Escrito por: Hernán Baquero Bracho
El jueves 4 de julio, murió en la ciudad fronteriza de Maicao, a los 95
años de edad, uno de los grandes patriarcas que ha tenido La Guajira en su
devenir histórico: Manuel Ballesteros Galván, conocido cariñosamente en toda la
región como “Manito” Ballesteros. De los ganaderos ejemplares que ha tenido la
península en toda su historia. Un hombre probo, sin mácula, recto en todos sus
procederes, que es la mejor herencia que les ha dejado a sus hijos y para
ejemplo William Ballesteros López, ganadero transparente como su padre, el
primer alcalde elegido popularmente en Maicao donde demostró solvencia moral y
solvencia profesional. Ahí está también otro de sus hijos Alex con la misma
impronta de su padre. Su nieta Ingrid Ballesteros Solano, alta ejecutiva de
Carbones del Cerrejón, con la misma huella indeleble de su padre y de su
abuelo: rectitud moral en todas sus actuaciones en su vida pública y privada.
Hace algunos años, FEDEGAN de quien
era miembro activo le hizo un reconocimiento público por todo su trasegar como
ganadero. Tomando una de sus palabras que quedan en la memoria de la gente
correcta y de los ganaderos de valía “El robo de ganado era un delito…, ahora
es un comercio”.
Transcribo apartes de ese homenaje de
FEDEGAN para honrar a su memoria: “Manuel es, sobre todo, un buen conversador,
como los hombres de su tierra y un recipiente de anécdotas de la vieja
ganadería, a la que se dedicó su abuelo desde finales XIX, luego su padre y
ahora él, desde 1948. Hoy vive en Maicao pero tiene su finca en la zona rural
de Riohacha, desde 1970, cuando le tocó vender la anterior porque estaba en el
área que hoy ocupa El Cerrejón. En este tiempo no había si no criollo, pero
hoy, en “El Salao” – así se llama la finca porque la riega el arroyo del mismo
nombre, Manuel tiene ganado en su mayoría mestizo (Cebú – Pardo).
“Era el
año 1947 – mi padre contaba con 34 reses, 2 mulas y 3 burros, y me encargó que
pidiera un préstamo en la Caja Agraria en Valledupar, porque en Riohacha no
existían bancos. Solicité entonces uno por $1.000, pero me tocó conformarme con
los $800 que me aprobaron. Esa sí, no se hizo efectivo sino hasta después del
informe del visitador que enviaron, el señor “Pipe Socarras”. Corrijo, el
visitador de esa época era el famoso “Tite” Socarras de los cantos de Escalona.
Poco después, y a pesar de las críticas
de sus hermanos compro 25 puercos y viajó a Maracaibo, donde esperaba venderlos
y regresar el día siguiente. “El regreso se demoró – recuerda Manuel – porque,
estando allá – eso fue en el año 50 -, asesinaron al presidente de Venezuela y
hubo una gran confusión. Después de haber recuperado el dinero continué
viajando y comercializando ganado con el vecino país. El precio de una vaca
buena en aquel tiempo era de $10 pesos”.
Manuel sigue pegado a sus recuerdos
ganaderos y nos cuenta como, por ejemplo, no era común castrar los animales y
las vacas se ordeñaban “Por no dejar” para el consumo de la familia y
trabajadores y para hacer queso, porque no había quien comprara la leche para
procesarla y tampoco el queso; el que se hacía en la finca se usaba para hacer
trueques por yuca u otro producto con otros finqueros de la zona. Los animales
se sacrificaban en los patios – no había mataderos – y contra las enfermedades
lo único eran los remedios caseros de hierbas, como la contragavilana, un
bejuco que abunda en la región y al que se le atribuían propiedades curativas.
Los ganaderos de los daban a los animales por vía oral con una botella.
“Hoy todo es más moderno, más fácil, de
que sirve, si la seguridad y la confianza se perdieron”. Manuel se aferra otra
vez a la nostalgia: “No existían las divisiones de terrenos, cada habitante de
le región respetaba la propiedad ajena, prácticamente no había documentos que
respaldaran la propiedad privada. El robo de ganado era un delito, ahora es un
comercio”.
Un hombre sano en todo el sentido de la
palabra, se nos ha ido, dejando una huella indeleble en su tierra Papayal,
donde fue su sepelio, en su Maicao que lo acogió como uno de sus hijos, en
todos los ganaderos que lo conocieron y en sus hijos que les dejó la mejor
herencia: Su legado moral. Ahora descansa en
paz.