sábado, 3 de abril de 2010

Cuando una amiga se va

Ocasión en que Cristina me distinguió con el símbolo más representativo de su etnia, con ocasión de mi elección como Presidente del Congreso de la República en 1997


Por: Amylkar D. Acosta M

La parca, la muerte, que se lleva lo que más queremos y apreciamos, le puso término al periplo vital de nuestra amiga del alma Cristina Gómez, mujer recia, altiva y orgullosa de su etnia y de su casta, sin que pudiéramos hacer nada por evitarlo, pues en tratándose de los designios inescrutables del Creador sólo cabe la resignación cristiana.

Cristy fue en vida una mujer de temple ante la adversidad y templanza cuando el destino le sonreía; líder nata, sin pelos en la lengua, le cantaba la tabla a quien fuera cuando de defender a su comunidad se trataba. Su magisterio trascendió la enseñanza, a la que le dedicó la mayor parte de su existencia, pues ella predicaba con su propio ejemplo: firmeza en sus principios, carácter, coherencia y por sobre todo consecuencia; como se suele decir popularmente Cristina fue hilo hasta el carreto.

Enhorabuena Nydia y yo nos cruzamos en el camino con Cristina; de ella aprendimos la razón de ser de la política con mayúscula: servir a nuestros semejantes. Fue desde entonces la más leal y entusiasta de mis seguidoras; ella destilaba amylkarismo por todos sus poros.

Plutarco dijo “no necesito amigos que cambian cuando cambio yo y asienten cuando yo asiento. Mi sombra lo hace mejor”; ella así lo entendió y por ello nunca encontré en Cristina la líder dócil e incondicional, sino la dirigente disciplinada pero crítica, que no dudaba en expresar sus reparos o disentimientos sin ambages, porque ella no tragaba entero y no pocas veces me persuadió o me disuadió evitándome así incurrir en errores o desatinos.

Cómo no recordar su erguida actitud cuando en un momento dado se me quiso acoquinar, cuando se me pretendió arrinconar y las dudas rondaban a nuestro equipo; ella se puso en pié y con la elocuencia que le era característica le puso punto final a todos los devaneaos y con su voz cortante sentenció: “es preferible perder pero con dignidad”. Ella en otras palabras estaba diciéndonos lo mismo que afirmara en su particular estilo el reputado escritor Jorge Luis Borges: en ocasiones “la derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce”. Qué gran lección la que nos dio Cristina y gracias a su talante, a sus insinuaciones y sugerencias, a su proverbial don de mando tuvimos en ella la confidente y consejera que siempre fue. Ah falta que nos va hacer Cristina!

Pero Cristina no volvió a ser la misma desde ese aciago día en el que en un absurdo accidente perdió la vida su hijo Carlos Segundo, trastocando su feliz navidad en tristeza y llanto. El era para ella como la niña de sus ojos, de allí que nunca pudo sobreponerse al stress postraumático que le causó esta pérdida irreparable.

Pudo más su inmenso dolor de madre afligida que sus ganas de vivir; a raíz de este siniestro se sumió en el sufrimiento, la melancolía y la depresión, los cuales derivaron en sus quebrantos de salud hasta que la complicación de sus males produjo el fatal desenlace que hoy lamentamos.

Con Cristina pude comprobar el aserto de que cuando a uno se le muere un ser querido se muere una parte de nosotros, el alma se encoge y se abate; eso le pasó a Cristina, nunca asimiló ese golpe artero del destino. Sólo su fortaleza espiritual la mantuvo en pié, enfrentando con dignidad y estoicismo además de su amargura sus trastornos de salud, sus dolencias y sus agobios sin flaquear a pesar de sus limitaciones físicas.

Gracias a ello nunca perdió su lucidez y terminó sus días como los barcos en el fragor de la batalla, hundiéndose con las luces encendidas. Nos queda el consuelo de que con su reencuentro con Carlos Segundo allá en la eternidad, por fin su alma descansará en paz.

Finalmente, digamos a propósito de la partida de Cristina, coincidencialmente el mismo día en que nuestro Redentor Jesucristo le entregó su alma a nuestro Señor, con el cantante y compositor argentino Alberto Cortés: “Cuando un amigo se va queda un espacio vacío, que no lo puede llenar la llegada de otro amigo. Cuando un amigo se va queda un tizón encendido, que no se puede apagar ni con las aguas de un río”. Cristina, haremos honor al carrashi que me impusiste al exaltarme y a las tumas protectoras que porto como testimonio de nuestra amistad. Cristy, aquí estoy cumpliéndote nuestra última cita terrenal para en unión de Nydia, tu entrañable amiga y consentidora, decirte con el corazón en la mano no adiós sino hasta luego!


Maicao, abril 3 de 2010
www.amylkaracosta.net

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