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Maicao, 11 de Noviembre de 2005
Doctor
JOAQUÍN MURGAS
Administrador de Empresas
El Cielo
Mí estimado Joako:
Te saludo con afecto en nombre de todos los que te extrañan en el mundo. Desde el día de tu inesperada partida hacia la eternidad comenzamos a hilvanar nuestras cotidianidades acostumbrándonos con pereza a tu ausencia y a la falta de una voz con la cual nos sentíamos más cerca de esa rara palabra llamada felicidad.
En las mañanas diáfanas las nubes de nuestros cielo de desplazan en procesiones interminables y se acercan y se juntan y se toman de la mano y en ocasiones derraman sobre nuestro suelo de piedra y polvo el liquido precioso con el cual el ciclo de la vida se hace posible. Ya conoces el azul mágico del cielo guajiro y el blanco inmarcesible de sus nubes de verano y su gris tenue del invierno. Desde las alturas puedes contemplarlas mejor que nosotros. Tal vez veas en las noches claras los rostros de los amigos alumbrados por la luna, una lámpara de luz rigurosa que cuelga como fantasía ancestral en lo más alto del firmamento para dispersar sus colores sobre la faz de la tierra y contribuir al espectáculo mágico de la noche.
La memoria almacena como un tesoro de valor inmenso el 23 de marzo de 2003, un día después de tu viaje hacia el infinito y una jornada antes del día del locutor.
La gloria del Dios invencible de los cielos y de la tierra, su infinita generosidad y su augusta presencia en mi vida me permitieron actuar como presentador en el mas bello homenaje tributado jamás a alguien. De ese día conservo en las profundidades del recuerdo, las lagrimas de tus hijos, el desconsuelo de tu esposa, el quebranto de tu vieja. La tristeza
de tu gente, el acorde lastimero de una guitarra vestida de negro y un acordeón sumido en la nostalgia.
En medio de toda esa gente vi rostros viejos y jóvenes; hombres y mujeres; niños y niñas entregados al sufrimiento. Wilder intentaba consolar pero necesitaba quien lo consolara, Abel Royo, desempolvó sus archivos y encontró tu ultimo parcial, Agustín invirtió con gusto su capital y sus utilidades brindando sin fijarse en costos un café mas amargo que de costumbre; Jorge Ochoa inundó con sus lagrimas los gruesos vidrios de sus gafas pero tuvo valor para decirme “cuando muera yo tu también tienes que ser el que me haga un homenaje”. Le respondí que así lo haría pero le rogué que no se fuera a morir todavía, porque el corazón fuerte y todo, varonil y todo no soportaría el martirio de tantas ausencias juntas.
Ese día conocí a uno de tus mejores amigos anónimos. Era el más triste de todos, supe que se llamaba Gumersindo y se dedicaba al oficio de vender verduras en las calles. Repetidamente miraba al cielo como si quisiera encontrarse de frente con tu mirada “ese man era el único que se acordaba de nosotros, el único que nos quería” repetía una y otra vez. Ya conoces a la gente humilde, es capaz de sacrificios colosales para afrontar los embates de la adversidad, aun cuando en su contra soplen los ciclones de la indiferencia.
Hace unos días lo volví a encontrar en una calle sin número de un barrio sin nombre. Llevaba la carretilla medio vacía y en un rincón de ella un radio en donde se oyen una y otra vez las canciones de Kaled Morales, otro de los viajeros prematuros hacia la eternidad. Me miró y reconoció en mi rostro al presentador de tu homenaje. “Dentro de media hora serán las cuatro, me dice”. No necesito que me diga mas las cuatro era la hora de tu programa en Olímpica Stereo.
Mira hacia todos lados, me pide que me acerque y hace un gesto como cuando alguien va a contar el secreto más importante de su vida y en voz muy baja, como para que nadie mas oiga me revela algo conmovedor.
“A veces sigo oyendo a Joako como si todavía estuviera vivo” “Ese man se sigue acordando de nosotros”. “No se lo vaya a decir a nadie porque van a creer que estoy loco” me dice en su inconfundible acento cartagenero.
¿De quien será la voz del radio de Gumersindo? ¿Del misterio o de la sombra? No conozco la respuesta, pero tampoco creo que esté loco. Hombres como tu mi querido Joako, nunca se convierten en cenizas ni se sumergen en la niebla del olvido, porque su voz, su imagen, su recuerdo y su sonrisa se instalan en un balcón de la memoria, en una acera de tu inmortalidad, en un rincón de la cotidianidad. Y desde ahí siguen iluminando nuestras mañanas diáfanas y alumbrando nuestras noches de insomnios y recuerdos.
Gracias por existir en el Radio de Gumersindo, en los genes de tus hijos, en la inspiración de tu hermano y en el sendero de la eternidad.
Un abrazo de tu amigo
Alejandro Ruto Martínez