y
de toda la periferia del mapa de esta gran República, es la puntica de un
profundo iceberg socioeconómico, la gran masa sumergida es el Estado fallido,
el fracaso nacional, el abandono terminal, la vergüenza nacional que vomita
estertores de miserables a la superficie donde gallinazos moralistas hinchados de
protagonismo y disfrazados de honestísimo
y listos para hacer un festín
noticioso, cual chulos se paran en una estaca esperando a que se muera un
puerco un burro o una vaca, como cantaba y aun canta el alegre juglar vallenato
barranquillero Aníbal Velázquez.
Yo veo todos los días desnutridos
gordos, ¡gordos no! hinchados, los médicos los llaman kwashiorkor, la otra
clase de desnutrición infantil, en las calles de Bogotá, en los puentes de
aluminio, con la mano tendida por una moneda y el pelo ralo fino y entreverado
de tres colores como la bandera de Alemania, mientras sus madres indígenas
selváticas tocan guacharaca, también de aluminio, en las estaciones de Transmilenio, en la
capital distante, moderna, desarrollada, fría,
arijuna e indolente.
No se puede gobernar un territorio
sin conocerlo físicamente. No se puede gobernar decentemente a una nación
milenaria sin conocer su antropología, y mucho menos sin saber cuántos son
dónde viven ni cómo viven. Y, sobre todo, no se puede gobernar un territorio,
so pena de oprimirlo, excluyendo de la Constitución Nacional arijuna, a
la mitad de sus habitantes.
Sin embargo y a pesar de todo,
entre todos: Gobernación, Icbf, Cruz Roja, Ministerio de Salud con sus
alimentos medicados y sus grupos extramurales, el Gobierno con sus pozos
profundos y sus carro tanques, la Supersalud con sus ojos vigilantes, la
Policía Nacional, Unicef, Unidad de Gestión del Riesgo, Unidades de Cuidados
Intensivos, el grupo de chat Cero Desnutrición, hospitales, epeéses,
ipeéses, unos, hemos paliado el hambre vieja y la desesperante sed, y
otros rescatado y salvado 188 niños del
hambre terminal y de la desnutrición aguda que es la que mata. O sea que de 204
hemos salvado el 92% y perdidos el 8%, incluida Perla y otros tepichikana venezolanos
(semana epidemiológica 13). La idea es que no se muera ni uno y para eso
seguiremos trabajando como un bloque de búsqueda. Dios nos ayude.
*Arijuna: extraño, raro, exótico,
extranjero, en wayunaiki.