Escrito por: Abel Medina Sierra
En días reciente envié a mi listado de contactos de
investigadores, comentaristas, analistas y periodistas que suelen escribir
sobre la música vallenata una invitación para participar en la edición de un
libro sobre el cantante y compositor Jorgito
Celedón con el auspicio de la
Corporación Festival Francisco El Hombre y la Universidad de La Guajira. La incitación iba dirigida a no menos de cuarenta personas de las cuales,
solo una respondió positivamente.
El silencio fue más que elocuente, pero una de las
respuestas sirvió para confirmar mis sospechas, o más que sospechas, mi
certeza. El analista, de quien por respeto omito el nombre, decía, palabras más
palabras menos: “canta bien el muchachito pero aún hay que esperar muchos años
para que ese adolescente merezca escribir sobre él, su carrera aun esta en
pañales como para analizarla”.
Es posible que aún se debe esperar mucho de tan exitoso
intérprete y que que cualquier mirada
crítica o panegírica de su obra será
parcial y sincrónica. Pero de allí a decir que su obra está en ciernes y que
por lo tanto no amerita siquiera que un vallenatólogo pueda hacer una lectura valorativa de su
trayectoria, es un exagerado y miope sesgo.
En mi respuesta al colega le recordé que Jorge Celedón nació en
1968, que ya en 1981, a los 12 años,
había grabado con su tío Daniel Celedón y que dos años después ya había grabado su primer disco larga duración al lado de Ismael Rudas. Es decir, “el pelaito” que apenas comienza tiene nada menos que 35
años de vida artística, 13 producciones de larga duración, tres premios Grammy
Latino y muchos reconocimientos.
Más que detenernos en la respuesta de nuestro amigo, este
tipo de posturas lo que pone en evidencia es que uno de los males que padece la
investigación sobre la música vallenata:
el marcado anacronismo. Es tan
anacrónico que el análisis crítico, biográfico, musical o de otro tipo aún está
en mora de llegar a otros intérpretes que
en nada se puede calificar de recién aparecidos. Jorge Oñate está a solo dos
años de alcanzar los 50 años de vida artística profesional y aun no conocemos un libro que dé cuenta de su
trayectoria musical con todo que ha estado entre los dos mejores cantantes del
género en toda su historia. Ni qué decir de Silvio Brito y Beto Zabaleta y se
vinieron a conocer libros de Diomedes solo cuando falleció.
Afortunadamente, desde el nacimiento del Festival Francisco
El Hombre, esta organización en asocio con la Universidad de La Guajira, ha
emprendido la labor formativa de dar cuenta de la vida y obra de los
intérpretes contemporáneos. En esta serie de publicaciones se han editado obras
sobre Juancho Roys, Alfredo Gutiérrez, los Zuleta, Rafael Orozco, Rafael Manjarrez y se proyecta
la de Jorge Celedon, todos ellos homenajeados en el Festival Francisco El
Hombre.
Eso nos lleva a pensar, ¿será que los seguidores y no
seguidores de Silvestre, Peter Manjarrez, Felipe Peláez y Martin Elías tiene
que esperar que estos se mueran o estén caminando con bastón para que alguien
pueda dar cuenta valorativa de su obra artística? Espero que no.
En el caso de la música vallenata, ha existido un paradigma
canónico de tradicionalismo folclórico que contagia a las instituciones que, de alguna
manera, se relacionan con su difusión,
promoción e investigación (festivales, escuelas, medios, investigadores y hasta
intelectuales). Investigadores como
Emmanuel Pichón Mora así lo corroboran cuando sostiene que este paradigma presenta lecturas nostálgicas,
museográficas, rígidos esteticismos, generacioncentrismos, considerando las
identidades como estáticas y ahistórica y que parece haber sido la escuela de
la mayoría de investigadores.
El background ideológico
romántico de este paradigma nos
habla en tono nostálgico, a veces apocalíptico. Se parte de la premisa
irrenunciable que según la cual tales
músicas son estáticas, esenciales, y que
sus instrumentos representan la esencia incambiable del alma de la región.
Estos discursos nostálgicos y esencialistas sobre la pureza de estilos olvidan
que, más allá de su arraigamiento en un determinado contexto cultural y
geográfico, las músicas tradicionales poseen una historia constantemente
reinterpretada y adaptada a las exigencias de cada época, exigencias que están
en relación coyuntural con los cambios ideológicos, demográficos, mediáticos,
económicos.
La música vallenata, a pesar que le están tratando de
expedir certificado de defunción a cada rato, no murió con Alejo Duran y Luis
Enrique Martínez aunque muchos investigadores se quedaron en ese periodo. Se
han publicado tres libros sobre Francisco El Hombre de quien se conocen tan
poco sobre su vida y su obra y ninguna de Poncho Zuleta a pesar que toda su
discografía se consigue en cualquier esquina.
Tampoco es sano pensar que solo estamos llamados a escribir sobre lo que
nos gusta o la música de nuestra generación, hay que tratar de interpretar el
sentir de nuestros hijos y nietos.
Una posible causa de este anacronismo según el cual la
música le lleva años luz a la investigación y la escritura, es que la música tanto como producto como proceso se ha
vuelto difícil de etiquetar, de clasificar y por ello es más compleja. Son
muchos grupos, muchos autores, muchas grabaciones y actores que entran en
juego. Los cambios van muy rápido, las hibridaciones se van intensificando. Ya
no se trata de una música elemental ni
del escenario de la parranda sino que entran en juego nuevos circuitos de
producción, ejecución, difusión y disfrute.
Una realidad tan compleja no es fácilmente analizable,
faltan categorías de análisis para poder explicar el fenómeno Diomedes Díaz
o Silvestre Dangond. Ya las formas de
paseo, merengue, son y puya no son suficientes,
o la organología de caja, guacharaca y acordeón.
La invitación a los colegas es atreverse a aventurar una lectura de lo que
pasa con la contemporaneidad y la postmodernidad. La música no solo son las
canciones sino lo que dice de ella. De
no hacerlo reducimos el vallenato a la
pluralidad, el anacronismo, la falta de
estatuto científico, el escaso rigor, el vacío metodológico, temático y
sistemático.