viernes, 3 de noviembre de 2017

La niña que no se sabía enfermar

Relato basado en la experiencia "Las Tic en piyamas" y desarrollado dentro del módulo Medios y tecnologia de la Informacion y la comunicación II de la Maestría en Pedagogía de las TIC en la Universidad de La Guajira orientada por la profesora Marlin Aaron

Escrito por: Alejandro Rutto Martínez

Juanita era una niña que  sus 9 años había aprendido todo lo que un niño debía saber en los tibios corredores de su amplia casa, lo que todo niño quería disfrutar en los divertidos columpios del bello parque coloreado de amarillo por las flores de resplandecientes árboles de estación y todo, todo lo que sus maestros le habían enseñado desde que apenas tenía dos años de edad cuando su papá la llevó por primera vez a la escuela en compañía de Cástulo un travieso perro criollo de nombre extraño pero de pelaje común al que habían adoptado cuando sus dueños de la casa del frente se mudaron  a otro barrio y  lo dejaron abandonado.

A Juanita le gustaban las flores de un inmenso jardín que cultivaban los abuelos, las cerezas de los pocos meses de lluvia de su región y jugar con Cástulo al regresar del colegio. Pero déjame decirte que lo que más le gustaba a Juanita de todos los gustos de su feliz infancia llena de caperucitas rojas y de sirenas encantadas, era ir al colegio.

Desde muy pequeña aprendió a ser la primera en llegar a la pequeña escuela del barrio y a ser la última en salir.  Conocía el nombre de todos sus compañeros, compartía con ellos sus meriendas y se ganaba pronto el cariño de sus profesores. Juanita se aficionó a las clases, a las tareas, al cariño y a las buenas notas.

Un día de lluvia Juanita tenía tos en la escuela y su profesora se preocupó al verla opacada, como nunca antes había sucedido. La llevaron de urgencia a casa y de casa al hospital.  Juanita era una niña sana, pero ahora tenía la primera cita con la recuperación de su frágil salud.

Permaneció un día, dos, tres en ese frío y solitario lugar al que solo ingresaban personas vestidas de blanco que no eran muy aficionados a conversar y jugar como sus profesores de la escuela.  Ella no sabía lo que tenía y con el paso de los días ni siquiera quiso preguntar más. Su papá con todo cariño le dijo: polo mejórate y no te preocupes de nada, todo va a salir bien.
El tiempo fue pasando y los doctores iban y venían. Juanita no sabía nada de Cástulo, ni del bello parque ni del jardín de sus sueños. Pasaba largas horas acostadas, que serían más aburridas de no ser por los libros que le habían traído de casa y por sus largas conversaciones imaginarias con el ángel de la guarda, que la visitaba con frecuencia en la profundidad de su prolongado sueño nocturno.  Las alitas blancas de este increíble ser, su voz dulce y sus consejos, cada día le daban más ganas de vivir.
Pero un día estando despierta, bien despierta, recibió una visita que cambiaría para siempre sus días en el hospital

Se trataba de Carmen, la profesora del aula del hospital, quien había conseguido autorización de los médicos para llevarla cada día a la que iba a ser su nueva escuela. Juanita se estaba recuperando bien, pero los doctores calculaban que era necesario que estuviera otro tiempo bajo su estricta vigilancia.
¿Cómo podía ser posible estudiar dentro de un hospital?
En uno de sus más bellos sueños Juanita le había contado al ángel de la guarda que extrañaba mucho su escuela y que ella quería regresar pronto. Su protector sólo le respondió con un gesto afirmativo y una de sus tiernas sonrisas.

Pero ahora, el sueño se hacía realidad. Carmen la llevó en su silla de ruedas a la pequeña escuela en donde le gustó un cartel bien grande que decía “Bienvenida Juanita”, escrito en una cartulina blanca adornada de flores amarillas, las que a ellas más les gustaban.

Desde ese día Juanita sintió que sus días eran más felices. Le gustaba obedecer a los médicos, con tal de que la dejaran ir lo más rápido posible con su profesora.

Una vez en el aula, disfrutaba de sus tareas, escuchaba bellos cuentos que salían de una grabadora ubicada en el rincón derecho y hasta podía escribirle cartas al ángel de la guarda en un computador recién traído por esos días a la escuela. Contaba checas, pelotas y cerezas, especialmente traídas por su padre y así mantenía el contacto diario con los números. En el periódico leía y recortaba noticias de diferentes lugares y aprendía clases de geografía. Pero lo que más le gustaba era escribirles cartas a sus amigos de la escuela, a sus profesores y a su ángel de la guarda.

Por eso se hizo amiga del computador, al principio sólo para escribir cartas, pero después comenzó a leer historias, cuentos, y noticias, más noticias de un mundo mágico en que 2 más dos eran cuatro y tres más tres eran seis, en el que entendió cómo se formaban las flores que tanto amaba y las cerezas que saboreaba con deleite.

De no ser por las batas blancas, las pastillas y las jeringas Juanita se hubiera olvidado por completo que estaba en un hospital. Un día soñó que el hospital quedaba dentro de una gran escuela y la escuela estaba dentro de un gran parque y el parque estaba dentro de la habitación de su casa y por eso ella, a diferencia de los demás niños iba siempre vestida en piyamas.
Un día sus compañeritos de la escuela pidieron permiso para visitarla pero les negaron su solicitud, por una razón muy, como diríamos, por una razón muy especial. Juanita se había curado y el próximo lunes estaría de nuevo con ellos en la escuela.

Ciertamente el médico y Carmen se reunieron con Juanita y le dieron la buena nueva de que podría regresar a casa. La niña los miró a los ojos, parpadeó con lentitud y abrió su bolso de donde sacó un puñado de cerezas que le regaló a cada uno. Los voy a extrañar mucho, les dijo. Los llevo en mi corazón. Yo no sabía enfermar, pero ahora no quiero irme. Gracias muchas gracias.

Esa noche en casa Juanita volvió a ser la misma niña de siempre. Y planeó que muy pronto estaría en casa de los abuelos recogiendo flores del jardín para obsequiárselas  al ángel de la guardia con quien planeaba encontrarse esa misma noche.


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