Escrito por: Alejandro Rutto Martínez
Hermandad es una palabra que tiene varias connotaciones pero
todas ellas apuntan a hacia el sendero
rectilíneo de los afectos, de las querencias y de la solidaridad. Cuando
hablamos de la hermandad entre las ciudades nos referimos a que hay algunos
factores que se constituyen en pegamento para la unión y sugieren el común
destino de la perfecta amistad.
El caso de Riohacha y de Maicao es un buen ejemplo de la
fraternidad a la que nos hemos referido. Son dos ciudades tan distintas y sin
embargo tan parecidas, que no deben tener otra suerte que la de unir sus lazos,
estrecharlos cada vez más y buscar juntas las salidas que a las dos les ayude a
conseguir sus legítimos anhelos, sin que las bendiciones de la una signifiquen
el perjuicio de la otra.
¿Por qué decimos que son tan distintas y a la vez tan
parecidas? Riohacha es distinta porque
es más antigua, tienen una rica historia colonial, marítima, comercial. Son
casi cinco siglos en los que se presentaron los más diversos sucesos con
ataques piratas incluidos, resistencias heróicas, participación directa en la
guerra de independencia y en otras guerras, destrucciones y reconstrucciones…
infinidad de sucesos que van tejiendo
mitos leyendas y verdades suficientes para escribir todos los libros del mundo.
Por otra parte son quince los corregimientos y muchísimos los
pueblos de su jurisdicción, cada uno de ellos con una historia propia para contar y unas raíces afincadas en los lejanos
tiempos en que los bravos afro descendientes mezclaron sus genes en el
caleidoscopio del amor con las hijas de los invasores europeos y con las bellas
nativas de la tierra para producir una raza incomparable en su cultura, su
fuerza y sus sueños.
Maicao es una ciudad cuya historia va tan sólo un poco más
allá de los cien años. Incluso, la
historia que por mucho tiempo le contaron a los estudiantes de la escuela
primaria decía que el pueblo comenzó a ser pueblo en 1926. Sin embargo, las
investigaciones de la academia de historia liderada por Daniel Serrano, Ramiro
Choles y Luis Guillermo Burgos, entre otros, revela que el pueblo ya existía en
el siglo XIX. Pero, en todo caso, no es una historia tan extensa como la de
Riohacha y se diferencia de ella en que no fue el mar, sino la frontera y su
ubicación en un cruce de caminos, lo que permitió que viniera a su suelo gente
de aquí, de allá y de todas partes, para articular la rica multiculturalidad
con la que hoy cuenta.
Y entre los que llegaron, atraídos por la posibilidad de
hacer negocios o, simplemente por el deseo de cambiar de aires, se encuentran
notables familias riohacheras, cuyos descendientes hoy se destacan como
personas visibles de la sociedad maicaera.
Riohacha y Maicao se parecen en su diversidad cultural, en su capacidad para afrontar los avatares del tiempo y las
ondulaciones de los ciclos económicos en los que las bonanzas y las crisis son
parte de la anatomía de un indomable
monstruo, de tal corpulencia y longitud que es capaz de enrollarse alrededor de
sí mismo al punto de morderse la cola con sus propios dientes.
Cuando nací y pude abrir los ojos (algunos me hacen bullyng diciendo que nunca
he terminado de abrirlos) vi en la parte izquierda de mi cuna tres hermanos
riohacheros y en la parte derecha una mamá y dos tías, todas ellas riohacheras,
acompañadas de un señor más blanco que la leche y de cabello amarillo que me hablaba
amorosamente un español de acento extranjero. Esa era mi familia. Los
riohacheros hablaban más que mi padre y me contaban con nostalgia sobre el esplendor de la tierra
de donde provenían.
Crecí entre primos riohacheros, y me eduqué bajo la cariñosa
tutela de profesores egresados del Liceo Nacional Padilla, que para la época
era como decir la Universidad de los Andes en estos tiempos.
Quienes me rodeaban me enseñaron a querer a Maicao como amor
profundo y verdadero. Pero el llamado de la sangre y las pinceladas de la
crianza materna me llevaron a sentir un profundo cariño por Riohacha, ciudad en
la que además he tenido oportunidades académicas y laborales y me ha regalado
la posibilidad de conocer a buena parte de mis mejores amigos.
Hoy vivo convencido que por razones geográficas, históricas y
culturales la hermandad de Riohacha y Maicao es verdadera, entrañable,
indisoluble. Son ciudades hermanas y la hermandad debe afirmarse cada día en la
confianza, en el amor y la solidaridad. Y, claro está, en la sangre, en el ADN,
en los genes.
Al fin y al cabo, la sangre llama.