Los pecados nacen en un lugar muy especial, recóndito, casi inexpugnable. Si usted fuera un detective experto en localizar el sitio en que el pecado nace, seguramente fracasaría en su intento. ¿Sabe por qué? Muy sencillo, el pecado tiene su origen en el corazón de las personas, en sus pensamientos, en la fibra íntima de su ser. Los seres humanos primero pensamos y luego actuamos. Todo lo que emprendemos, suele ser sobre la base de un plano previamente diseñado en un tallercito ubicado por allá en el fondo del corazón.
En el libro de Santiago podemos leer cómo los malos pensamientos pueden desembocar en acciones lamentables. Analice el siguiente texto: “Sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte ”.
Para el caso la concupiscencia es un fuerte deseo por aquello que no debe hacerse, es sentir deseos (o exceso de deseos) no aprobados por Dios. El diccionario de la Real Academia la define como deseo de bienes terrenos y, en especial, apetito desordenado de placeres deshonestos.
Mire como lo uno conduce a lo otro y a lo otro, en un grado de ascendente y peligrosa gravedad. La concupiscencia degenera en pecado y el pecado se degrada aún más y se traduce en muerte (Santiago 1: 14-15).
Es obvio que la tentación y el pecado no proceden de Dios sino de la naturaleza carnal y por lo tanto pecaminosa del hombre, la cual fue adquirida desde los tiempos primigenios del génesis en la caída de la primera pareja humana.
Si usted siente que es pecador, le tengo una noticia. Y si usted cree que no es pecador, también le tengo una noticia, a decir verdad, la misma noticia. Todos, absolutamente todos somos pecadores. Así lo manifiesta el apóstol Pablo en su carta a los Romanos capítulo 3, verso 23: “Pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios”.
¿Mala noticia o buena noticia?Muy mala por cierto y peor aún para quienes no se consideran pecadores. Todos hemos pecado y todos habíamos sido destituidos de la gloria de Dios. Solo la infinita misericordia del Señor nos da una nueva oportunidad y nos permite confesar nuestros pecados, con lo cual podremos recibir el perdón y limpieza de parte suya. Así lo consigna el la primera carta del apóstol Juan, capítulo 1 verso 9: "Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y limpiará de toda maldad" ¿Cuál es la clave entonces? Una sola, confesar, ese es el verbo más valioso.
Mi estimado amigo, hay una invitación para usted y para mi, y para quienes compartimos nuestra naturaleza pecadora. Confesemos nuestros pecados delante del Señor, con quebrantamiento, con arrepentimiento y con un profundo deseo de no reincidir.
Actuemos de esa manera: reconocer que somos pecadores; confesar nuestros pecados delante de Dios y mantenernos firmes en la decisión de no pecar nunca más. Así, será el mismo Dios quien nos perdonará y limpiará de toda maldad.
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