viernes, 9 de agosto de 2019

La luna

Escrito por: Kaled David Rutto Martínez

La luna es testigo de mis noches más frías. Hay un solitario en busca de la luna para poder hablar, los lobos están en silencio y la luna aúlla en su calma. Sólo cuando la mente reconoce la belleza y el corazón está amando, reconoces la luna. Ésta, es el reflejo de tu corazón y su luz, es el reflejo de tu amor. La luna se convierte en el revestimiento de tu piel querida mía.  

Estoy sentado sobre la tierra que he caminado. Con la mirada perdida en la luna buscando una respuesta, he visto su inmensidad, me gusta pensar que brilla para mí, me gusta pensar que siempre está ahí, e incluso sino estoy mirando.  

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Mis ideas caen por el peso de su lógica, ahora puedo ver la luna, he pasado mucho tiempo en la oscuridad, el brillo de la luna hace eco en mis sentidos. 

Tal vez la luna sea culpable de mi locura, me bastan con un instante para mirarla y descubrir el amor infinito que la tierra despierta sobre ella y solo en su compañía palpar su ilirio de amor.

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Querida mía, si te contase todo, si tan solo emprendiéramos un viaje, no todos los que sueñan con la luna la alcanzan, pero todos las que la alcanzan sueñan con ella. No solo hay que resignarse en alcanzar la luna. Podemos ir más allá. Sin llamar la atención, como los misterios más encantadores. La luna nos enseña que las cosas más bellas e interesantes siempre son más difíciles de alcanzar 

jueves, 8 de agosto de 2019

El inolvidable Maicao de los años setenta


Escrito por: Alejandro Rutto Martínez

La fotografía que acompaña esta nota tiene una gran importancia por varias razones, como las que paso a detallar a continuación:

1. En primer lugar tiene un valor histórico muy importante, pues fue tomada por allá a principios de la década de los años 70. Como se sabe, corresponde a una de las épocas vibrantes de Maicao por el auge se su comercio, la construcción y el hecho de que la joven ciudad fuera considerada como polo de desarrollo de la región Caribe.

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2. Aparece en ella el señor Hernando Gómez Orduz (segundo de izquierda a derecha),  un ingeniero que había sido veterano de la Guerra de Corea y se radicó en esta ciudad en donde fundó entre otras, la empresa Sodimac, a cargo de la cual estuvo la construcción de varios edificios de la zona céntrica.

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3. La foto fue tomada en el aeropuerto San José de Maicao en un momento en que, al parecer, los comerciantes locales recibían a funcionarios de una importante entidad dedicada a desarrollar brigadas cívicas.  En ese tiempo teníamos un aeropuerto con gran actividad. A lo largo del tiempo los 1.600 metros de su pista recibieron aviones de Avianca, Satena, Aerocóndor, Tavina, Tac, Urraca, entre otras aerolíneas.

4. Los elegantes caballeros uniformados de pantalón azul y camisa blanca (Uno de ellos lleva sombrero y otro un brazalete) pertenecen a la Defensa Civil Colombiana, que por la época funcionaba en Maicao con brigadas cívicas y sociales.  Su lema de "Siempre listos, en paz o emergencia"  era puesto en práctica con acciones orientadas a beneficiar a la ciudadanía en aspectos sociales, de seguridad, manejo de emergencia. 

5. El señor rubio, último de izquierda a derecha, es Ernesto Rutto Piano, patriarca de nuestra familia, quien salió de Italia,  su patria, en 1.954 y se radicó en Maicao en 1.956. En esta tierra trabajó como artesano del hierro (hizo el techo y otras estructuras de los pabellones de carnes del mercado). Además, aprovechó su experiencia como viticultor en la región de Piamonte, para montar en Maicao una fábrica de licor artesanal.  Además trabajó como conductor y mecánico, oficio en el que se desempeñaba muy bien gracias a la experiencia obtenida como obrero de la FIAT  en la ciudad de Turín. 

Con toda honestidad debo decir que no reconozco a las otras personas que aparecen en la fotografía. Por eso invoco la ayuda de todos los lectores para que me ayuden a identificarlos. ¿Será posible contar con ustedes?

La foto me produce muchísima nostalgia. Nostalgia por el aeropuerto que ya no tenemos; por los aviones cuya algarabía alegraban los momentos de mi infancia, por el vigor perdido de nuestro comercio, por la desaparición del capítulo local de la Defensa Civil y por la ausencia de mi padre, que se veía erguido, fuerte, apuesto y que después de cada faena como esta se apresuraba para regresar a casa y contarme como había sido su día y me tomaba de la mano y me llevaba a un armario lleno de libros y lo abría y me mostraba aviones similares a esos que iban y venían por sobre el techo de nuestras casas.    

Lindos aquellos tiempos, pero el aeropuerto no existe y mi padre ya no está.

miércoles, 7 de agosto de 2019

Soy Maicao


Escrito por: Kaled David Rutto Martínez

Soy tuyo, encantador y pequeño manantial, patriota de sangre roja y con orgullo proclamo tus colores, visto de tu amor, hijo del más humilde rincón de tus calles, acompañadas del viento que acaricia tus casas bañadas en barro con mi insignia wayuu.

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Soy el ave que cuida tu cielo, con el celo verde en tu aposento donde habitaron mis ancestros, llenos de sabiduría que enmarcaron tu nombre del vigoroso respeto que merece el maíz.

Soy parte de tus rocas que construye tu suelo, y florece en el dulce aroma de un acordeón, cantar de poetas inspirados en un sueño de aquellos días soleados y arenosos, de un turista seduciendo una mezquita y asomado a una vitrina comercial. 

Soy del canto melodioso y culto que mueve mis pies al son de tu kasha brindando la armonía del ser, cuando la yonna hace de tu gente el honor de llevar tus colores en las venas como yo en el corazón.

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Noble de cuna, niño inocente, del café en las mañanas y el chiche de mis viejos crecí en tu vientre, desnudo a tus palabras, pensando con tus letras, enseñándome de ti. Para yo enseñarles a ellos.

Sobre mi llevo el recuerdo de aquel niño que se convirtió en hombre y simplemente te veo la misma, ahora los veo a ellos sonreír y caminar en tus noches como lo hice yo mientras solo tú me escuchabas.

De ti haré más que una ilusión llamada Maicao.

Luis José Romero Maestre, un joven que sueña con transformar a Maicao

Luis José Romero Maestre es un  maicaero que lleva varios años luchando para infundirle a los niños y niños de Maicao el amor a la lectura, el mismo que un día floreció en él y lo ha llevado a transitar desde bien pequeño por el mundo de las letras, primero como buen lector de libros, periódicos y revistas y luego como escritor y gestor cultural.  

Desde hace varios años lidera un club de lectura al que concurren decenas de niños con sus padres, en el cual se lee buena poesía y se conocen las obras de los autores locales y nacionales.  

Su imaginación de maicaero soñador le ha servido para escribir muy buenos cuentos. Uno de ellos fue declarado como el mejor de todos en el concurso regional organizado por el SENA en el año 2.017.  

De Luis Romero Maestre podemos decir que es maicaero de nacimiento, hijo de un padre barranquero y madre urumitera, trabaja desde hace varios años en El Cerrejón, estudia sicología y vive convencido de que hay que fortalecer el sistema de educación pública mediante los mejoramientos del nivel de lectura y comprensión lectora.  

En la actualidad es candidato al Concejo Municipal en la lista del Polo Democrático Alternativo. Su programa de trabajo se basa en el mejoramiento de los niveles de educación y en las gestiones para atraer inversión a través de la metodología de obras por impuestos aprobada por el Gobierno nacional para el desarrollo de municipios que hagan parte de zonas afectadas por el conflicto armado. 

Romero Maestre manifiesta "Son recursos cuantiosos destinados a generar mucho desarrollo en los 344 municipios focalizados, entre los cuales se encuentra Maicao. Los frentes de inversión son saneamiento básico, infraestructura vial, energía, salud y educación; el recurso proviene de las empresas que deseen invertir sus impuestos en obras de impacto como ya se hace en algunos lugares. Yo, desde el concejo, haré lo posible para que estas inversiones las tengamos también en nuestra tierra"  

Luis José Romero Maestre, un joven decente, caballeroso y generoso con la comunidad quiere servirle ahora a su pueblo desde el concejo municipal. Es una opción muy importante para los maicaeros 

sábado, 3 de agosto de 2019

La ciudad de las calles estrechas y el señor vestido de gloria

Escrito por: Alejandro Rutto Martínez

La primera vez que yo traté de enamorarme de ella a mis seis años de edad no pude y a decir verdad ni siquiera lo intenté. Caminé por cierto sector que ahora no recuerdo en donde encontramos muchas basuras, un penetrante olor a "chirrinchi" que impregnaba todo: la ropa, la comida, a piel, las hojas de los árboles y hasta la sonrisa de los mayores. Había mucha arena amontonada en las aceras y hombre borrachos tirados en los andenes, tantos que casi no podíamos caminar. Además, era el velorio de alguien muy cercano y el llanto de las plañideras me atravesaba el corazón y me hizo sentir que el muerto era mío y no de ellas.

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Unos años después volvimos, en esta ocasión a una ciudad más alegre, tal vez una aplazada visita familiar y de inmediato me enamoré, no tanto de  ella, como de una palangana de mangos de azúcar que pusieron a mi disposición en el corredor contiguo al jardín en el que se erguían nueve girasoles y media docena de margaritas. 

Una ciudad donde hubiera mangos en abundancia  era el cumplimiento del máximo sueño para un niño que había crecido en el desierto, en donde lo único que veíamos eran sacos de maíz trillado, algunas ahuyamas pequeñas y ciertas cantidades de guineos a medio madurar y algunos limones y naranjas agrias.   De vez en cuando había mangos de hilaza, pero era más fácil llegar al lejano 24 de diciembre    que al tiempo de los mangos.

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De ahí en adelante la visité con más frecuencia y empecé a saber de ella. En cada viaje procuraba que ella me viera bien vestido y dispuesto a conquistarlo. Conocí el río desde cuyas orillas comenzó a crecer vi de cerca a los pescadores celebrando su regreso a tierra firme con su cosecha de frescos frutos marinos dispuestos para la venta al mejor postor.  

Sentí sismos en la epidermis cuando me invitaron a dar un paseo mar adentro en un pequeño cayuco de remos y me negué de manera decente pero firme. Caminé por sus calles derechas y angostas, muy angostas, tanto que me quedé pensando en la dificultad que tendría mi padre para transitar por ellas si viniera a bordo de su vieja volqueta de seis toneladas. 

- ¿Cómo se te ocurre? Me dijo alguien que había escuchado mi pensamiento en voz alta   Estas calles se hicieron hace muchos años para que transitaran coches jalados por los caballos, no para el carro de tu papá. 

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Entonces miré hacia arriba y comencé a ver esas casas hermosas pero muy viejas, con sus techos altísimos, sus balcones de madera sus puertas de doble hoja tu techo oxidado por el paso de los años, del sol y de los aguaceros y me imaginé a sus habitantes de otras épocas, vestidos a la usanza de su tiempo. Si volvieran ahora creeríamos que eran los alegres participantes de un baile de disfraces o una particular comparsa del afamado carnaval que en su seno se realizaba. 

Un señor entrado en años nos hablaba de la herencia centenaria de la ciudad comprometida con el tinte de la sangre de sus héroes y sus villanos sobre la Laguna que le dio el nombre a una batalla. Uno de esos héroes nació en su territorio y, aun siendo no niño se montó un buen día en un barco para cumplir con su quimera de conquistar otros mares, otros territorios y otros mundos. Navegó, trabajó, peleó y creció y regresó vestido de almirante y lleno de gloria, pero con el orgullo de ser de esa tierra tatuado debajo de la piel.    Y como la historia debe tener memoria, me contaron también que al prócer lo mataron un día, por ser de donde era y por tener la piel un poco más oscura de lo que era recomendable.  

Una muchacha morena de lenguaje expresivo, cintura estrecha, caderas suculentas y pechos generosos, me invitó a dar un paseo por el muelle sin nombre, una elongación curvilínea de la  de la ciudad que penetra en el océano como los sueños de libertad de los herederos del temple wayüu y de la nostalgia africana. 

Su forma es como la de una península delgada y larga acoplada a la gran península terrígena cincelada por las aguas del caribe, esculpida por los vientos del nordeste.  

En sus playas las olas suplican ser oídas en el concierto sacrosanto de la cotidianidad en el que ellas cantan mientras las palmeras susurran y crecen cada día como queriendo encadenarse a las estrellas.  
Ese mar, un habitante del corazón de la gente y de la cultura, casi siempre está tranquilo, como un niño dormido en la cuna que sólo se mueve para cambiar de posición. 

Y como los niños, a veces sonríe dormido. Pero narra la leyenda que en mayo de 1.663 se enojó de una manera terrible. Las olas eran gruesas y altas, como monstruosos obeliscos vivos y rugientes que venían a toda velocidad con el fin de tragarse a la ciudad, sepultarla bajo sus aguas, esconderla como una segunda Atlántida en la oscuridad movediza de sus entrañas.   Nada servía para aplacar al caribe enfurecido. Ni los rezos de la abuela ni el llanto desesperado de los niños, ni el ruego de las muchachas bonitas...   Pero cuando todo parecía perdido, trajeron a la Vieja Mello, protectora del pueblo y entonces el mar comenzó a ceder hasta que se retiró a prudente distancia cuando la ley de la gravedad le ofrendó la metálica corona de la distinción.  

Esa tierra de almirantes de los mares y reina de las alturas va hoy más allá del río y sus calles, paralelas a la costa, se alejan y se alejan de la orilla. El antiguo villorrio poblado por pescadores de perlas se extiende bosque adentro. Ya no se trata solo de la ciudad vieja que se enorgullecía de su imponente catedral y sus casas de arquitectura antigua, ni del centro suspendido en el tiempo.  

El devenir le dio aires de modernidad y la convirtieron en el vividero ideal para quienes aman la comodidad de las ciudades grandes, pero sin abandonar la identidad del sentimiento pueblerino en el que todos se conocen, todos se ayudan y todos son primo hermanos de sangre o de consideración.  

Esa tierra con sus más de cien barrios y sus corregimientos macondianos es un cruce de caminos por donde pasa el que viene y el que va, queda en el puro centro y ha sido el puerto de la vida y la puerta del olvido. Racimos de sueños y caja de canciones, cuna primaria del acordeón y arquetipo del pueblo grande.   

Por sus calles quiero caminar siempre, aunque los mayores que me llevaron ya no estén. Y espero encontrarla como una tierra perfumada con el aroma de la vida, del café hecho en el fogón de leña y con los vivos colores de una buena pila de mangos de azúcar. 

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