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miércoles, 13 de abril de 2022

150 años de la graduación de "El Negro" Robles


Escrito por:
Amylkar Acosta Medina

Hace 150 años el prohombre guajiro, figura cimera de afrocolombianidad en el siglo XIX, Luis Antonio El Negro Robles, fue recibido, como se decía por aquellas calendas, como doctor en Jurisprudencia en el procero y tricentenario Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario, hoy Universidad del Rosario.

Descolló como uno de los más brillantes e inteligentes estudiantes de su promoción. El 13 de abril de 1872 tuvo lugar la ceremonia de su graduación, con honores de parte del claustro que lo acogió como uno de sus discípulos más aventajados.

Ello le mereció ser distinguido como Colegial, título este reservado para los 15 estudiantes con mayores méritos académicos, excelsas calidades morales y gran probidad de la institución, siendo esta la mayor aspiración de todo rosarista.

Su sólida formación académica se la debió a su Alma Mater, abrevando en ella los “nuevos saberes ilustrados”, legado este e influjo de las reformas borbónicas en la península ibérica, en contraposición a la escolástica y el confesionalismo que predominaba en la enseñanza para la época. El Acta de independencia da cuenta de la enorme contribución de la Universidad del Rosario a la causa de la emancipación.

En ella están estampadas las firmas de muchos de sus egresados, mientras otros fueron sacrificados en el Altar de la patria a manos del pacificador, como se conoció al señor de horca y cuchillo Pablo Morillo, en su vano intento de reconquistar las colonias que se le estaban saliendo de las manos a la Corona española a la que servía.

El Negro Robles, además de un denodado luchador desde el radicalismo liberal en el que militó, que lo llevó, en una carrera meteórica, primero al parlamento (1876), luego a la Secretaría del tesoro y Crédito Nacional (1877) y posteriormente a la Presidencia del 1 Miembro correspondiente de la Academia Colombiana de Historia 2 Estado Soberano del Magdalena (1878), se desempeñó con lujo de competencia en la Academia.

Fue así cómo se consagró como uno de los fundadores de la Universidad Republicana (1890 - 1919), de donde nació la Universidad Libre de Colombia (1923), de la cual fue, además de docente, su Rector (1892 – 1894)). Posteriormente regentó la Universidad Central de Managua (Nicaragua, 1895). Entre sus obras se destaca la Introducción a la filosofía de la moral y las ciencias políticas (2009), la cual compila apuntes de sus clases, cuya autoría es de Alejandro Hernández (1906), rescatados y editados por su biógrafo el ex magistrado y ex secretario general de la Asamblea Nacional Constituyente Jacobo Pérez Escobar (2009).

Entre sus obras se cuenta El Código de comercio comentado y concordado (1899), no alcanzó a ver la luz su estudio sobre Derecho público, legislación y derecho civil. Esta era la otra faceta del Negro Robles, la del intelectual, porque él fue un hombre multifacético y gozaba de una gran versatilidad. Cabe destacar también su membresía en la Sociedad Colombiana de Jurisprudencia.

La Universidad del Rosario, cuna de la independencia, epicentro de tantos acontecimientos de nuestra historia republicana, como lo atestiguan tantas placas conmemorativas en su augusto recinto, con las cuales se les rinde tributo a sus más ilustres egresados, también él, el Negro Robles, se hizo merecedor a la suya. 


Luego de un acto especial en su Aula máxima, en abril de 2010, presidido por el señor Rector Hans Peter Knudsen, se descubrió una placa conmemorativa en honor a él, la que se distingue por ser única placa de color negro, como su tez. En dicho acto tuve la oportunidad del alternar con el doctor Pérez Escobar con una disertación sobre El Negro Robles: adalid de la democracia.

El texto Luis Antonio Robles. Sombra y luz. Con la sombra en la epidermis y la luz en el Alma, publicado por la Universidad del Rosario (2010) recoge las memorias de este solemne acto. 

jueves, 14 de mayo de 2015

Vicente de la Hoz, talento al servicio del prójimo

Autor: Alejandro Rutto Martínez

Dios me dio la oportunidad de conocer a Vicente De la Hoz cuando compartíamos los últimos años de nuestra infancia en las aulas, los pasillos y la biblioteca del Colegio San José en donde estudiábamos el bachillerato en cursos diferentes pero físicamente cercanos.
Éramos hijos de dos familias unidas por la educación.

Los  hermanos de Vicente estudiaban con los hermanos míos y no pasaba un día sin que los unos estuvieran en la casa del otro de manera que no pasó mucho tiempo antes de que naciera una buena amistad que con el paso de los años terminó convertida en hermandad. 

El colegió nos unió y eso fue para siempre.  

Por aquella época nada era tan querido para nosotros como el viejo edificio de nuestro colegio en el que sufríamos mil incomodidades como el calor, la falta de espacios deportivos, la ausencia de laboratorios y el hacinamiento en los salones.  

Pero ahí éramos felices porque nuestros padres nos habían dicho una y otra vez que la educación era la mejor y única herencia que podían dejarnos y teníamos que esforzarnos para ser los mejores estudiantes y luego para alcanzar grandes cosas en la vida. 

Vicente se tomó a pecho la recomendación de los mayores y llegó a la institución a lo que fue: estudiar intensamente.

Registro en los pliegues de mi memoria y lo encuentro siempre con su rostro sereno,  su gesto reflexivo y su comportamiento serio.

Era muy diferente a la mayoría de la masa de adolescentes y jóvenes que componían la comunidad estudiantil de la época.  

En su condición de estudiante  mostró una particular inclinación por las ciencias naturales, la química, matemáticas y biología.

Sus tiempos libres los dedicaba a las actividades como socorrista en la Cruz Roja.  Todo indicaba que él iba por el camino correcto y que llegaría muy alto en la vida de estudio y de servicio que él mismo se había impuesto.  

No tardó en recoger los resultados de todas las horas de juego sacrificadas y de las fiestas a las que no fue: siempre obtuvo notas sobresalientes y cuando terminó los estudios, en 1983, se constituyó en el mejor bachiller de La Guajira, lo que le permitió recibir la medalla Andrés Bello y participar en un significativo homenaje que le tributó el Gobierno Nacional a través del Ministerio de Educación. 

Ingresó de inmediato a la facultad de medicina en la que se convirtió en uno de los mejores estudiantes, lo que le permitió obtener una beca y ser  designado como monitor, lo cual se convirtió en un nuevo elemento de motivación y en un ahorro para los menguados recursos de sus  padres. 

Al graduarse de médico inició una brillante carrera en la que obtuvo el reconocimiento de los hospitales y clínicas en las que trabajó pero sobre todo el de sus pacientes quienes aprendieron a respetarlo, a quererlo y a confiar en él. 

Yo le tenía muchísima confianza, tanto que un día lo llamé a las 4 de la mañana para que me ayudara en uno de los días más tristes de mi vida: mis hermanos me comisionaron para que le informara a mamá la noticia de que mi padre había pasado a la presencia del Señor.

Temeroso de que la delicada salud de ella se quebrantara aún más decidí llamarlo para que estuviera presente en caso de una emergencia.

En esa ocasión y en muchas otras pude sentir su afecto como amigo y por eso hoy, cuando Dios ha decidido llevarlo al Paraíso, siento el peso de su ausencia, pero también el consuelo de saber que pasó por los caminos de la vida defendiendo la vida de todo el que acudiera a su consultorio. Vicente De la Hoz fue un buen médico, pero ante todo un ser humano con un talento especial. Talento que siempre estuvo al servicio del prójimo.


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