Esta es la historia de un niño que, cuando se asomaba de manera furtiva a la Biblioteca de su padre, lo encontraba con un libro en la mano y una sonrisa en el rostro, muestra evidente de que disfrutaba la lectura. Cuando veía al niño, lo invitaba a entrar y ponía en sus manitas uno de los muchos ejemplares de cuentos infantiles de los cuales disponían en aquella casa y entonces ambos leían juntos y se sumergían en los parajes maravillosos de esas hermosas historias de ángeles, héroes, princesas y hombres y mujeres valerosos y buenos. El niño nunca veía pelear a sus padres quienes le decían cosas como “ a los mayores hay que respetarlos” y “lo que no es de uno no es de uno y se deja donde está”.
En la noche le leían un cuento, lo ayudaban a lavarse las manos y a cepillarse, lo acompañaban a hablar con Dios y después lo arropaban…hasta el otro día y así todos los días.
El niño fue creciendo como hombre de bien y hoy es un padre de familia que recuerda como lo educaron en casa y a su vez cría a sus hijos con amor, y con disciplina. Le insiste en el respeto a los demás, en la honestidad y en el apego al trabajo y a las buenas causas.
La educación de las nuevas generaciones es responsabilidad de una alianza tácita entre la sociedad, los padres de familia y los profesores, quienes deben formar un equipo sólido con el fin de formar seres humanos que en el presente disfruten de la edad en que se encuentran y aprendan todo lo necesario para ser excelentes profesionales, buenos ciudadanos y personas útiles a su familia, a su país y al prójimo. Cada uno debe cumplir con su parte y hacerlo con esfuerzo y dedicación y en el momento oportuno. Sin embargo…por más que sea una obligación compartida, nada ni nadie puede ni podrá remplazar la labor que cumplen los padres de familia desde la más tierna edad de sus hijos, esos años iniciales en que el corazón y el cerebro del niño son como un recipiente dispuesto a recibir todo lo que sus mayores le enseñan no solo con sus palabras sino con la forma en que actúan y hablan, es decir, con la fuerza del ejemplo.
Lo que se aprende en casa es definitivo y difícilmente se olvidará. Algunos comerciantes llevan al niño de brazos a la tienda o al almacén y, al hacerlo, están formando, sin saberlo, a un futuro empresario. Otros permiten que el niño asista a la parranda y hasta lo ponen a servir el trago, con lo cual están “ayudándolo” a que sea un futuro bebedor . Y eso no es, desde luego lo que alguien quiere para sus hijos o sobrinos, pero es lo que se le inculca como el comportamiento de “los grandes” y bien sabemos que cuando se es niño todo lo que hacen “los grandes”, es aprobado, bueno y conveniente.
Albert Einstein afirmó alguna vez que “Dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera. " Y por su parte el libro de Juan, Jesús le enseñó a sus discípulos el valor del ejemplo cuando les dijo: “ Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis (Juan 13:35). "
La educación es una labor conjunta de todos los actores y cada quien ha de cumplirla con el mayor empeño. Pero en el propósito de formar personas íntegras poco lograremos sin la decidida ayuda de los padres de familia, su apoyo, su crianza con afecto y disciplina y el buen ejemplo, que es, a la larga, el mejor de los maestros.
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