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martes, 18 de mayo de 2021

Perfil de Alejandro Rutto: tras las huellas de un escritor sin fronteras

Por:  Joel Peñuela Quintero


Alejandro Rutto Martínez nació un día viernes en Maicao; se presenta a sí mismo como periodista y escritor, actividades estas que amalgama con aquellas relacionadas con su profesión como administrador de empresas. Su herencia literaria se fue cocinando a fuego lento al escuchar los relatos de su padre, un trotamundos italiano que terminó enamorado de la Guajira, y las historias de Isnelda su madre, una Riohachera, que, como cualquiera otra mujer guajira, es una especie de enciclopedia ambulante de relatos e historias costumbristas, propias de la cotidianidad guajira caracterizada por una picaresca natural, la espontaneidad propia de quienes se toman la vida por el lado bueno y amable y la repentización para responder al interlocutor.

Es miembro del taller Relata Guajira, un programa del Ministerio de Cultura del gobierno de Colombia.  Ha publicado crónicas, relatos, cuentos y poesías, así como ensayos académicos. 

A pesar de auto concebirse como un escritor de concepto, también se puede escuchar su voz pausada y clara en escritos bien elaborados donde el fútbol y graciosos acontecimientos de la cotidianidad son traducidos a letras para el deleite de sus lectores;  sus escritos dejan entrever su dedicación al oficio literario y últimamente, motivado por su experiencia en el taller de literatura al que pertenece, ha incursionado en el campo de la crónica, perfilando seres humanos de la cotidianidad de su entorno próximo a quienes presenta de forma ágil y amena y con un dejo de buen fino humor.

—Yo nací en Maicao —dice sin prisas, como si solo repitiera lo que ya ha escuchado en su interior— el 6 de marzo de 1964 en el hogar de Ernesto Ruto e Isnelda Martínez. Cuando se casaron mi mamá tenía tres hijos mayores de un matrimonio anterior por eso yo soy su cuarto hijo, pero el primero de mi papá.


La madre de Alejandro es hija de una afro indígena wayú lo cual constituye un patrimonio cultural de gran significado como ciudadana americana y con identidad propia.  Isnelda, quien vivía en Riohacha, salió un día para Maicao, una ciudad a ochenta kilómetros de Riohacha, la capital de La Guajira el departamento más septentrional de Colombia, ese día, Dios le tenía preparada una sorpresa y de forma casual conoció a un italiano soltero que vivía solo en su casa donde también tenía un alambique y un taller de herrería, la atracción fue mutua y luego de unos meses de encuentros motivados por el acoso del deseo, decidieron casarse, y tal como eran las relaciones de antaño, ese encuentro les duró toda la vida.

—Mi papá Ernesto —dice Alejandro— es de un pueblito en el norte de Italia en la parte continental, ubicado en la región de Piamonte cuya capital es Turín, famosa ciudad industrial por ser la cuna de la Juventus, exactamente de Salamonferrato en la provincia de Alessandria, un pueblo de apenas cuatrocientos habitantes con tradición vinícola.  Mi familia era como un clan en la región.

Alessandro, abuelo de Alejandro fue capitán del ejército italiano bajo la comandancia de Mussolini, Il Duce, personaje protagonista de la Segunda Guerra Mundial.  En 1941, en plena Segunda Guerra Mundial, fue reclutado para ser parte del ejército cuando apenas contaba con diecisiete años, estando en los Balcanes, donde Italia tenía un ejército de invasión en esos países, se sintió defraudado por lo que, desmoralizado por los excesos de Mussolini, renunció al ejército y se adhirió a la guerrilla italiana que pretendía derrocarlo.

La situación de posguerra en Italia no era fácil por causa de la caída de la economía, pero en su caso fue peor porque, por un lado, había sido soldado y por el otro guerrillero, esa duplicidad política le trajo más de un problema.  Consiguió varios trabajos, pero no pudo sentirse a gusto con ninguno por lo cual emigró a Sudamérica y desembarcó en Argentina en 1954.  Luego de un lapso en Uruguay y Brasil, se trasladó a Bolivia donde trabajó con la nunciatura apostólica de ese país; finalmente llegó a Bogotá.  Las cosas tampoco le iban muy bien por eso cuando le propusieron vincularse con una empresa constructora encargada de hacer unas reparaciones en el internado de Nazaret, en La Guajira, no lo pensó mucho y terminó en Maicao cuando la empresa en 1956 fue contratada para hacer remodelaciones en alcaldía.  Al año siguiente la empresa se disolvió, él decidió permanecer en Maicao donde le propusieron fundar el alambique y un taller de herrería, curiosa vuelta que dio su vida: de procesar vino en Europa vino a hacer chirrinchi en La Guajira.

Ernesto, con una orientación natural hacia los negocios, procesaba el licor, reciclaba las latas de veinte litros de aceite comestible, las lavaba, empacaba el licor en ellas y finalmente las sellaba usando el estaño de su taller.  El licor era comprado por los nativos wayús quienes acostumbran celebrar con ello, así que él lo vendía en grandes cantidades y con su cotorrón lo transportaba obteniendo así otras ganancias para su negocio.

—Yo me casé con Carlene Ortega Pérez en 1989 —dice Alejandro mientras levanta un poco su cabeza y sonríe, como buscando entre el legajo de recuerdos y prosigue—: el 26 de agosto de 1989 en la iglesia evangélica de la cual soy miembro —es un buen recuerdo por eso sus ojos brillan—.  Tuvimos cuatro hijos: Yenevi Carlene, profesional en Negocios internacionales, Lian Alexandra, administradora de empresas; Ernesto Josías, estudiante de séptimo semestre de Derecho y el último Alejandro Santi, con veinte años estudiante de Economía. Ernesto Josías es quien le sigue de cerca en el ecosistema literario.

Mi papá es una persona que enseña con el ejemplo —dice Ernesto Josías— y su forma de llegarle a las personas es a través del amor, incluso cuando está regañándome lo hace en forma amorosa; desde niño lo tuve como un punto de referencia, recuerdo que al verlo escribiendo yo me ponía a su lado a jugar al escritor, y mire, hoy soy periodista, y en parte creo que es gracias a aquel juego de cuando era niño inspirado en mi padre.


Cuando se le pregunta sobre su perfil profesional dice que la profesión que puede acreditar con un diploma es Administración de Empresas; también tiene un posgrado en desarrollo social, otro en Orientación Educativa y desarrollo humano y un tercero en docencia universitaria; en la actualidad es candidato en una maestría en Pedagogía de la tecnología de la información y comunicaciones.

—Digo del título que puedo acreditar con un diploma —dice Alejandro—, porque tengo otras profesiones, o más bien oficios, como por ejemplo el de periodista, ejercido de manera empírica desde 1984, y el de maestro, el que más me gusta. Yo soy profesor pura sangre y por ello he permanecido tanto tiempo, aunque no estudié ninguna licenciatura en nada de eso, pero me he mantenido activo en la cátedra universitaria, fundamentalmente como instructor del SENA.

En cuanto a su carrera, Alejandro se ha desempeñado como secretario de educación del distrito de Riohacha, secretario de Hacienda del departamento de la Guajira en dos oportunidades y secretario de hacienda del municipio de Maicao.

Cuenta Alejandro que un día, estando en la emisora La Voz de la Pampa en Maicao, tenía un programa de deportes que se transmitía de 1:30 a 2:30 P.M., en compañía de su amigo, el locutor Luis Octavio Cruz, escucharon unos disparos justo al frente de la emisora; los dos periodistas se asomaron a la ventana del segundo piso donde funcionaba la estación de radio, y cuál no sería la sorpresa, con susto incluido, que fueron testigos de excepción del atraco que se estaba sucediendo a la oficina de un banco que estaba justo al frente de la emisora; los disparos iban y venían y los dos amigos consideraron que lo más pertinente era tirarse al suelo, a lo Rambo, y tomar partida en el atraco, solo que en lugar de fusiles lo hicieron con los pertrechos propios de  un periodista: Con micrófono en mano se turnaron en la transmisión en vivo y en directo del primero y único atraco transmitido en vivo en la ciudad de Maicao hasta el presente.

—Gajes del oficio —dice Rutto, en medio de una sonrisa sin dobleces.

En cuanto a su cadencia literaria, Alejandro se configuró como escritor desde muy chico:

—Escribo prácticamente desde niño, y por obligación —dice Alejandro y aprieta sus labios como si de esta manera los recuerdos fluyeran mejor—: a mí me hizo escritor fue mi profesora de ciencias naturales quien constantemente dejaba tareas de tipo investigativo; recuerdo que cuando me ponía alguna tarea sobre pollos, gallinas, culebras, palomas en la clase de Ciencias Naturales, muchos de nosotros no teníamos libros entonces nos tocaba pedirlos prestados, los otros niños iban  y copiaban la tarea en casa de algunos de los chicos que sí los tenían, mientras ellos copiaban en el libro prestado yo me iba para el gallinero, bien fuera de mi mamá o de alguna vecina y observaba a la gallina y empezaba describir todo cuanto veía, igual si eran palomas u otros animalitos como perro y gatos.

Se queda un momento en silencio y retoma su conversación:

—Pero fue el profesor Choles —aclara Alejandro— que en sus clases relacionadas con literatura nos invitaba a talleres de escritura y nos mandaba a escribir sobre la cotidianidad, en mi caso comencé a escribir solo para ver su gesto de satisfacción cuando yo leía en voz alta en la clase; eso para mí fue importante en esos años de mi infancia y adolescencia.

Ramiro Choles Andrade

Alejandro admite que ha escrito más por sus obligaciones como docente universitario, donde obtuvo buenos resultados debido por establecer un alto nivel de exigencia, esmerándose por hacer buenos ensayos. 

—Tal vez eso ha mantenido oculto al escritor creativo —dice—, es decir como escritor de literatura propiamente dicho. Mis escritos mayormente han sido textos académicos para usar en clases como docente, son módulos elaborados para la universidad donde trabajé.

Al hablar de esto, no puede ocultar su síndrome del escritor mostrando sus narices: “Si se puede considerar escritor a alguien porque escriba textos académicos, debería considerarse como escritores a todos los profesores universitarios que hacen eso todo el tiempo, cuando hacen sus guías propedéuticas y sus producciones intelectuales”.  Alejandro se auto define como un escribidor de textos académicos.

—La palabra escribidor —aclara Alejandro—, no es un error, la digo porque solo transcribo las ideas que ya están escritas en mi borrador mental desde donde las paso al papel en blanco.



Uno de los escritos que pone de relieve esa capacidad creativa para producir literatura —muy a pesar de su confesa humildad—, es uno titulado: Desde el almendro hacia las alturas:

 

“Nuestro viejo almendro con sus cuatro metros de alto y sus ramas extendidas en todas las direcciones era uno de nuestros mejores amigos en aquellos años en que las sonrisas de la infancia adornaban nuestros rostros curtidos por el sol calcinante de la mañana y por la arena recogida en las excursiones permanentes hacia los rincones ruidosos de las más inimaginables travesuras.


Junto a su tallo rugoso y rudo nos contamos los secretos más importantes: el lugar donde escondíamos las almojábanas sustraídas del horno en donde mamá las guardaba celosamente antes de mandárselas a la abuela Meme; el remedo al español precario de nuestros padrinos extranjeros; los defectos imperdonables y la fealdad extrema de las novias de nuestros hermanos mayores. Ahí, a su lado, cobijados por benévolas sombras, planeábamos lo que pediríamos al niño Dios en diciembre y las perversidades que le haríamos al viejo Epifanio, al señor Lito y a don Ovidio en el día de los inocentes.


No obstante, lo que más nos gustaba de ese viejo amigo clorofiláceo, eran sus cuatro metros de altura que nos permitían escalar al segundo lugar más alto del mundo conocido después de la antena recién instalada del televisor en blanco y negro que los viejos sacaron a crédito donde "Chito Guerrero". Montarse a ese almendro alto, viejo y quebradizo era una aventura peligrosa y por peligrosa apetecida por quienes formábamos parte de la pandilla de sus amigos.


Todavía me duelen las costillas al recordar el porrazo salvaje y los gritos lastimeros causados por el aterrizaje forzoso, inesperado y abrupto, el día en que caí de unas de sus elevadas ramas.


»…Los aviones zumbaban por nuestras cabezas y el nuevo juego consistía en probar quién era capaz de recordar la matrícula de las aeronaves o la cara de los pilotos. Casi siempre coincidíamos y nadie perdía. Todos teníamos los ojos saludables de nuestros primeros años y esos aviones pasaban verdaderamente cerca de nosotros.


»…Cuando los aviones pasaban, si estábamos trepados en el árbol, casi podíamos tocar su fuselaje. Cuando íbamos a la sala conocíamos el significado verdadero del verbo temblar que la profesora de lenguaje trataba de explicarnos sin éxito en el colegio. Temblaban los vasos en las mesas; las lámparas de petróleo que colgaba del techo; temblaba el anafe lleno de brazas en donde comenzaba a prepararse el guiso de chivo; temblaba el piso y temblábamos los niños de miedo y los mayores de rabia.


»…Una vez sorprendí al piloto a unos metros de nuestro techo, mirando con ojos entusiasmados. El baño de nuestra casa no tenía techo y los ojos de mi hermana no tenían cataratas. Los del piloto tampoco. El avión quedaba suspendido por unos segundos en el aire mientras él y ella se miraban; y se decían cosas que yo no entendía en la candidez de mis nueve años. Mi hermana prolongaba su sonrisa y el hombre de la nave renunciaba a su parpadeo. Sospecho que su corazón dejaba de latir mientras contemplaba el rostro sencillamente bello de aquella mujer en tierra. ¿Y mi hermana? Ella se marchaba al colegio llena de felicidad y regresaba en la tarde aún llena de gozo, volviéndose a meter al baño, para ensayar de nuevo, la escena del próximo día.




Alejandro oculta su talento detrás de las cortinas de su recato cuando dice: “la verdad yo no me considero un gran cuentista, ni gran poeta, en realidad, más bien soy un cronista, más o menos, aunque el fuerte mío va por el lado de los relatos en aquello relacionado con escritura creativa.  Este cuento sobre el almendro fue uno de los más elogiados por Víctor bravo, mi profesor de literatura y siendo que lo considero como una autoridad, eso cuenta mucho para mí”.

Cuando se le pregunta sobre la respuesta de sus lectores frente a sus escritos, dice que su mayor satisfacción ha venido por el lado de internet pues algunos de sus escritos han sido publicados en otros países y traducidos a otros idiomas; recientemente ha hecho perfiles biográficos sobre la vida de ciertas personas y han tenido un nivel de lectura muy bueno, por ejemplo: un escrito sobre el profesor Idalid Bolaño fue leído por más de cuarenta y cinco mil personas; otro titulado El cotorrón, una historia sobre un camión el cual tuvo su padre y con el que obtenía los ingresos para sacar adelante a su familia, tuvo también como cuarenta y cinco mil lectores.

—He escrito siete libros —dice Alejando, sin permitirse dejar notar algo de soberbia u orgullo por ello—: tres sobre temas académicos y cuatro sobre temas bíblicos: los relacionados con la iglesia son parte de mis apuntes como profesor del instituto bíblico. Uno de ellos me gustó mucho: La bendición del nazareno; otro es: Jesús mi héroe y amigo; hay un tercero sobre oratoria y el cuarto es sobre liderazgo: Si mañana fuera hoy, un libro sobre relaciones humanas, ahora que recuerdo hay otro: Aunque tiemble la tierra, que es un libro donde compilo algunas de las columnas que había escrito en los periódicos.

Alejandro es incapaz de escribir una palabra soez, a pesar de no escribir siempre para un público cristiano.  No escribiría —asegura sin dudas en su tono— un texto, ni una línea, que vaya contra mis principios cristianos o contra mis principios morales. También estoy seguro de no querer nunca escribir un libro que sirva para el mal ejemplo, eso está totalmente descartado y tampoco escribiría un libro de obviedades, la escritura debe ser para hacer crecer al otro.


Alexandra, su segunda hija, dice: “mi papá se ha esmerado por ser una excelente persona y padre… trata siempre de impulsarnos a hacer lo correcto y con un alto estándar de excelencia”.  Mi padre intenta no caer en chismes ni en contravenciones sociales nunca; dice que la imagen de su padre es el croquis donde ella mide a los hombres que se le acercan intentando conquistarla.

Hay una anécdota donde se puede apreciar la estructura psicológica de Alejandro: “Una vez en la universidad calificando un trabajo de una alumna que se había quejado porque otro profesor le había calificado muy bajito, me encargaron a Alejandro darle una segunda calificación, pero para mi sorpresa la señora había plagiado mi propia investigación académica.  Estuve a punto de calificarla más bajito de lo que el profesor anterior había hecho, pero me dio lástima con ella y lo que hice fue renunciar como su segundo evaluador”.

—Quisiera escribir un libro —dice Alejandro—: una compilación de relatos sobre personas cuya vida haya sido edificante, lo tengo bastante adelantado y creo que próximamente lo tendré finalizado y listo para ver la luz.

Dios es mi todo: El principio y fin de todas las cosas, guía y centro de mi vida; cada instante estoy imaginando qué pensará Dios de lo que estoy haciendo y por supuesto me esfuerzo por serle agradable.

Alejandro tiene un blog desde 2007 pero últimamente se ha percatado de que los lectores acceden con mayor facilidad a las páginas de Facebook, allí la gente se encuentra los escritos hasta por casualidad.

—Las estadísticas indican que me leen más Facebook que en mi propio blog —dice—. La internet ha sido algo así como mi despegue como escritor porque con los libros físicos yo nunca pude trascender fuera de Maicao, pero a través de las redes he podido trascender hasta el ámbito internacional.

Cuando se le inquiere sobre sus mejores recuerdos, Alejandro levanta su mentón, entre cierra sus ojos y evoca en sus recuerdos las reminiscencias de la adolescencia y sus tiempos del colegio.

—Yo creo que los recuerdos más felices —dice mientras mueve muy despacio su cabeza de un lado a otro— están asociados con las clases del bachillerato, sobre todo los días finales de los años escolares y especialmente toda esa parafernalia de la ceremonia de grado: ¡Eso fue incomparable!  A pesar que me ha graduado muchas otras veces, no hay comparación con eso.

Otro de los recuerdos que forman parte de su patrimonio emocional es aquel cuando empezó a ser visibilizado como un buen docente y comenzaron a hablar bien de él en Riohacha y Maicao.  Otro momento inolvidable fue cuando hicieron la presentación de su primer libro y por supuesto: el feliz momento del nacimiento de sus hijos, especialmente el primero.

Dentro de los recuerdos que ponen sus sentimientos sobre la epidermis, están aquellos cuando perdió a sus padres, de manera especial destaca aquel día cuando a su padre lo diagnosticaron con cáncer.

—No fue la noticia en sí, sino la forma como lo hicieron —dice en medio de una melancolía que le atraganta el alma, más allá de su garganta—; eso me dolió incluso más que el día cuando mi papá falleció.

Alejandro tiene un indeleble compromiso con la naturaleza: ama las plantas, a los perros, pero además se auto define como alguien muy sensible con el sufrimiento ajeno.  Los amigos lo reconocen como alguien que es dado para el servicio público, quien disfruta atendiendo a la gente y se pone triste cuando le piden favores y no puede hacerlos, bien sea porque están fuera de su alcance o bien porque están por fuera de sus parámetros éticos.

Alessandra, su segunda hija, tiene recuerdos valiosos como cuando escribe cartas para ella y sus otros tres hermanos. “Me encanta la emotividad de mi papá y todo cuanto transmiten con las letras”, dice.  En sus cartas les declara a sus hijos que ellos son su mayor inspiración y fuerza. Dice Alessandra que cuando sus amigas los visitan, destacan la forma cómo Alejandro trata a su esposa, también es un padre involucrado por completo en todo cuanto hace y participa a su familia de todo cuanto sea posible.

Alessandra levanta su mirada y con la voz quebradiza dice: “hay un recuerdo vívido que llega a mi mente con mucha frecuencia y fue aquel día cuando fue a entregar su hoja de vida en el Servicio Nacional de Aprendizaje, la institución educativa pública más importante de Colombia, mi hermana y yo lo acompañábamos, apenas éramos unas bebés todavía, mi padre se arrodilló y mientras nos abrazaba le pidió al Señor que le diera la oportunidad de trabajar en ese lugar, le dijo al Señor que lo hiciera por nosotros, sus hijas”.  Alejandro laboró como instructor de dicha institución durante dieciocho años.

martes, 24 de octubre de 2017

Fraternidad sagrada entre Maicao y Riohacha

Escrito por: Alejandro Rutto Martínez 

Hermandad es una palabra que tiene varias connotaciones pero todas ellas apuntan a hacia  el sendero rectilíneo de los afectos, de las querencias y de la solidaridad. Cuando hablamos de la hermandad entre las ciudades nos referimos a que hay algunos factores que se constituyen en pegamento para la unión y sugieren el común destino de la perfecta amistad.

El caso de Riohacha y de Maicao es un buen ejemplo de la fraternidad a la que nos hemos referido. Son dos ciudades tan distintas y sin embargo tan parecidas, que no deben tener otra suerte que la de unir sus lazos, estrecharlos cada vez más y buscar juntas las salidas que a las dos les ayude a conseguir sus legítimos anhelos, sin que las bendiciones de la una signifiquen el perjuicio de la otra.

¿Por qué decimos que son tan distintas y a la vez tan parecidas? Riohacha  es distinta porque es más antigua, tienen una rica historia colonial, marítima, comercial. Son casi cinco siglos en los que se presentaron los más diversos sucesos con ataques piratas incluidos, resistencias heróicas, participación directa en la guerra de independencia y en otras guerras, destrucciones y reconstrucciones… infinidad de sucesos que  van tejiendo mitos leyendas y verdades suficientes para escribir todos los libros del mundo.

Por otra parte son quince los corregimientos y muchísimos los pueblos de su jurisdicción, cada uno de ellos con una historia propia para  contar y unas raíces afincadas en los lejanos tiempos en que los bravos afro descendientes mezclaron sus genes en el caleidoscopio del amor con las hijas de los invasores europeos y con las bellas nativas de la tierra para producir una raza incomparable en su cultura, su fuerza y sus sueños.

Maicao es una ciudad cuya historia va tan sólo un poco más allá de los cien años.  Incluso, la historia que por mucho tiempo le contaron a los estudiantes de la escuela primaria decía que el pueblo comenzó a ser pueblo en 1926. Sin embargo, las investigaciones de la academia de historia liderada por Daniel Serrano, Ramiro Choles y Luis Guillermo Burgos, entre otros, revela que el pueblo ya existía en el siglo XIX. Pero, en todo caso, no es una historia tan extensa como la de Riohacha y se diferencia de ella en que no fue el mar, sino la frontera y su ubicación en un cruce de caminos, lo que permitió que viniera a su suelo gente de aquí, de allá y de todas partes, para articular la rica multiculturalidad con la que hoy cuenta.

Y entre los que llegaron, atraídos por la posibilidad de hacer negocios o, simplemente por el deseo de cambiar de aires, se encuentran notables familias riohacheras, cuyos descendientes hoy se destacan como personas visibles de la sociedad maicaera.

Riohacha y Maicao se parecen en su diversidad cultural,  en su capacidad para  afrontar los avatares del tiempo y las ondulaciones de los ciclos económicos en los que las bonanzas y las crisis son parte de la anatomía de un  indomable monstruo, de tal corpulencia y longitud que es capaz de enrollarse alrededor de sí mismo al punto de morderse la cola con sus propios dientes.

Cuando nací y pude abrir los ojos  (algunos me hacen bullyng diciendo que nunca he terminado de abrirlos) vi en la parte izquierda de mi cuna tres hermanos riohacheros y en la parte derecha una mamá y dos tías, todas ellas riohacheras, acompañadas de un señor más blanco que la leche y  de cabello amarillo que me hablaba amorosamente un español de acento extranjero. Esa era mi familia. Los riohacheros hablaban más que mi padre y me contaban  con nostalgia sobre el esplendor de la tierra de donde provenían.

Crecí entre primos riohacheros, y me eduqué bajo la cariñosa tutela de profesores egresados del Liceo Nacional Padilla, que para la época era como decir la Universidad de los Andes en estos tiempos.

Quienes me rodeaban me enseñaron a querer a Maicao como amor profundo y verdadero. Pero el llamado de la sangre y las pinceladas de la crianza materna me llevaron a sentir un profundo cariño por Riohacha, ciudad en la que además he tenido oportunidades académicas y laborales y me ha regalado la posibilidad de conocer a buena parte de mis mejores amigos.

Hoy vivo convencido que por razones geográficas, históricas y culturales la hermandad de Riohacha y Maicao es verdadera, entrañable, indisoluble. Son ciudades hermanas y la hermandad debe afirmarse cada día en la confianza, en el amor y la solidaridad. Y, claro está, en la sangre, en el ADN, en los genes.

Al fin y al cabo, la sangre llama.


viernes, 24 de junio de 2016

Maicao, una ciudad más que centenaria

Escrito por: Abel Medina Sierra

Esta semana se estará conmemorando un nuevo cumpleaños de Maicao. Desde la institucionalidad municipal ya se anuncian con bengalas de celebración de 90  años de vida de esta joven ciudad. 

Aunque ya me referí al tema hace dos años, hoy existen   nuevos referentes esclarecedores que permitirán aclarar algunos hitos del nacimiento de este pueblo.

Iniciemos preguntando, ¿De dónde viene la idea que Maicao cumplirá 90 años de fundada? Se ha naturalizado la tesis que este paraje habitado por dispersos  indígenas wayuu, fue poblado y fundado  por una comisión del Resguardo de Rentas de la Comisaría de La Guajira con sede en San Antonio de Calancala (Pancho). Ésta se trasladó de Carraipía (Amaiceo) y estaba encabezada por  riohacheros al mando del coronel Rodolfo Morales  y su hermana, Otilia Ramírez.

El testimonio de Otilia Ramírez al periodista Rodas Pizano en 1955 para la Revista “Maicao” (re-editado en el libro “Memorias de maíz”) así lo aclara: “Llegamos a la sabana, exactamente  donde hoy se levanta el “Cacaíto”, un día sereno y claro: mi hermano, el Coronel  Rodolfo Morales, varios guardias nacionales, dos hijas pequeñas: Fidelia y María Inciarte, tres nietecitos: Heliodoro, Julio y Teodoro. 

Era el 29 de junio de 1927, día de San Pedro y San Pablo” (2008: P.21). Si se acepta esta tesis, Maicao cumpliría 90  el próximo año.

Otra tesis es la que presenta el historiador local Manuel Palacio Tiller, según la cual,  antes que esta comisión llegara, ya su abuelo, Manuel Salvador Palacios López, se había asentado con su familia en Maicao hacia 1925 y que fue este exiliado de Tucuracas  quien pobló la actual zona céntrica de Maicao. 

Según esta segunda tesis, Maicao no fue fundado sino poblado por quienes huyeron de conflictos interclaniles  en la Alta Guajira y algunos visionarios que vieron allí, promisorias oportunidades comerciales. Manuel Salvador López sería el primer criollo en llegar a Maicao según la familia Palacio Illidge.

Pero en los últimos años han emergido evidencias concretas que refutan estas dos tesis que por años se han disputado la verdad histórica sobre los orígenes de Maicao.

El docente Miguel Ortega Medina  en su texto “Maicao: Frontera y poblamiento” (2012) nos revela  datos del Censo de 1918 cuando  ya aparecía Maicao como  corregimiento de la Comisaría de la Guajira, cuya capital era San Antonio de Calancala, junto a Carraipía, Castilletes, Carrizal. El Pájaro, Nazareth, Soldado y Tucuracas.  (P.57). Para el Censo de 1928 también aparece Maicao en la misma condición de corregimiento de San Antonio de Calancala (hoy Pancho).

Compartimos con Ortega que el Censo “Aunque no precisa la cifra de población para este tiempo, cobra una significativa importancia porque desvirtúa la tesis de que este poblado solo comenzó a tener vida institucional a partir de la llegada del coronel Rodolfo Morales en 1927”. (P.60).

Pero ahora viene la fresa del pastel. Este año se publicó el libro del historiador riohachero Marco Tulio Anicchiárico  titulado “La Guajira a través de los siglos” en el revela documentos según los cuales el ente territorial de Pancho con sus corregimientos datan desde 1912 con el Decreto Ejecutivo número 1144.

Antes que llegara la comisión de Rodolfo Morales, encontramos este dato suministrado por Anicchiárico: “A principios de la década de los veinte, la comisaría (De La Guajira), estaba dividida en municipios: Castilletes, Miraflores, Puerto Libre, Tucacas o Santa Rosa, Carrizal, Nazareth, Maicao, Carraipía, San Rafael del Pájaro y Soldado” (P.258).

Datos desconocidos también se desprenden de la publicación, como que Maicao llegó también a ser capital de la Comisaría. Según el Decreto Ejecutivo 1057 de junio 19 de 1931 expedido por el comisario Luis Pacheco Goenaga, en su artículo único ordena trasladar la capital desde El Pájaro. 

Otro dato inédito es que Maicao fue creado como corregimiento por el Decreto 23 del 18 de febrero de 1929 por parte del Comisario  Especial José J. Mazenet y ratificado por el 505 del 15 de marzo del mismo año por el presidente Miguel Abadía Méndez. Maicao comprendía entonces a Parrantial, Piusshipana, El Salado y Kaushiarijuna. Este dato daría cuenta de un hito legal que le dio vida institucional al pueblo.

Habría que agregar más años según el descubrimiento de Daniel Serrano, quien ha coordinado acciones de la Academia de Historia de Maicao, revela datos de un censo de 1880 hecho por autoridades venezolanas y que incluyó caseríos de la actual Colombia como Ipapule, Paraguachón, Carraipía y Maikou (Maicao). 

Ya aparece para esa fecha este pueblo con aproximadamente 500 habitantes.  ¿Será entonces, que Maicao solo existe como poblado desde que llegaron los criollos? Sería esa la única justificación para no reconocer la existencia como pueblo de esta ciudad más que centenaria.


Como vemos, cada día surgen más evidencias que agregan calendarios a esta ciudad. Es hora que la Academia de Historia de Maicao asuma la voz líder para que los maicaeros sepan cuantas velas prender. Sean cuantos fueren, feliz cumple mi pueblo entrañable.   

miércoles, 2 de marzo de 2016

¿Sabes quién fue el primer pastor y librero de Maicao?


Escrito por Alejandro Rutto Martínez

Mariano Fonseca es lo que podríamos llamar una leyenda viviente de la maicaeridad: su condición de misionero, pastor, evangélico y líder cívico ha tenido la impronta de un hombre honesto y trabajador, dedicado a forjar una familia con sólidos valores y principios y a servirle continuamente a la comunidad.

Los invitamos a conocer la apasionante historia de este hombre a cuyo cargo ha estado durante cincuenta años la primera Iglesia Cristiana de Maicao y también una de las librerías más antiguas de la Guajira.


Nacimiento y primeros años
Nació en Barrancas, municipio del centro de la Guajira, el día 17 de abril de 1925, un convulsionado año que marcaría el primer cuarto del siglo XX, dominado por episodios de violencia e intolerancia religiosa en el país.   Era el menor de 14 hermanos en el hogar formado por José Francisco Fonseca Asis y Martina Pérez Luquez.    Su progenitor falleció en 1.926, por lo que la carga de su crianza recae en su señora madre, pero ésta fallece en 1.932, de manera que el niño Mariano queda huérfano de padre y madre a la tierna edad de siete años.

Lea también: Don Mariano Fonseca, el hombre de los granos de mostaza

Huérfano, pero no desamparado
Ante la ausencia de los padres los hermanos mayores toman la decisión de proteger al niño de la familia y lo rodean del amor, el cariño y la ternura para crecer sin que nada le faltara. Su hermana mayor, Genoveva Fonseca, decide llevarlo a vivir con ella en Fonseca en donde ella y su esposo Lorenzo Pitre se convierten prácticamente en sus padres adoptivos.   Los hijos de la pareja, no tratan a Mariano como tío sino como un hermano y con  él compartirían las habitaciones de la espaciosa casa, el patio poblado por frondosos árboles y los útiles escolares con los cuales aprendían las primeras letras.

Sólida formación religiosa
De sus padres adoptivos recibe una sólida formación religiosa, que lo marcaría para siempre. Al principio fue un católico consagrado, respetuoso de los sacerdotes y de los mandamientos de la ley de Dios. Era de los primeros en llegar a misa y de los pocos niños que repetían todas las oraciones durante la eucaristía.   Su santa preferida era la  Virgen del Pilar, a quien le pedía constantemente para que le ayudara a sacer buenas calificaciones en el colegio. Tal era su devoción por ella que el 11 de octubre de cada año se iba a pie desde Fonseca hasta Barrancas para participar en la celebración religiosa que incluía misa, sacramentos, pólvora y alborada musical.

En 1.934 llegó a Fonseca el misionero evangélico Roy True, acompañado por su esposa y comenzaron a predicar el evangelio casa por casa. Con el tiempo se reunían y hacían el  culto al que asistía un puñado de nuevos creyentes.  Mariano asistió a ese lugar por dos razones: primero por la curiosidad que le producía el aspecto físico de los misioneros norteamericanos y su español con fuerte acento inglés. Pero había una razón más poderosa aún para estar en ese lugar: identificar a los compañeros de estudios que asistían para luego acusarlos con los profesores. En ese tiempo estaba prohibido que los estudiantes de colegios públicos asistieran a iglesias cristianas evangélicas. 
Mariano en la práctica era un espía sin sueldo y sin reconocimiento. Pero se sentía bien cumpliendo lo que consideraba como un gran servicio a la escuela y a la iglesia oficial.  Incluso disfrutaba cuando sus compañeros eran castigados gracias a las informaciones que él suministraba.

Amistad con los misioneros
Un día el pastor True lo llama al final del culto y le pregunta: “Quieres ganarte un premio”  
-Claro que sí, responde Mariano, a quien le gustaban los retos y las competencias.

El misionero le entrega varios estudios y exámenes sobre los libros de los Salmos y Proverbios y lo cita para cierto día en que deberá entregarlos y sustentarlos.   Cuando llega la fecha acordada responde con lujo de detalles las preguntas que se le hacían, así que se hizo acreedor al premio prometido: Una Biblia en tapa rústica y delgadas hojas, impregnada por una deliciosa fragancia a hojas sin estrenar.

Al entregarle el obsequio el misionero le preguntó si deseaba ganarse una Biblia más fina y bonita y Mariano respondió que sí. Entonces le fueron entregados estudios y exámenes correspondientes a libros del Antiguo Testamento.   El acucioso estudiante no tuvo problemas en superar la nueva prueba y se convirtió en el feliz ganador de una hermosa Biblia de tapa dura, con referencias, mapas y tabla de pesas y mediad. Esa tarde se convirtió en el niño más feliz del pueblo. Tenía familia, estudiaba en el colegio y era dueño de dos buenas Biblias, a las que dedicaba tiempo de lectura en la casa, en el colegio, en el andén de cualquier calle y en las bancas del parque.

La historia no podía tener un curso diferente: Mariano Fonseca se convirtió en cristiano evangélico y en la mano derecha de los misioneros.  Tiempo después, sería bautizado en las aguas del Río Ranchería y se convertiría en uno de los primeros evangélicos bautizados de toda La Guajira.

Primera campaña misionera
Uno de los momentos más felices del nuevo creyente fue cuando le propusieron hacer una gira evangelística por varios pueblos de la Sierra Nevada, al lado de sus maestros norteamericanos, quienes habían adquirido tres hermosos y fuertes caballos llamados  “Trueno”, “Relámpago” y “Cintia”. En esta campaña visitan poblados indígenas, enseñan la Palabra de Dios, entregan literatura y conquistan el corazón de los campesinos de la zona.
Regresan felices a Fonseca y comienzan a planificar un segundo viaje misionero que se inicia en Chorreras y continúa por todos los pueblos de Riohacha y Dibulla.

Estudios en el seminario
Los misioneros True y otros, ubicados en diversos puntos de La Guajira, gestionan el viaje de varios jóvenes guajiros a seminarios de San José de Costa Rica, en donde recibirán formación como pastores y misioneros. Por otro lado, logran abrir un seminario en Fonseca y otro en Riohacha.   El joven Mariano tiene una de sus más felices experiencias al convertirse en estudiante bíblico de tiempo completo, actividad que combina con su labor como misionero en la población de Atanque, en el departamento del Cesar.

En 1.948 La Guajira fue declarada como Territorio de Misiones por el  Gobierno nacional, lo que significa que la Iglesia Católica es la única que tiene la potestad de hacer labor misionera y religiosa en La Guajira. Ello significa una persecución frontal a las iglesias evangélicas y el cierre de los seminarios. La Iglesia de Fonseca es sellada, pero los cultos no se paralizan, pues los misioneros y los creyentes entraban a escondidas por una puerta trasera, cantaban, leían la Biblia y volvían a salir de manera silenciosa sin que las autoridades sospecharan nada.

Matrimonio, esposa e hijos
El 29 de mayo de 1953 camina hacia el altar en compañía de Carmen Ortiz, el amor de toda su vida, quien le da los más preciosos regalos que nunca haya tenido: sus hijos Josué, Eneida y Loyda.
La necesidad de sacar a su familia obliga a los esposos a trabajar duro en el arte que ambos comparten: Carmen en la modistería y Mariano en la sastrería. 

Primer viaje a Maicao
Algunos amigos le cuentan que el negocio de la sastrería es mucho más próspero en Maicao y a principios de los años 60 se traslada a la ciudad de la frontera, él solo, mientras Carmen y los niños permanecen en Fonseca.  Consigue trabajo en la sastrería del señor Oneider Fajardo y trabaja algún tiempo a sus órdenes perfeccionando su labor de medir, cortar, coser y planchar.   Cada vez era un mejor sastre pero nunca dejaba de leer la Biblia y de predicar la Palabra de Dios a todos los clientes y compañeros de trabajo.

Nuevo llamado del ministerio
Un día, mientras estaba concentrado en su labor, recibe una carta que modificaría drásticamente su vida.    Desde Atanquez le escribían sus antiguos discípulos pidiéndole que regresara a hacerse cargo de la obra en la que unos años antes había estado. No le prometían sueldo ni mayores ingresos, pero sí un campo blanco para evangelizar y algunas ofrendas representadas principalmente por los frutos de la tierra que los hermanos cultivaban en sus respectivas parcelas.

Sin pensarlo mucho empacó sus cosas e inició el viaje. Hizo escala en Fonseca para recoger a la familia y con ellos se mudó de nuevo a uno de los pueblos más hermosos del Cesar en donde recobraría su amor por el ministerio como pastor.

La vida de la familia Fonseca Ortiz era bastante austera, pues la iglesia no reunía lo necesario para pagarle el sueldo al pastor. Cada mes la congregación abría la pequeña caja de las ofrendas, cubierta de polvo y telarañas, y de lo que allí se encontrara, le entregaban el 70% a su líder espiritual.  El resto era destinado a los gastos generales de la obra.

La familia subsistía con la yuca, el tomate, los plátanos, la leche y las gallinas que algunos campesinos le entregaban cada domingo como ofrendas y primicias. Y también con lo producido por las máquinas de coser de Mariano y Carmen.

Pero todos tenían una gran satisfacción: la iglesia era cada vez más grande y todos los días más y más creyentes llegaban a los pies de Jesucristo.

En 1.965 el pastor se lanzó a la aventura de construir la capilla, para lo cual puso en práctica sus conocimientos de albañilería. En la práctica él mismo era el ingeniero, arquitecto y maestro de obra.   Sus discípulos no se quedaron con los brazos cruzados: al ver el entusiasmo y la energía con que su pastor trabajaba, se esforzaron por ayudarlo. Hasta las mujeres cooperaban en este trabajo cocinando el sancocho, repartiendo agua helada y manteniendo llenos los termos de tinto. 

El trabajo comenzaba temprano en la mañana y se prolongaba hasta altas horas de la noche. Finalmente el esfuerzo colectivo fue premiado, pues la capilla estuvo terminada en diciembre de ese año y fue inaugurada con un hermoso programa evangelístico que contó con la presencia de las autoridades locales y del misionero norteamericano Lorenzo Buckman, quien había servido por más de veinte años en las selvas de Brasil en la evangelización de los indígenas terrenos y namicuaras.

Regreso definitivo a Maicao
En 1966 el misionero Lorenzo Buckman  comenzó a evangelizar al pueblo wayüu en Maicao y logró formar una congregación que empezó a reunirse en la calle 9 entre carreras 14 y 15, en donde se construiría el templo de la Primera Iglesia Evangélica de Maicao, situada aún en ese lugar cercano al mercado público y frente al antiguo cine México.    Buckman tuvo dificultades para entender la idiosincrasia de los guajiros y por tal razón solicitó que se designara como pastor a alguien oriundo de la región. Y propuso trasladar al pastor de Atanquez, para que se hiciera cargo de la obra.
A pesar de la negativa de la congregación de Atanquez, el pastor Mariano Fonseca es trasladado con su familia a Maicao en 1.966.   Al llegar debe enfrentarse a algunas divisiones internas de la iglesia, pero con paciencia y mucho amor logra que haya unidad alrededor de la Palabra de Dios y de las enseñanzas de Jesucristo.


Pastor y Librero
Mariano y Carmen se dedican de lleno a atender la iglesia, la cual comienza una etapa de firme crecimiento.  Entre las muchas personas que lo visitan se encuentran algunos distribuidores de libros quienes le proponen que se convierta en distribuidor local de sus enciclopedias, artículos de papelería  libros.
Mariano comienza a vender los libros en una vitrina que coloca en la sala de su casa, ubicada cerca del Mercadito Guajiro y la clientela comienza a fluir. Poco después un misionero americano que se encontraba de paso por la ciudad le recomienda trasladarse a un lugar más cercano al centro y le hace el generoso ofrecimiento de pagarle lo que cueste el arriendo. Inicialmente traslada la librería a un local situado en la carrera 12 entre calles 15 y 16   en donde empieza a consolidarse como un negocio próspero.  Un año después, el mismo misionero que le colaboraba con el arriendo, le propuso trasladarse a Barranquilla en donde aprovecharían las ventajas de la gran ciudad, como por ejemplo, un número muy grande de potenciales compradores. Mariano amaba tanto a Maicao y a su congregación que no aceptó la porpuesta.   Entonces, su benefactor le comunicó que no podría seguir cooperando con el dinero que le aportaba para pagar el arriendo.

 Las nuevas circunstancias eran adversas, pero no se acobarda y, en lugar de ello empieza a buscar un punto de venta más adecuado  a sus planes. Es así como consigue abrir sus puertas en la calle 12 entre carreras 14 y 15, lugar en donde nacería la esplendorosa y legendaria Librería “Jel”, nombre que fue compuesto con las iniciales de los nombres de sus hijos Josué, Eneida y Loyda.

La librería se convirtió en el punto de referencia obligado para el mundo académico de la época, pues era el establecimiento a donde llegaban las obras literarias más recientes, los atlas, las enciclopedias y multicolores productos de papelería.
Algo que ayudaba a la Librería Jel a tener muy buenas ventas era su localización, pues quedaba al frente del Instituto María Montessori y a unas pocas cuadras del colegio San José.

El orgullo de educar a sus hijos, quienes eligen el camino del servicio a través de sus conocimientos profesionales. Es así como Josué se gradúa de Médico Veterinario Zootecnista, experto en Salud Pública.  En 1.984 fue nombrado como alcalde de Maicao.

Eneida se gradúa como médico y luego adquiere dos especializaciones. Una en neumología y otra en epidemiología. En el año 2009 es nombrada como directora del hospital San José de Maicao.
Loyda se gradúa como abogada y se dedica a la docencia universitaria.

Semillas de Mostaza: libro autobiográfico
En 1.995 escribe el libro Semillas e Mostaza en el que traza algunas líneas autobiográficas y  da a conocer buena parte de la historia de la evangelización en el departamento de La Guajira.


Epílogo
En sus últimos días  el pastor Mariano Fonseca conservó una gran vitalidad. Dividía su tiempo en consentir a su esposa Carmen y ser consentido por ella en la casa de siempre.  En ese mismo lugar en el barrio San Martín, a donde trasladaron la Librería JEL, en donde atendió a sus clientes a sus clientes con la misma amabilidad de aquellos tiempos  de 1966.   

Un día de octubre Mariano partió a la eternidad a reunirse con el Jefe para el que trabajó toda la vida y para encontrarse con los hermanos a quienes ayudó a encontrar el camino de la salvación. 

¿Quiénes fueron sus mejores amigos?

  • ·   Nicolás Deluquez, su condiscípulo en Fonseca y quien tendría a su cargo una sucursal de la Librería Jel en la tierra del Retorno
  • ·         Santander Ortega y Roberto Silva, ministros evangélicos, de quienes afirma que son los mejores predicadores de la Palabra que han llegado a Maicao.  
  •     Jorge Parodi, periodista, músico y gran amigo de los libros
  • ·     Hernando Iguarán Romero,  su compañero en el partido conservador. Líder pol´pitico y exalcalde de Maicao.
  • ·         Ramiro Choles Andrade, profesor y exrector del Colegio San José. Todas las mañanas lo visitaba en la Librería, ubicada ahora en la calle 17 con carrera 19. Leen juntos el periódico y comentan los sucesos del día.


Mariano Fonseca en frases

·         “Si trabajas para vivir, entonces ¿Por qué te matas trabajando?”

·         “Con afanarse nadie añadirá cincuenta centímetros a su estatura” (Tomada de la Biblia)

·         La vida del hombre no consiste en enamorarse de los bienes que posee
      
       El que quiera ser mi amigo debe saber que tengo dos "defectos": soy godo y soy evangélico.


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