Por: Alejandro Rutto Martínez
Cada vez que la señora Layda
Magdaniel iba al cementerio San José de Maicao para visitar las tumbas de sus
seres queridos sentía el peso de la
tristeza causada por la ausencia definitiva de su hijo Luis, de sus tíos
Nicolás y Juana y de su señora madre, Remedios.
Pero ese no era el único dolor que experimentaba:
su corazón se arrugaba al ver el grave estado de deterioro en que se encontraba
el camposanto debido a la acumulación de basuras, las lápidas tiradas por el suelo, los
corredores apestosos debido al
excremento de los animales y los indigentes que habitaban en el lugar como si
fuera un tugurio y no el lugar en donde reposarían por siempre los restos de
quienes habían partido hacia la eternidad.
Con sus palabras amables
convenció a las autoridades y a la ciudadanía de que esta situación tenía que
cambiar, como una demostración de respeto a los difuntos.
Fue así como se creó
la Junta Administradora de los Cementerios de Maicao integrada por ella misma
y otros preocupados ciudadanos. Pasó
poco tiempo antes de que sus compañeros de lucha desistieran y la dejaran
completamente sola.
Eso no la desmotivó y emprendió varias jornadas de
limpieza, reparaciones de las fachadas, recuperación de corredores y pasillos y
la expulsión de los chirrincheros y drogadictos que tenían estos lugares
sagrados como lugar de habitación y de refugio para consumir licor y drogas
prohibidas.
Layda se queja de que no hay
presupuesto para mantenimiento de los cementerios. Por eso debe hacer malabares
con las escasas entradas que producen las tarifas por concepto de sepelios,
construcciones de bóvedas y exhumaciones, para pagar los honorarios de los
celadores y aseadores que trabajan en el San José y el Colombo Árabe.
La alcaldía solo asume el pago de la energía
eléctrica y ella debe pagar la tarifa del acueducto. A veces las entradas no alcanzan para pagarles
a los empleados situación que la obliga a endeudarse para cumplirles a sus
escuderos.
Sus hijos Betsy, Clementina,
Marcos y Nakarit se sienten muy orgullosos de ella y la ayudan a cumplir la
tarea. Además, le han regalado 10 nietos que son su adoración.
En sus catorce años como
administradora nunca ha recibido un sueldo ni ninguna compensación por su
admirable labor. Tampoco ha oído historias de espantos ni de fantasmas, ni nada
raro, excepto el crujiente sonido de un árbol que se escucha en el cementerio
San José, aún en los días en que no sopla la brisa.
Sostiene que los sepelios más concurridos han
sido los de Jaime Rengifo, Juaco Murgas y Álvaro Duarte y que la persona que
más visita a sus deudos es la señora Beatriz Pérez.
Layda Magdaniel es una mujer
cariñosa y tierna que trabaja con generosidad todos los días del año por la
dignidad de los difuntos. Y lo hace a sabiendas de que nunca ninguno de ellos
se lo podrá agradecer personalmente.
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