El domingo 7 de julio se cumplieron las honras fúnebres de Sigilfredo Silva Torres, uno de los más reconocidos predicadores y pastores evangélicos de Colombia. Más de cincuenta años dedicados al ministerio, cientos de ministros formados y miles de almas llevadas a los pies de Cristo, son las credenciales que lo convirtieron en uno de los hombres de fe más influyentes en el Caribe colombiano y en la Iglesia Cristiana Cuadrangular.
Por eso el día de su sepelio las cosas no podían ser de otra manera: miles e personas provenientes de los más apartados barrios de Barranquilla y decenas desfilaron ante su féretro. Decenas de pastores de distintas ciudades, denominaciones y países se acercaron al la Iglesia Cuadrangular del barrio San José para acompañar a Sigilfredo Junior, Rebeca, Jonathan y Esteban, sus hijos.
Al evento estaban invitados todos: los pastores que lo acompañaron en el inicio de su ministerio; los hermanos de las iglesias de Barranquilla; los directivos de la Iglesia Cuadrangular a nivel nacional e internacional y, por supuesto, los familiares y los amigos. Y también quiso asistir, cierto personaje, que no estaba invitado y quiso ingresar al recinto. Luego les cuento de quién se trata.
La ceremonia fue sencilla y diferente a las que se estilan para estas ocasiones. Los hijos, serenos y tranquilos, hicieron uso de la palabra: contaron vivencias, recuerdos y facetas de su padre. Por momentos, incluso, estuvieron alegres y contaron anécdotas del hermano Sigi. Y las anécdotas, indefectiblemente conducen a la hilaridad y el buen humor.
¿Hilaridad y buen humor en unas honras fúnebres?
Aunque parezca extraño así fue. El evento se caracterizó por ser rico en alabanzas al Rey cantadas en un especial tono de adoraci´pon; por las oraciones de acción de gracias por la vida del fallecido ministro; por los testimonios en que se contaron historias sobre la forma en que Sigilfredo Silva influyó en la vida de las personas; por el sueños que alguien contó en el que una multitud de ángeles le hacía una calle e honor al siervo de Dios cuando arribó al cielo con la sonrisa que siempre tuvo.
Además, en las voces de cada orador, en sus rostros y en sus palabras, se percibía la convicción de que se estaban preparando para llevar al cementerio solo una parte del padre, amigo y pastor: su parte corporal, el empaque imperfecto utilizado durante setenta y cuatro años y que ya no necesitaría más. Su alma y su espíritu estaban compareciendo ante Dios, quien le daba una bienvenida no solo cordial sino sublime, en compañía de quienes se habían ido antes, especialmente su esposa Vicky Meza.
No hubo voces desesperadas, ni requiebros, ni desmayos. No fue necesario traer a los médicos de llevar a nadie en ambulancia al hospital hospital. Los llantos, la desesperación y el desánimo venían en el maletín del personaje que no pudo pasar de la puerta porque cuando se disponía a ingresar escuchó a Sigilfredo Junior cuando oraba a Dios que reprendiera todo espíritu de tristeza en ese lugar y en el corazón de quienes amaban al inolvidable pastor Sigilfredo Silva Torres.
Convencida de que no tenía nada qué hacer en ese lugar, la tristeza dio media vuelta y se marchó con su desánimo y su desesperación a otra parte.
Mientras todo eso sucedía, los demás pensábamos en la más lindas de las visiones. El pastor en su arribo al cielo, en medio de una calle de honor formada por ángeles de Dios.
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