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jueves, 14 de mayo de 2015

Vicente de la Hoz, talento al servicio del prójimo

Autor: Alejandro Rutto Martínez

Dios me dio la oportunidad de conocer a Vicente De la Hoz cuando compartíamos los últimos años de nuestra infancia en las aulas, los pasillos y la biblioteca del Colegio San José en donde estudiábamos el bachillerato en cursos diferentes pero físicamente cercanos.
Éramos hijos de dos familias unidas por la educación.

Los  hermanos de Vicente estudiaban con los hermanos míos y no pasaba un día sin que los unos estuvieran en la casa del otro de manera que no pasó mucho tiempo antes de que naciera una buena amistad que con el paso de los años terminó convertida en hermandad. 

El colegió nos unió y eso fue para siempre.  

Por aquella época nada era tan querido para nosotros como el viejo edificio de nuestro colegio en el que sufríamos mil incomodidades como el calor, la falta de espacios deportivos, la ausencia de laboratorios y el hacinamiento en los salones.  

Pero ahí éramos felices porque nuestros padres nos habían dicho una y otra vez que la educación era la mejor y única herencia que podían dejarnos y teníamos que esforzarnos para ser los mejores estudiantes y luego para alcanzar grandes cosas en la vida. 

Vicente se tomó a pecho la recomendación de los mayores y llegó a la institución a lo que fue: estudiar intensamente.

Registro en los pliegues de mi memoria y lo encuentro siempre con su rostro sereno,  su gesto reflexivo y su comportamiento serio.

Era muy diferente a la mayoría de la masa de adolescentes y jóvenes que componían la comunidad estudiantil de la época.  

En su condición de estudiante  mostró una particular inclinación por las ciencias naturales, la química, matemáticas y biología.

Sus tiempos libres los dedicaba a las actividades como socorrista en la Cruz Roja.  Todo indicaba que él iba por el camino correcto y que llegaría muy alto en la vida de estudio y de servicio que él mismo se había impuesto.  

No tardó en recoger los resultados de todas las horas de juego sacrificadas y de las fiestas a las que no fue: siempre obtuvo notas sobresalientes y cuando terminó los estudios, en 1983, se constituyó en el mejor bachiller de La Guajira, lo que le permitió recibir la medalla Andrés Bello y participar en un significativo homenaje que le tributó el Gobierno Nacional a través del Ministerio de Educación. 

Ingresó de inmediato a la facultad de medicina en la que se convirtió en uno de los mejores estudiantes, lo que le permitió obtener una beca y ser  designado como monitor, lo cual se convirtió en un nuevo elemento de motivación y en un ahorro para los menguados recursos de sus  padres. 

Al graduarse de médico inició una brillante carrera en la que obtuvo el reconocimiento de los hospitales y clínicas en las que trabajó pero sobre todo el de sus pacientes quienes aprendieron a respetarlo, a quererlo y a confiar en él. 

Yo le tenía muchísima confianza, tanto que un día lo llamé a las 4 de la mañana para que me ayudara en uno de los días más tristes de mi vida: mis hermanos me comisionaron para que le informara a mamá la noticia de que mi padre había pasado a la presencia del Señor.

Temeroso de que la delicada salud de ella se quebrantara aún más decidí llamarlo para que estuviera presente en caso de una emergencia.

En esa ocasión y en muchas otras pude sentir su afecto como amigo y por eso hoy, cuando Dios ha decidido llevarlo al Paraíso, siento el peso de su ausencia, pero también el consuelo de saber que pasó por los caminos de la vida defendiendo la vida de todo el que acudiera a su consultorio. Vicente De la Hoz fue un buen médico, pero ante todo un ser humano con un talento especial. Talento que siempre estuvo al servicio del prójimo.


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jueves, 30 de abril de 2015

Vicente De la Hoz: humildad y sabiduría al servicio de la ciencia

Escrito por: Alejandro Rutto Martínez

Todos los días el coordinador del Colegio San José tocaba el timbre del recreo a las 10 de la mañana. Entonces el pequeño patio del único colegio de bachillerato de Maicao en los años setenta se convertía en un gigantesco hormiguero humano compuesto por veloces adolescentes que corrían desaforadamente a jugar un corto partido de fútbol o a vaciar la despensa y el enfriador de la cooperativa en el que nunca faltaban las deliciosas empanadas y la chicha de maíz.

Un pequeño grupo de estudiantes aprovechaba para ir a la Biblioteca a leer un rato o para asistir a la sala de los profesores a pedir alguna explicación adicional sobre los temas de las diferentes asignaturas.

Entre estos últimos siempre se encontraba un jovencito conocido por su curiosidad y el insaciable deseo de aprender: Vicente De la Hoz De la Hoz.

Después de visitar la biblioteca o absolver sus dudas académicas el joven De la Hoz regresaba puntualmente a clases para esperar al siguiente profesor, escuchar sus clases, hacer nuevas preguntas y llenar su cuaderno de apuntes con los datos más significativos.

Cuando regresaba a casa le daba el acostumbrado beso a Justa, su amorosa madre, y se sumergía de nuevo en su complejo hábitat de libros, cuadernos y revistas científicas.

Fue escogido como monitor y con los recursos que recibía por esta labor más la ayuda que le enviaban sus padres pudo graduarse como uno de los mejores de su promoción.

No le faltaron ofertas para trabajar en otras ciudades pero quería estar al lado de los suyos y trabajar en su querida tierra maicaera. Ingresó a la nómina de médicos de la Cruz Roja y del Hospital San José en donde se convirtió en el preferido de los pacientes.

Luego realizó las especializaciones  Gerencia en Salud  y  Auditaría Médica en la Universidad de los Andes.

Contrajo matrimonio con la joven Shirley Dorado Vergel y al lado de ella edificó una linda familia de la que también hacen parte sus hijos Dayanis Milena, Jesús David Vicente y Divis Valentina.

Sus amplios conocimientos y su experiencia como monitor en la Universidad lo llevaron a incursionar en la docencia, en áreas relacionadas con su profesión: Enfermería, Salud Ocupacional, Desarrollo Integral del niño y otras.

Los ambientes de aprendizaje del  SENA y las aulas de la  Universidad de La Guajira han sido el escenario para que ejercite también su pasión por la enseñanza. 

Dios lo llamó a comparecer a su presencia en la apacible tarde del viernes 8 de mayo del 2.015, momento desde el cual disfruta de la compañía de quienes partieron antes y de la compañía eterna e su Creador.

El recuerdo y la historia nos dirá siempre que Vicente De la Hoz de la Hoz fue  un hombre acostumbrado a luchar por sus principios y por la vida. 


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